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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Quién paga la deuda?

LAS REUNIONES de primavera del Fondo Monetario Intemacional y del Banco Mundial, que se han celebrado en Washington, han permitido contrastar la moderada recuperación que experimenta la economía mundial y han lanzado un mensaje de cauto optimismo sobre las perspectivas para los próximos meses. Pero este mensaje, a la luz de los graves problemas de endeudamiento que afrontan algunos países del Tercer Mundo, es confuso y puede dar una impresión equivocada de la situación real de las economías de las naciones más pobres.Tanto el informe presentado por el directorio del FMI como la opinión expresada por los ministros de Finanzas asistentes resaltan la enorme diferencia en el comportamiento de las economías de los países miembros durante el último año. Los países industriales, arrastrados por la recuperación de la economía norteamericana y la canadiense, han registrado incrementos en sus productos superiores al 3%. Por el contrario, el crecimiento en los países en desarrollo no productores de petróleo tan sólo ha llegado a un 1 % en 1983 y las previsiones son de que no lo haga mucho más durante este año.

El hecho de que la recuperación no se haya transmitido a la generalidad de las naciones en desarrollo se ha convertido en la principal preocupación de los organismos mundiales de asistencia financiera y en el principal foco de estudio de los planificadores. El problema se ha agravado por la extrema situación de endeudamiento que vive la mayoría de los países no desarrollados. Quizá haya sido el representante de Argentina quien ha puesto más énfasis en denunciar esta situación, que él considera resultado de la enorme transferencia de recursos desde el Tercer Mundo hacia los países industriales, y que se puede resumir en tres hechos concretos: los altos tipos de interés en dólares (moneda en la que está concertada la mayoría de los créditos al Tercer Mundo), el escaso crecimiento del comercio internacional y el agudo deterioro de los precios de exportación de las materias primas.

Argentina, el ejemplo más evidente de esa comunidad de 38 países que el FMI llama grandes deudores, se ve incapaz de generar con sus exportaciones los fondos necesarios para hacer frente al servicio de su deuda y tropieza con serias dificultades para obtener una mayor financiación que le ayude a salir de la crisis. Como el propio Alfonsín ha puesto de manifiesto, la deuda acumulada del Tercer Mundo, que rondará la cifra fantástica de 800.000 millones de dólares a finales de 1984, se ha convertido en el principal problema de la economía mundial, sobre todo porque su importe global está ligado a un coste financiero que es imposible de absorber, en las circunstancias actuales, por las naciones deudoras.

El Fondo Monetario Internacional, en un avance de su informe sobre previsiones económicas para este año, ha resaltado el enorme esfuerzo realizado por los países en desarrollo para equilibrar su extrema situación. El déficit por cuenta corriente de los deudores se ha reducido a la mitad en dos años y tendrá que disminuir aún 20.000 millones de dólares más, hasta llegar a 30.000 millones a finales de 1984. Con ser importante esta cifra, es significativo que sea equivalente al desequilibrio de la balanza comercial norteamericana en los tres primeros meses de este ejercicio. En otras palabras: los países deudores se encuentran sometidos a unos procesos de ajuste muchos más severos y austeros que los emprendidos por los países industriales y, de hacer caso a alguna de las denuncias escuchadas en la reunión del FMI, están financiando la reactivación en los países más ricos. De esta forma, según datos del Banco Mundial, en 1983 la transferencia neta de recursos del Tercer Mundo hacia el Norte desarrollado fue de 11.000 millones de dólares.

En estas circunstancias es más que comprensible que los países en desarrollo reclamen soluciones innovadoras que, al margen la preocupación de mantener la estabilidad de un sistema basado en el buen funcionamiento de las instituciones crediticias occidentales (la quiebra argentina podría suponer problemas financieros irreversibles para algunos bancos norteamericanos), signifiquen alternativas reales y viables para resolver la situación. Dichas soluciones deben venir por la apertura de los mercados, por la inflexión de las actuales corrientes de capitales hacia los países que más urgentemente lo necesitan y, sobre todo, por la reducción de los altos tipos de interés bancario que ahogan a los países deudores. El dilema está en determinar si el mundo industrializado está listo para este tipo de remedios, que implican un sacrificio generalizado, y no sólo de Ios pobres.

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