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Reportaje:Hora decisiva en las relaciones entre Madrid y su ex colonia africana/1

Guinea Euatorial, una difícil disyuntiva para España

Antonio Caño

Quedarse o abandonar Guinea Ecuatorial. La duda flota permanentemente entre los españoles que viven en la única ex colonia de nuestro país en el África subsahariana, tanto entre los representantes oficiales del Gobierno español como entre los empresarios, comerciantes, propietarios de tierras que están allí "para ganar dinero". Quedarse significa trabajar en un clima insufrible, sin luz eléctrica, sin agua corriente, soportar, en muchos casos, la falta de alimentos. Quedarse significa también inventarse una economía, porque allí no funciona ninguno de los sistema conocidos, y adaptarse a un país devorado por la corrupción.Abandonar Guinea Ecuatorial equivale a reconocer el fracaso de una inversión de 15.000 millones de pesetas, gastados hasta ahora infructuosamente en el desarrollo guineano. Abandonar Guinea Ecuatorial es también el reconocimiento de que España ha sido incapaz de superar las dificultades y dar de comer a 300.000 personas.

"Hay que quedarse aquí aunque sólo sea por una cuestión de prestigio de nuestra política exterior", comentan fuentes diplomáticas españolas en Malabo que encuentran otras razones para que España haga un nuevo esfuerzo de comprensión Con Guinea Ecuatorial. "Hay que quedarse también porque hay que defender los intereses de españoles que están trabajando aquí, porque los ecuatoguineanos nos prefieren a cualquier otro país y porque existen riquezas en este país que no nos podemos permitir el lujo de abandonar".

También algunos propietarios privados encuentran razones para seguir. "No se puede cultivar el cacao desde Madrid. Hay que venir, vivir aquí, conocer a los ecuatoguineanos, adaptarse a ellos y sólo así las cosas pueden marchar", manifiesta Julio Garriga, un empresario español que antes de ganar dinero y tener una bonita casa de estilo colonial con piscina, tuvo que vivir 18 meses en un hotel sin luz eléctrica.

Los ecuatoguineanos, por su parte, consideran que la crítica situación de su país no permite más dudas y que España debe decidir de una vez por todas si quiere quedarse o irse. El presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, no puede esperar más tiempo para extraer resultados de su política proespañola. Su Gobierno y su persona dependen directamente de que España coopere positivamente en el desarrollo de ese pequeño país de África Central.

Este intento de revitalizar unas relaciones que hasta ahora se han desenvuelto en un clima de crispación, recelo, pollemicas y equívocos choca con la idea de muchos dirigentes españoles de que Guinea "es un caso perdido" y con un ambiente hostil por parte de algunos ecuatoguineanos.

Una fuente diplomática extranjera en Malabo considera que está "a punto de repetirse la historia en Guinea Ecuatorial". El temor de que "hagamos de Teodoro otro Macías" lo comparten también medios informados que prefieren no ser identificados. La misma fuente diplomática asegura que "los errores, aun de buena fe, cometidos por Espafla y su falta de experiencia en temas de descolonización, de adaptación a situaciones dificiles, pueden provocar que los ecuatoguineanos abandonen de nuevo a España y busquen otro aliado extranjero. Con Macías ese aliado fue la URSS; ahora pueden intentar que sea Francia, pero París no va a caer en esa trampa".

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Los empresarios privados españoles, propietarios de fincas y comerciantes particulares son los que con mayor ardor defienden la idiosincrasia ecuatoguineana y los que con mayor insisténcia piden que España sea comprensiva con las peculiaridades de ese país. Su argumento es que fue el desprecio con que el Gobierno de Madrid trató al Estado nacido en 1968 -donde un año después Madrid respaldó un golpe fracasado- el que obligó a Macías a romper con la ex metrópoli y buscar ayuda lejos.

Abandono precipitado

La mayor parte de los propietarios españoles salieron precipitademente del país entonces, o "abandonaron sus responsabilidades", como prefieren decir los ecuatoguineanos. Otros se quedaron, resistieron muchas dificultades y hasta se convirtieron en héroes del nuevo régimen.

