Tiempos aquellos
Los actos conmemorativos del Día de Castilla y León van a disfrutar por fin de todas las bendiciones oficiales. La Junta de Consejeros da su apoyo económico y organizativo. Quedaron atrás las carreras de 1976 ante los grises a caballo, la súbita interrupción de 1977 debida a que la policía decidió dar por terminado el festejo porque un grupo exhibía banderas republicanas. Y, también, el triste final de 1978, cuando los múltiples partidos organizadores se dividieron en dos grupos -españolistas y regionalistas, que en todas partes cuecen habas- por la designación de la persona que debía leer un manifiesto. (La fiesta concluyó misteriosamente con un fallo técnico en el equipo de sonido).Las conmemoraciones siguientes toparon con la sordina de la oficiosidad, las divisiones a la hora de suscribir la convocatoria, la falta de medios, la ausencia de manifestaciones culturales que no se ciñesen a la canción popular. Y, en fin, la abundancia de política frente a la escasez de churros y tortilla de patata.
Ahora, la fiesta es ya oficial, pero han pasado los mejores años. Como aquel 1979, en que se concentraron en el recóndito Villalar casi tantas personas (más de 100.000) como las congregadas en el Aberri Eguna. Era el despertar de un germen de conciencia regional al que siempre se le pusieron las cosas difíciles, y desde hace muchos años; por ejemplo, en los colegios, donde muchos pasajes de la historia de Castilla se presentaban como Historia de España.
Hoy, aunque sigan siendo miles los castellano-leoneses dispuestos a pasar una fiesta en aquellas campas vallisoletanas, el recuerdo de las frustradas celebraciones permanecerá presente, y el cansancio de año tras año de triviales disputas habrá hecho mella. Habrán quedado en el camino muchos que entonces creían en que el Estado de las autonomías iba a servir para enterrar los eternos problemas de la Castilla esquilmada.
Ahora, cuando el Día de Villalar lleva camino de convertirse en lo que debió ser desde el principio -una fiesta de castellanos y leoneses-, quizá hayan faltado muchos de quienes hicieron atletismo por obligación en 1976 y 1977, de los que aguantaron las pírricas batallitas políticas de los años siguientes por acaparar el protagonismo de la jornada.
En aquellos tiempos, decenas de grupos de música popular castellana esperaban tener la oportunidad de encontrar a nivel oficial una fiesta multitudinaria como las que deseaban en vano asociaciones culturales llenas de deudas. Eran los tiempos de La Fanega, Tierra de Campos, Usanza, Hierba del Campo, Tronco Seco, Cigarra (abulenses, seguramente los mejores de todos), Nes, Thau, Barbecho, Orégano, Yesca, Madrigal, Ángel Rey... La mayoría de ellos ya no estará en este Villalar. Habrán dejado en el camino su motivación, sus canciones reivindicativas y muchas de sus recuperaciones de la música popular, que no han servido para nada porque sus trabajados cancioneros se han quedado en el armario sin que nadie les haga caso. Esto parece el símbolo de lo que ha sucedido y de que quienes creían en el regionalismo castellano-leonés -al menos el cultural- tienen que empezar de nuevo. La primera piedra quizá sea este festivo Villalar-84.
Mientras eso ocurre, se ha llamado para actuar en las históricas campas, para la tradicional fiesta regional, a Javier Krahe, Rosa León y Eric Burdon.
Ancha es Castilla.
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