El pundonor de Pepe Luis Vargas
El sexto toro cogió de forma dramática a Pepe Luis Vargas, que es todo pundonor. Era tarde y muchos espectadores abandonaban su localidad, cuando un grito les paralizó. Pepe Luis Vargas, prendido por el glúteo, salía despedido a gran altura, y caía de nuca.Todas las cuadrillas corrieron al quite. Roberto Domínguez cogió al torero a puñaos, según dicen en la jerga; asiéndole de una pierna y de un brazo, lo levantó con la misma facilidad que si fuera un gatito.
Las asistencias se llevaban a Vargas, pero éste se zafó de ellas volvió a la arena, amenazó a sus compañeros, que intentaban detenerle; renqueando, se fue al toro cuadró, se volcó sobre el morrillo al tiempo que hundía el estoque por el hoyo de las agujas. Consumada la suerte, daba traspiés, conmocionado, y suplicaba ayuda con los brazos abiertos. Cayó, sin conocimiento, en los de Marismeño y se lo llevaron a la enfermería.
Plaza de Las Ventas
22 de abril.Cinco toros de Murube, bien presentados, justos de fuerza, manejables. Cuarto, sobrero de Gabriel Hernández, serio, con poder y noble. Marismeño. Bajonazo descarado (silencio). Estocada corta baja (algunos pitos). Roberto Domínguez. Cuatro pinchazos y bajonazo (silencio). Tres pinchazos -aviso con retraso- y descabello (ovación y salida al tercio). Pepe Luis Vargas. Dos pinchazos y media baja (silencio). Cogido por el sexto, pero mala de estocada (vuelta, que da la cuadrilla). Parte facultativo. Vargas fue asistido de contusión en regíón cervical y puntazos corridos en muslo y región glútea. Pronóstico reservado.
No tiene lesiones graves Pepe Luis Vargas, afortunadamente. Pero la trayectoria profesional de este torero es un drama, como lo fue la cogida. Le falta arte y pretende suplirlo con un valor que atropella la razón. Ayer no era necesario tanto. La corrida de Murube no salió desesperada; tampoco salió lucida, pero, en cualquier caso, era corrida para torear, con ejercicio de la adecuada técnica.
Pepe Luis Vargas, que olvidaba esa técnica, se embarulló durante la lidia de su primer toro. Era éste de media arrancada y le anduvo con garbo por la cara. Demasiado le anduvo, porque una vez hecho el muleteo de recurso, procedía abreviar, y en cambio siguió pegando pases superficiales. Al sexto lo recibió con una larga de rodillas y la faena de muleta la empezó de rodillas también. Una vez de pie, citó de largo, cuajó una buena serie de derechazos y luego destempló su toreo, con lo cual el toro, que tenía poca fijeza, empezó a embestir con la cara alta. En uno de los muletazos se produjo la cogida.
Aquellos segundos dramáticos cambiaron totalmente el tono de la corrida, que transcurría monótona. Sólo el apunte de unas verónicas finísimas de Marismeño al toro que abrió plaza y las series en redondo que Roberto Domínguez instrumentó con mucho empaque y gusto al quinto, habían tenido relieve.
Hubo gran expectación cuando apareció el tercero, un Murube de trapío, cinqueño, serio, alto, largo y enmorrillado. Su recia musculatura parecía que iba a reventar el pelaje zaíno y campeaba por el ruedo su majeza, como si se fuera a comer el mundo. No se comió nada. La prueba del caballo delató que esa musculatura fachendosa estaba hecha de algodón en rama. O acaso negra mano se la descompuso. Un toro así no puede ser tan flojo. Demasiadas veces ocurre que el toro más grande de la corrida resulte el más inofensivo para bien de la integridad física de la cuadra de caballos de picar (y negocio de su amo), en tanto la lidia queda manipulada y destruída.
Toda la corrida salió blanda, salvo el sobrero, otro cinqueño, que desmontó al picador y fue el único toro con aliento bastante para recargar. Acabó noble, y no supo aprovecharlo Marismeño, que citaba con el pico, templaba poco, y únicamente ponía gracia sevillana en los remates. En el que abrió plaza, encastado y áspero, aún se había confiado menos.
Era tarde de reapariciones. La de Roberto Domínguez estuvo a punto de constituir un triunfo, pero el propio torero lo impidió, con sus desigualdades y su desacierto al matar. Toreó al segundo, que era tardo, sin engarzar las suertes, que remataba por alto. En cambio embebió la noble embestida del quinto en una faena construída de menos a más, en perfecta ligazón los redondos con los pases de pecho. Luego escucharía un aviso, por su culpa. Una vez más, la falta de decisión deja a Roberto Domínguez en la lista de espera.
Babelia
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