Fumar o no fumar en los locales públicos
Ningún no fumador cuestiona, normalmente, el derecho de los fumadores a fumar. Allá cada cual con sus pulmones. Lo que los no fumadores nos negamos cada vez más (ante la cerril resistencia de quienes parecen creer que lo natural es fumar y la rareza casi patológica no hacerlo) es a admitir que su derecho se convierta en nuestra obligación. En un local cerrado donde hay personas que no fuman y personas que sí lo hacen, en realidad fuman todos. Por eso, la normativa sanitaria de la mayoría de los países occidentales (el nuestro incluido) prohíbe fumar en locales de uso público no ventilado. No por fastidiar a los fumadores, sino para evitar la victimización de los no fumadores. Porque esto debería quedar claro a quienes no parecen poder soportar la vida sin un cigarrillo en la mano: cuando se les impide fumar en un lugar cerrado de uso público no se les está agrediendo, sino que se está impidiendo que sean ellos quienes continúen agrediendo a quienes no fuman. La decisión, por tanto, del presidente del Congreso de no permitir fumar en el salón de sesiones me parece admirable y ejemplar. Los fumadores pueden ironizar (¡con qué ramplona facilidad!) al respecto, tildándola de autoritaria. Los no fumadores vemos en ella, por el contrario, una defensa (tanto más admirable por provenir precisamente de un fumador) frente a la constante imposición autoritaria, no por inconsciente menos efectiva, del humo de quienes fuman. /
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