Los que se fueron reclaman desde entonces al Gobierno español una indemnización de 8.000 millones de pesetas que les sería muy difícil conseguir si el actual Gobierno de Guinea Ecuatorial insiste, como hace, en que legalmente las tierras siguen perteneciendo a sus antiguos propietarios y que pueden volver a explotarlas cuando quieran.

Para este grupo de antiguos propietarios la oferta del presidente Obiang es simplemente "una trampa" que tiene como objetivo "quitarles legalmente las propiedades". La "trampa" consiste en aparentar ante la opinión pública que quien no vuelve a es porque no quiere (ya que el Gobierno ofrece todas las garantías necesarias), y por tanto pierde todos sus derechos.

Los que quieren volver -hasta ahora menos de una decenano encuentran una situación muy fácil. La primera dificultad es: la falta de mano de obra. Plantaciones de cacao en las que hace 15 años trabajaban 700 braceros extranjeros hoy están atendidas con siete guineanos, que como el pro pio presidente Obiang reconoce, "se han acostumbrado a no hacer nada".

Para iniciar la explotación de, unas fincas que llegaron a producir 40.000 toneladas de cacao al año, pero que llevan años abandonadas, sería necesaria una fuerte inversión inicial que, en muchos casos, los antiguos propietarios no pueden afrontar. La mayoría tampoco tiene edad y fuerzas para acometer una empresa de ese calibre.

Pero las principales objeciones que los antiguos propietarios hacen a la oferta de Obiang se centran en la inseguridad política. El clan de Mongomo, integrado por los personajes influyentes de la localidad de ese nombre, situada en la frontera con Gabón, donde nacieron Macías y Obiang, sigue ejerciendo un poder real sobre el presidente de la República, mediante métodos de presión a veces incomprensibles para una mentalidad occidental. Continuamente se sigue hablando en Malabo de las precauciones que toma Obiang cada vez que tiene que abandonar la isla de Bioko para visitar la provincia continental de Río Muni, donde los fang son más influyentes.

Los españoles que se niegan a volver a Guinea acusan a Teodoro Obiang de haber sido incapaz de hacerse con el control del país. El presidente ecuatoguineano da ciertamente una imagen de aislamiento, refugiado en su palacio, protegido por fuerzas marroquíes, porque, según fuentes ecuatoguineanas, "no se ría de su gente". últimamente ha podido, no obstante, desembarazarse de algunos significados macistas y contar con profesionales formados en España.

Los comerciantes y empresarios instalados en Guinea Ecuatorial se sienten desprotegidos por el Gobierno español, cuya actitud alguno califica de "indignante". Todos coinciden en que nunca han pasado por la Embajada de España para resolver sus problemas, porque saben que "es inútil". Estos mismos empresarios reconocen también la culpa de algunos colegas, que se han comportado "como piratas", vendiendo como nuevo un barco de pesca que hizo aguas en su primera singladura o dedicándose al negocio rápido de venta de alcohol en el mercado negro.

Todo esto ha perjudicado al grupo de medio centenar escaso de empresarios que, aun adaptando sus técnicas comerciales a un país donde han sido violadas todas las reglas de la economía, intentan ganar dinero y dejar riqueza en Guinea Ecuatorial. Este grupo se queja de que las autoridades españolas hayan actuado siempre con exceso de escrúpulos en su relación con unos empresarios que insisten en su necesidad de trabajar adaptándose a las concidiones del país y que lamentan que a veces se les haya tratado como chorizos.

Según los cálculos de estos propietarios, todavía es posible hacer productivas las fincas de cacao, al menos a un nivel que permita ganar dinero y devolver una vida digna a los ecuatoguineanos. Si bien se necesitarían más de 10 años para llegar a la cifra récord de las 40.000 toneladas anuales, sí parece fácil superar la producción de 5.000 toneladas del año pasado, a una cotización de alrededor de 1.750 libras la tonelada en el mercado de Londres (más de 300 pesetas el kilo).

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