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Los dividendos del valor cívico

No es preciso aguzar la imaginación para comprender que las últimas semanas vividas por el general Líber Seregni como prisionero de la dictadura militar uruguaya han de haber sido las más tensas de su largo cautiverio. Pocos días antes de ser liberado, su hija Bethel lo visitó en la cárcel, y a la salida declaró a los periodistas: "Encontré a mi padre con el mejor ánimo, pero la ansiedad, la expectativa y la preocupación que hay en la calle parece que también se han adueñado de él". ¿Cómo puede haberse sentido este preso político cuando las calles estaban colmadas de jóvenes, empecinadamente apostados frente a la prisión o ante su casa, a la espera de verle aparecer por fin libre? ¿Cómo puede haberse sentido un preso político de esa talla cuando la policía estaba reprimiendo duramente a esos jóvenes? ¿Cómo puede haberse sentido al enterarse de que estaban llegando a la ciudad periodistas de todo el mundo para informar sobre el notición que se avecinaba?Es lógico que la ansiedad se haya entremezclado con la esperanza, pero a esta altura también cabe preguntarse cómo se habrán sentido otros militares, y aquí me refiero a los que aún tienen (cada vez más deteriorado) el poder, frente a la espontánea adhesión y la afectuosa expectativa populares que creó la simple noticia de que Seregni sería próximamente liberado. Debe haber sido duro para ellos, que siempre tuvieron propensión a autoconvencerse de que la famosa mayoría silenciosa los apoyaba. La verdad es que en el Uruguay de hoy ya no existe mayoría silenciosa. La mayoría es ahora francamente ruidosa y se expresa con cacerolas, bocinazos, explícitas consignas contra el régimen. Por un lado, Seregni suscita el entusiasta y sonoro apoyo popular, y por otro, cada vez que el presidente Gregorio Álvarez hace uso de la cadena nacional de radio y televisión, muy a pesar suyo convoca unas caceroladas tan estridentes que bastan y sobran para cubrir de ridículo el repetido y engolado mensaje.

Los corresponsales extranjeros evalúan, unos en 5.000 y otros en 30.000, el número de personas congregadas frente a la casa de Seregni para recibirlo, felicitarlo, transmitirle su afecto, y las cámaras de la televisión española testimoniaron que allí había una multitud. Pocas veces un dirigente preso ha encarnado, como Seregni, un clamor colectivo de tan natural y consciente confianza. Y esa respuesta popular, esa ciudad que, como ha informado Martín Prieto desde Montevideo, literalmente saltaba de alegría ante el rescate, para la vida libre, de un ser humano ejemplar y entrañable, lúcido y valiente, significa, asimismo, un juicio contundente sobre la gestión de los actuales y anteriores mandos castrenses.

Ese militar digno, contra quien acumularon durante 10 años las más estrafalarias calumnias; ese brillante compañero de armas al que agraviaron degradándolo; ese demócrata ferviente y practicante, a quien condenaron por atentado a la misma Constitución que precisamente ellos habían violado; ese general es hoy masivamente apoyado por el pueblo, y en semejante sostén espontáneo y fervoroso, las gentes, las sencillas y sufridas gentes que han soportado represión y miseria, le están diciendo al régimen que ése es el tipo de militar que pueden admitir e incluso llegar a admirar: el que se inserta en el pueblo y no el que arremete contra él, el que defiende los intereses nacionales y no el que entrega la soberanía.

Diez días antes de este hecho decisivo, Julio M. Sanguinetti, secretario general del Partido Colorado (uno de los tres admitidos por el régimen), declaraba al semanario montevideano Aquí que veía a Seregni, "luego de este real sacrificio que él ha tenido y vivido, en la perspectiva de asumir, dentro de lo que es la actitud de los partidos de izquierda, un magisterio moral fundamental. Véase que Seregni estuvo preso en 1973 por un acto de resistencia, luego fue liberado y permaneció en Uruguay, sabiendo que corría un inmenso riesgo. Y este riesgo se materializó; y él ha estado otros siete años y medio preso, en una situación indudablemente injusta. Todo este sacrificio es un valor moral muy poderoso que se ubica detrás de una figura política. Si Seregni tiene hoy la posibilidad de actuar en la vida política, lo hará fortalecido. Y si administra bien, con espíritu patriótico, este inmenso capital que ha acumulado con su propio esfuerzo, y confío que así sea, sin duda el país puede tener allí uno de los pilares más importantes de su salida democrática". Por su parte, el líder del Partido Nacional, Wilson Ferreira Aldunate, exiliado en España, ha declarado tras la liberación de su rival político: "La serenidad con que el general Seregni ha afrontado estos 10 años de cautiverio ha sido una lección para todos y ha alentado a la gente para saber dónde está la libertad".

