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Una rosa antigua

La herida del tiempoDe J. B. Priesdey (1937), versión de Luis Escobar (1942). Intérpretes: Inma de Santy, María Jesús Sirvent, Joaquín Kremel, Ana María Barbany, María José Goyanes, Carmen Bernardos, Mercedes Lezcano, Ramón Pons, Fernando Valverde, Juan Meseguer. Escenografía y vestuario: Antonio Cortés. Dirección: José María Morera.

Reposición: teatro Bellas Artes. Madrid, 8 de marzo.

La herida del tiempo tiene hoy una fina belleza marchita, herida también por el tiempo. En 1942 fue un gran descubrimiento en España: el de las dimensiones posibles del teatro, encerrado entonces aquí por la mezquindad de la posguerra. La ofreció Luis Escobar -suya es la versión repuesta ahora- en lo que fue una isla cultural, el teatro María Guerrero. La obra tenía, tiene, una gran riqueza.

Está, en primer lugar, su experimentación con el tiempo; no sólo verbal, o especulativa, sino también teatral, por él hallazgo de revelar el tercer acto antes que el segundo; es decir, mostrar el final dramático de la familia Conway, el destrozo del paso de la vida por ella, antes que la exposición de sus ilusiones, esperanzas, proyectos.

Probablemente hoy las ideas de simultaneidad del tiempo, las premoniciones, la sensación del destino y de fatalidad tienen menos solidez que en 1937 (cuando la obra fue escrita por quien ya era un novelista importante) cuando se inscribía en una corriente de pensamiento de posguerra, muy europeo y, sobre todo, muy inglés.

Pero la obra tiene otros valores. La especulación sobre el tiempo no es abstracta, sino aplicada a situaciones concretas: el desencarto de una sociedad que ganó una guerra que esperaba que fuera la última y a la que se le esfumaban sus ilusiones: no había ganado nada, su vida se había hecho más sórdida y una nueva tragedia se cernía sobre ella, y la caída de una sociedad, el desmoronamiento de una forma de vida inglesa, de la alta burguesía provinciana, como Chejov había contado la de la sociedad rusa anterior: después de todo, El jardín de los cerezos sólo tiene poco más de treinta años que La herida del tiempo, y la influencia es notoria.

Personajes externos

En el Londres de 1937 fue una obra importante, tenía una presencia activa en lo que estaba sucediendo. En el Madrid de 1942 tenía otra contemplación, más aferrada a la lírica, a la piedad y la compasión por unas criaturas zarandeadas por la vida y a la meditación sobre la temporalidad. En el de 1984 puede tener para muchos una nostalgia, un reconocimiento de sí mismos en los personajes: en la sala de Bellas Artes se reconocían 40 o 50 de las mismas personas que asistieron a su lejano estreno, y cada una podría pensar en lo que había sido de su vida durante estos 40 años, como si fueran personajes externos de la obra.Tiene también el valor de museo, de enseñanza de cómo so, hacía el buen teatro cuando un autor podía mover en escena una decena de vidas y no se avergonzaba de narrar, de novelar, y era capaz de construir lo que imaginaba. Hay que repetir, como casi es forzoso hacerlo cada día, puesto que la cartelera se repite a sí misma o viaja tozudamente por el pasado, que todo lo que transcurrido desde entonces pesa sobre la obra: que el lenguaje teatral es hoy más sintético que las demostraciones de la caída de una burguesía son obvias, que las premoniciones ya no las sienten las jovencitas soñadoras junto a una ventana con lilas, sino que están en los periódicos, que el espectador tiene otra impaciencia y otro ritmo de vida.

Obra de conjunto

Lo que queda es un aroma, un persistente perfume de vieja rosa entre páginas de libro. Morera, director de escena, se ha dedicado especialmente a él. Ha trabajado con el realismo para dejar que el misterio vaya por dentro, surja solamente de la acción y del diálogo. Es, se sabe, pulcro y delicado. Quizá no haya manejado un reparto óptimo (no por la capacidad de los actores, sino por la falta de idoneidad de algunos para sus papeles), pero ha sabido igualarlos a todos en un nivel posible: la obra es un conjunto, sin protagonismos, y sería injusto destacar por prelaciones de cartel o por biografías personales a unos sobre otros.Los hallazgos son de todos, de su profesión y de la dirección; los defectos son, también, de todos. El principal de los hallazgos está, sobre todo, en la viveza del primer acto; el principal defecto en el segundo, en el del desenlace anticipado, que resulta opaco, de actitudes rígidas y, sobre todo, de un tono de voz tan controlado, que llega a ser inaudible, sobre todo en la escena final que encierra toda la clave temporal de la obra: no es defecto que tenga por qué continuar en las sucesivas representaciones.

El público del estreno acogió con emoción antigua y con respeto considerable la obra y el trabajo de todos. La prueba real estará en las representaciones siguientes.

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