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Los ciudadanos soviéticos anhelan una atmósfera más abierta aunque apenas añoran las libertades políticas y culturales

"Mano dura, hace falta mano dura". Un tanto huérfanos, durante el último lustro de la era Breznev, los soviéticos de edad madura proyectaban sobre el líder sus demandas de energía insatisfechas. Breznev no había tenido ningún pudor en exhibir continuamente por televisión sus profundos tartamudeos y sus intensos titubeos motrices. Andropov llegaba al poder con la fama de hombre duro que le venía de sus 15 años presidiendo la policía política y con el exótico prestigio de liberal difundido por sus hombres del KGB, rebotado a la opinión pública, soviética a través de las ondas cortas occidentales.

"¿Es cierto que habla inglés, que escucha La Voz de América y que piensa poner en práctica aquí reformas económicas como las que se han realizado en Hungría?". Durante los primeros días del interregno andropoviano, éstas eran las preguntas que los occidentales residentes en la URSS escuchaban frecuentemente de sus amigos soviéticos. Menos preocupado que Breznev por el culto a la personalidad -el veterano líder del Kremlin había llegado a posar, con la guerrera ensartada por decenas de condecoraciones, en grotescos retratos oficiales que terminaron alimentando con gozo los archivos de los órganos antisoviéticos-, Andropov hizo de su larga desaparición un bien guardado misterio que no generó sensación de desgobierno.

Ortodoxia ideológica

Es difícil saber qué esperan los soviéticos de sus líderes. En un sistema que ha reemplazado la emoción por los ritos y acoge con frialdad la muerte de los dos últimos secretarios generales del PCUS, cuando hace tres décadas congregaba aún a cientos de miles de ciudadanos durante el entierro de Stalin -a pesar de la crueldad de este dirigente histórico y sin necesidad de fletar autobuses especiales ni controlar rígidamente a los manifestantes-, los rusos tienen probablemente como máxima aspiración parte de las promesas dadas ya por Nikita Jruschov: lo de superar en nivel de vida a Estados Unidos ha sido probablemente olvidado, pero aún hay quien aspira a vivir de modo confortable y recibir del Estado atenciones al menos similares a las que gozan los habitantes del Occidente europeo.El tema de las libertades políticas no parece plantearse entre la mayor parte de la población de la URSS, que nunca las conoció en ningún momento de su historia, pero en los sectores más jóvenes sí se detectan claramente deseos de poder gozar de una atmósfera más abierta. Pocos eran los'que se atrevían a profetizar una apertura política y cultural durante el mandato de Andropov, pero, por si quedaba alguna duda, los acontecimientos acabaron por disiparlas: en el último pleno del Comité Central presidido por Andropov, el pasado mes de junio, Constantín Chernienko -presumiblemente avalado por el secretario general- lanzó una soflama en defensa de la ortodoxia ideológica y atacando los vientos que llegaban de Occidente.

Escaso entusiasmo

Los tímidos rockeros moscovitas -que emulan ahora a sus antecesores británicos, formando pandillas, enfrentándose entre sí y pintando con alquitrán las paredes de la capital del comunismo- vieron claro por dónde iban las cosas cuando, al final del pasado verano, el jefe del partido de Moscú, Víctor Grichin, remitió una circular limitando la audición de música pop en los escasos locales que la ofrecían y cerrando los pocos establecimientos que trataban de asemejarse a las discotecas del mundo capitalista.Andropov no fue capaz de inyectar entusiasmo a sus súbditos durante los 15 meses que estuvo en el poder. Los nostálgicos de la energía estaliniana -lo mismo quelos que veían en el líder fallecido

un liberal deseoso de introducir reformas- ven ahora suspendidas sus expectativas. La URSS sigue siendo un país tan hermético como lo era la vieja Rusia de los zares.

Pocos meses antes de su muerte, Breznev decidía cortar -por miedo a la subversión- las escasas líneas telefónicas, automáticas tendidas con Occidente en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1982, su sueño dorado modernizador abortado por el boicoteo occidental a raíz de la invasión de Afganistán.

'Funcionarios aplicados'

Cuando aún la desaparición del líder no había levantado grandes rumores, a finales del pasado vera no, fuentes oficiosas daban a conocer el informe de un grupo de científicos de la ciudad siberiana de Novosivirsk, que había sido presentado en un seminario de economistas, técnicos y políticos celebrado la primavera anterior en Moscú. Los científicos siberianos (Siberia no es sólo lugar de destie rro, como señala su fama, sino también una tierra en la que la dura lucha contra la naturaleza ha generado tendencias pragmáticas y una rica literatura) denunciaban los fallos viciosos del sistema sin atreverse a proponer soluciones.A aquel informe se le atribuía el patrocinio de los reformistas andropovianos -lo que serviría para explicar su insólita dureza- y hacía hincapié en el estancamiento del progreso científico-técnico en la URSS. La Unión Soviética de la era Jruschov, que soñaba con ade lantar a Estados Unidos y arrasaba viejos hotelitos y pequeñas iglesias del barrio de Arbat para levantar en su lugar rascacielos de muy dudoso gusto, sufre ahora los anatemas lanzados contra la cibernética en los tiempos de Stalin, como sigue soportando desde hace mucho las carencias provocadas por el miedo que al viejo dictador le despertaban los kulaks (campesinos propietarios de sus tierras).

Los contactos con el mundo exterior siguieron siendo, durante los 15 meses pasados, el eterno tabú. El viajar a Occidente es todavía un premio para funcionarios aplicados, más que una necesidad. El secretismo rige la vida científica: no sólo no es fácil para un científico salir de la URSS, sino, incluso, consultar una publicación especializada extranjera. Los científicos que elaboraron el informe de Novosivirsk denunciaban el caos que rige la investigación científica, donde la coordinación es, más bien, anarquía.

Las propias estadísticas soviéticas reconocen que esta potencia mundial se acerca peligrosamente a esquemas tercermundistas: a pesar del acercamiento de la URSS a buen número de países subdesarrollados de África, Asia y Latinoamérica, pocos.son los que se atreven a comprar sus bienes de equipo y manufacturados, constituyendo las materias primas el capítulo creciente de sus exportaciones.

En un mundo en el que la velocidad de la circulación de los datos es cada día un factor más importante para el desarrollo, algunos científicos soviéticos relatan, desalentados, cómo prefieren a veces realizar por sí mismos investigaciones ya hechas por sus colegas. ¿Desconfianza? No, es algo mucho más fácil: si piden acceder al conocimiento de informes considerados secretos por otros departamentos tendrían muchas más dificultades para, en su día, poder llegar a disfrutar de la ansiada comandirovka (viaje de trabajo) al extranjero.

Estas expectativas que dejó abiertas Breznev en el momento de morir siguen vigentes con el fallecimiento de Yuri Andropov. No parece ahora que el único obstáculo siga siendo el artrítico aparato del Partido. El conservadurismo del poder soviético se extiende también a todos los sectores. El proceso de envejecimiento que el sistema sufrió durante la larga era de Leonid Breznev no afectó sólo al Politburó: también artistas, científicos, técnicos y militares temen que los que ahora tienen sólo 40 o 50 años les hagan perder sus posiciones privilegiadas.

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