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La crisis europea vista desde EE UU

El resbalón económico

En el origen de todos los enconados problemas europeos se encuentra el dinero o, más bien, la falta de dinero. Las estadísticas son elocuentes y profundamente deprimentes. Entre 1963 y 1973, las economías de los Estados miembros de la CEE crecieron a una media anual del 4,6%. Algunos, principalmente Italia y Francia, lo hicieron incluso mejor. Luego, en los 10 años siguientes a la guerra del Yom Kippur y a la multiplicación de los precios del petróleo de la OPEP, el crecimiento disminuyó a una media anual de un 2%. A principios de los ochenta, simplemente se detuvo. La capacidad real de compra y el nivel de vida empezaron a bajar por primera vez en 30 años.Al igual que ocurrió en Estados Unidos, la disminución del crecimiento en Europa generó desempleo rápidamente. En 1968, en la cumbre del boom de la posguerra, la media de desempleo en la CEE era del 2,3%, quizá demasiado bajo para permitir un máximo de flexibilidad industrial. Hoy día, uno de cada 10 europeos está desempleado. En España y Holanda, el porcentaje es superior al 17%. También las características de ese desempleo son deprimentes. En el Reino Unido, cuatro de cada 10 parados han estado sin trabajo por más de un año. El coste de mantener altos subsidios de desempleo y de financiar retiros anticipados ha añadido tensiones a todos los presupuestos europeos. Los Gobiernos europeos incrementaron los gastos sociales de un 14% a un 26% de sus productos nacionales brutos en los sesenta y setenta. El aumento correspondiente en Estados Unidos fue del 11 % al 21 %.

Uno por uno, los dirigentes europeos se han ido dedicando a disminuir la inflación y a racionalizar sus economías. Incluso los socialistas franceses, tras un desastroso experimento, durante un año, con la reflación en un país, han vuelto al orden con la austerídad que actualmente prevalece. La RFA ha efectuado cortes en las becas universitarias y en los subsidios de maternidad. El Reino Unido ha decidido cortar 600.000 puestos de funcionarios civiles. Los regímenes socialistas han demostrado saber ser igual de duros. Felipe González, por ejemplo, ha propuesto reducir las pensiones de los retirados del 95% al 65% del salario. En Italia, Bettino Craxi se ha enfrentado a la dura oposición comunista, en sus esfuerzos por disminuir la scala mobile de su país, un mecanismo automático de subida de salarios.

Resulta evidente que estos esfuerzos son necesarios. Sin embargo, pudieran no ser suficiente penitencia para los pecados económicos del reciente pasado europeo. Durante la década de los setenta, los Gobiernos europeos actuaron como si continuara la prosperidad de los años gloriosos de expansión imparable. Se permitió que los salarios aventajaran al crecimiento auténtico en un 25%. Los gastos sociales devoraron partes cada vez mayores de los PNB de todos los países. Durante los setenta, la producción industrial en los países de la CEE aumentó sólo en un 7%, mientras que en Estados Unidos fue de un 12% y de un 28% en Japón.

La disminución en la actividad económica ha producido un cambio de actitudes hacia el trabajo y la productividad que afectarán sin duda a la habilidad de Europa para competir eficazmente en el terreno de la economía mundial. Los trabajadores británicos, antaño sinónimos de habilidad manual y de conciencia laboral, parecen ahora empeñados en ser desaliñados y malhumorados. En Holanda, aproximadamente el 15% de la fuerza laboral nacional se queda en casa cada día, la mayoría con vagos problemas psicológicos o emotivos. En Alemania Occidental, los estudiantes universitarios alargan sus cursos hasta una media de ocho años.

Actitudes de este tipo están ya marcando la política europea. El partido verde de Alemania Occidental pone en tela de juicio los propios supuestos en los que está basada la moderna sociedad industrial. "¿Por qué es tan maravilloso producir por producir?", pregunta la portavoz verde, Petra Kelly. "Deberíamos utilizar nuestro ingenio para preservar el medio ambiente y ayudar al Tercer Mundo, en lugar de seguir fabricando más morralla consumista". Los masivos movimientos antinucleares del norte de Europa han conseguido casi detener el desarrollo de la energía nuclear. Y los sindicatos de todo el continente se han movilizado para conseguir reducir la semana laboral a 35 horas, basándose en que "trabajando menos, habrá trabajo para más". Incluso el ideal del incremento en la productividad está perdiendo su brillo. Después de todo, ponen de relieve los líderes sindicales británicos, Estados Unidos ha conseguido disminuir el desempleo a base de aumentar la proporción relativa de trabajos de escasa productividad.

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