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Las diferencias sobre la reconversión industrial agravan la crisis de la izquierda en Francia

La izquierda francesa, cuando se avecina el tercer aniversario del acceso al poder del Partido Socialista (PS), empieza a sufrir del mismo mal que aquejó a la derecha chiraquista-giscardiana (liberales y conservadores) en la última parte del mandato de Valéry Giscard d'Estaing: una división de la mayoría gobernante que puede ser fatal; una división puesta de manifiesto, de manera casi traumática, en el tema de la reconversión industrial.

El presidente François Mitterrand, en su conferencia de prensa del pasado miércoles, al manifestarse totalmente resuelto a mantener su actual política de rigor económico y de modernización del país, ha enajenado, de manera quizá imposible de superar, a una parte de la base comunista y de la socialista que lo sostiene.Los obreros siderúrgicos de Lorena respondieron al discurso tranquilizador del presidente con violencias que causaron al menos 15 heridos en la noche del miércoles al jueves.

La respuesta obrera

Una tensión inquietante se mantiene en las regiones afectadas por la reestructuración siderúrgica, pero muy particularmente en Lorena, donde el plan de modernización proyectado por el Gobierno recorta gravemente las posibilidades vitales de esta región. Los 15 heridos se contabilizaron a primeras horas de la mañana de ayer en Longwy, la capital siderúrgica de Lorena, tras una noche negra de disturbios.El enfrentamiento entre obreros y fuerzas del orden -con bombas lacrimógeneas, batallas campales e incendios- fue la respuesta de los obreros a las palabras de François Mitterrand del día anterior, cuando les aseguró que los planes de reconversión les garantizarían el pan de cada día.

Esta reacción fue asumida por la central sindical más importante del país, la Confederación General del Trabajo (CGT), de tendencia comunista, que en un comunicado afirmaba ayer: "Los obreros de Lorena han indicado el camino a seguir", es decir, el de la calle.

Cuando se habla en Francia de una actitud de la CGT es tanto como evocar la del partido comunista, que participa en el actual Gobierno con cuatro ministros. Ayer los portavoces de este partido dijeron claramente que las promesas del presidente François Mitterrand "no han respondido a lo que esperaban los trabajadores".

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Por otro lado, sin embargo, el ministro comunista más destacado, Charles Fitterman, titular de la cartera de Transportes, aseguró: "Continuaré en el Gobierno".

Este doble lenguaje traduce su posición delicada actual: los comunistas, según todas las indicaciones tangibles (sondeos, estudios, estadísticas), pierden electorado tanto si se mantienen en un Gobierno "que ha traicionado sus compromisos de izquierda" como si lo abandonan.

Puede decirse que tras la puesta a punto de Mitterrand, reafirmando su política (capitalista, según los comunistas), lo único que espera cada uno de los dos protagonistas es que el otro agote su paciencia y lo manifieste: quiere ello decir que en Francia, desde hoy en cualquier momento, o Mitterrand se harta del doble juego comunista (participar en el Gobierno y criticar todo y todos los días) y les pone de patas en la calle, o este último se traga los sapos y se va otra vez a la oposición.

En cualquier caso, parece claro que Mitterrand ha hablado alto y claro, y su cambio de política es irreversible. El hecho es sobresaliente en la historia de su septenio.

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