Menciono estas dos declaraciones simplemente para mostrar el prestigio nacional de Seregni, extraordinariamente acrecentado durante su absurdo encarcelamiento, y reconocido aún por quienes, como Sanguinetti y Ferreira Aldunate, están lejos de compartir sus ideas. La calidad humana del líder del Frente Amplio está presente en sus primeras declaraciones, en las que establece, como sus actuales preocupaciones prioritarias, "la pacificación nacional y la más amplia amnistía para los presos políticos y los exiliados". Ninguna genuflexión ante el régimen que se ha visto obligado a liberarlo. Pero sí la exhortación a no pronunciar "ni una sola consigna negativa. Fuimos, somos y seremos una fuerza constructora". Esa ausencia de odio y de espíritu de venganza contrasta, evidentemente, con el talante de revancha y de desquite que rigió la política de los militares durante 10 años oscuros e inclementes.

Seregni libre salta limpiamemte sobre la tentación del rencor y antepone el futuro del país a cualquier encono personal. Uruguay, con Seregni preso, tenía un color de rabia, de frustración, de injusticia; Uruguay, con Seregni libre, adquiere un tono de vitalidad, de esperanza, de entereza.

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Los dividendos del valor cívico

Viene de la página 9Es cierto que permanecen entre rejas más de un millar de presos políticos, pero también para ellos Seregni representó y representa un emblema, un símbolo, y su libertad es, sin duda, un anticipo de la verosímil libertad de todos.

Precisamente hoy, 26 de marzo, se cumplen 13 años del primer acto público del Frente Amplio, llevado a cabo en la Explanada Municipal de Montevideo, y en el que el único orador fue el general Seregni. Es la primera vez en nueve años que la coalición de izquierda celebra su aniversario con su carismático líder en libertad. A las pocas horas de recuperar la calle, Seregni ha dicho: "Salgo con la conciencia tan tranquila como cuando entré". Es indudable que la actitud digna, valerosa, serena de este dirigente le ha granjeado una simpatía popular que excede largamente el considerable número de sus posibles electores. El país entero lo respeta.

Algún corresponsal extrnajero parece haberse sorprendido ante el lenguaje austero de este líder que, sin embargo, convoca multitudes. Quizá, para completar (y enderezar) el juicio, sea preciso comprender que Seregni es altamente representativo de los rasgos más definidos del pueblo uruguayo. Hace más de 12 años, cuando el Frente Amplio aún no estaba proscrito y yo mismo vivía en mi país, publiqué una breve caracterización de esta figura que hoy tiene dimensión internacional: "El hombre y la mujer de la calle reconocieron en Seregni un grado de sinceridad que no es frecuente en el quehacer político, pero también una indeclinable voluntad de consagrar su trabajo y su vida, su inteligencia y su capacidad creadora al rescate de lo mejor que este país puede ofrecerse y ofrecer, que no es poco ( ... ). Sin odios ni sectarismos, su indudable disposición al diálogo jamás ha significado debilidad, sino deseo constante de lograr para el pueblo oriental una paz sin bochorno, una paz sin humillación, una paz con libertad y con soberanía (...). El fecundo diálogo de Seregni con las multitudes que lo siguen con fidelidad se basa fundamentalmente en una confianza mutua: Seregni confía en el pueblo y el pueblo confía en él".

Ahora, un periodista español ha llegado a decir que Seregni ,"era más mito en la cárcel que en libertad". Pero para nosotros esa afirmación parte de una falsa premisa. Ni dentro ni fuera de la prisión Seregni ha sido un mito, sino una realidad. Quizá por eso los jóvenes, que por lo común abominan de mitos y paternalismos, siguen lealmente a este hombre de 67 años, que les habla con sencillez y honestidad y no trata de venderles fabulosos e inmediatos bienestares. ¿Será que la sinceridad es un rasgo tercermundista y por ello no puede ser cabalmente comprendida en el Primer Mundo?

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