La dura batalla entre comunistas y socialistas italianos
Enrico Berlinguer moviliza todas las fuerzas a su alcance contra el Gobierno de Bettino Craxi
Todos los observadores están de acuerdo en que nunca, en la historia republicana de Italia, ha sido tan dura la batalla entre los dos partidos de la izquierda: el Partido Comunista Italiano (PCI), que capitaliza hoy el 30% de los votos electorales, y el Partido Socialista Italiano (PSI), que recoge el 12% de dichos votos y se halla en pleno proceso de expansión. La pugna entre ambos partidos se ha intensificado, paradójicamente, cuando, por primera vez, un Gobierno de centro-izquierda está presidido por un socialista.
"Con tal de obtener la cabeza de Craxi", acaba.de escribir Lucio Colletti, "Berlinguer se lo está jugando todo". Y añade: "Berlinguer ha quemado en pocas semanas un patrimonio histórico que el partido comunista había acumulado durante decenas de años".El histórico Colletti se refiere al hecho de que el partido comunista, tras años de esfuerzos para presentarse como una fuerza de izquierdas moderada, democrática y dispuesta a colaborar con las otras fuerzas políticas para hacer gobernable este país, de repente ha llamado a sus huestes a una oposición durísima contra el Gobierno, movilizando la calle y usando todos los instrumentos legítimos en el Parlamento contra la política económica del Gobierno.
Que el pulso entre Berlinguer y Craxi es durísimo lo demuestra el hecho de que, mientras el secretario comunista califica de obsceno el decreto-ley presentado por el Gobierno para recortar la escala móvil (mecanismo que aumenta automáticamente el sueldo de los trabajadores), Craxi acusa a Berlinguer de "impedir al Gobierno gobernar", además de considerar las jornadas de batalla parlamentaria como "las más negras de la historia de esta República".
Disputarse los votos
Los analistas piensan que la disputa acerca del decreto del Gobierno para frenar la inflación es sólo una excusa, y que, en realidad, el PCI, en vista de que el partido socialista de Bettino Craxi se dispone a ratificar su rostro de partido socialdemócrata moderado y reformista en el próximo congreso nacional de Verona, ha decidido cambiar el juego y presentarse al país como la única fuerza progresista para arrancar votos por la izquierda al partido socialista.
Por eso Berlinguer ha permitido al mayor sindicato comunista, la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), llegar a una ruptura en su interior con la componente socialista antes de dar su brazo a torcer ante Bettino Craxi; por eso ha permitido que la parte comunista de la CGIL convocase en Roma a un millón de trabajadores, contra la voluntad de los otros dos grandes grupos sindicales: Confederación Italiana de Sindicatos de Trabajadores (CISL) y Unión Italiana del Trabajo (UIL), sellando de este modo la ruptura definitiva de la unidad sindical confederal.
Que la estrategia de Berlinguer es volver a los tiempos de oposición dura lo demuestra el hecho de que el secretario general del Partido Democrático de Unidad Proletaria (PDUP), Lucio Magri, que ha estado ahora a la izquierda del PCI, ha declarado que si Berlinguer siguiera en esta línea se podría volver a hablar de reunificación de los dos partidos.
Lo que ocurre es que Italia sigue siendo, en el área mediterránea, una anomalía, ya que es el partido comunista y no el socialista el que cuenta con mayoría numérica en la izquierda y en el interior del movimiento obrero. Se había hablado, ya en tiempos de Giorgio Amendola, de una fusión de ambos partidos de la izquierda, incluso a costa de que el partido de Palmiro Togliatti llegara a cambiar de nombre. Se habló, sobre todo después de la ruptura del partido de Berlinguer con la Unión Soviética. Y ha habido siempre un alma socialista en el PCI, representada por Giorgio Napolitano, presidente de los diputados comunistas en el Parlamento, que ha teorizado un encuentro político, más que una batalla, entre las dos fuerzas de la izquierda.
De otro parecer han sido siempre Berlinguer y su grupo. Enrico Berlinguer fue el padre del compromiso histórico, es decir, del establecimiento de un acuerdo político con las fuerzas católicas y progresistas del país y, por tanto, con la Democracia Cristiana. Más tarde, este proyecto fue abandonado por Berlinguer, quien, distanciado de su viejo amor, elaboró la teoría de la alternativa de izquierdas, proyecto para el que solicitó el concurso del partido socialista, al que se pedía que abandonara su compromiso de gobierno con la DC.
Atraer nuevas fuerzas
Pero el partido socialista, que había encontrado con Bettino Craxi su autonomía y su liberación de los antiguos complejos de inferioridad frente al hermano mayor de la izquierda, no aceptó el reto. El PSI ha seguido avanzando por el camino marcado, tiñéndose de anticomunismo para conseguir votos en el centro y en las nuevas clases emergentes del mundo de los profesionales y técnicos.
Este empuje ha llevado al partido socialista a conquistar la presidencia del Gobierno. El peligro para los comunistas estribaba en que una acción de gobierno reformista y firme, en un país cansado de crisis de gobierno y de vaclo de ,autoridad, pudiera relanzar al partido de Craxi, el Tenaz.
Por eso Berlinguer se ha opuesto con todas sus fuerzas al Gobierno de Craxi, al que quisiera ver derrotado cuanto antes. De este modo, comp ha escrito Asor Rosa, el partido comunista, tras el desplazamiento hacia el centro del partido socialista, podría convertirse en "la única verdadera fuerza política capaz de recoger todo lo que de izquierda progresista existe en el país". Otros analistas, sin embargo, ven en esta política de Berlinguer un riesgo muy grande. Los comunistas podrían ser acusados de querer volver a los años cincuenta, de "muro contra muro", de soliviantar a la base trabajadora contra los socialistas y de atraerse de este modo de nuevo las simpatías de Moscú. En definitiva, de acabar más aislados que nunca, en una política de pura oposición. Existe el miedo a que, en esta pugna contra el partido socialista, los comunistas caigan en la tentación de imitar a sus hermanos franceses.
Doble prueba
Las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina. Serán la primera prueba para el nuevo partido comunista. Esos comicios son también una prueba para el partido socialista, dispuesto a recortar el poder comunista para lanzar una política reformista y moderna, cambiando incluso parte de la Constitución.
Mientras tanto, la Democracia Cristiana, que sigue siendo el primer partido del país con mayoría relativa, ve los toros desde la barrera y espera. Sabe que sin ella hoy no se puede gobernar en este país. Con su clásica astucia, está dispuesta siempre a ofrecerse al mejor postor. Como ha dicho Giulio Andreotti, su partido tiene la suerte de que "puede ir a comprar el pan a dos hornos distintos". Por eso no cerraría las puertas al partido comunista si los socialistas le diesen la espalda, y estaría dispuesta, también, a hacer un pacto de hierro con los socialistas si éstos aceptasen un matrimonio claro con los democristianos y un divorcio definitivo con los comunistas.
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