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El despliegue de los nuevos euromisiles, gran fracaso del 'policía' que acabó mandando en Moscú

Hasta pocos meses antes de su llegada al poder, nadie se habría atrevido a descubrir tras las gruesas gafas de miope de Yuri Andropov la mirada propia de un hombre con grandes ambiciones políticas. Toda una carrera al servicio del KGB (servicios secretos y poli cía política de la URSS) había acentuado quizá su carácter ya de por sí reservado. En mayo de 1982, cuando se trasparentaban los primeros indicios de lucha por el poder en el Kremlin, se produjo la sorpresa: Andropov dejaba la presidencia del KGB -que había desempeñado durante 15 años- para pasar a ser miembro del Secretariado.El camino hacia el liderazgo quedaba libre de obstáculos para el hombre que, según la frase acuñada, cambió por ordenadores los potros de tortura del máximo órgano de seguridad de su país.

Andropov había entrado en contacto con el KGB (Comité de Seguridad del Estado) durante la segunda guerra mundial, al participar en las guerrillas que, controladas por las tres letras, desafiaban a los nazis en su propia retaguardia. Tras pasar por la diplomacia, primero, y el aparato del partido, más tarde, durante los años cincuenta y sesenta, pasó a dirigir el KGB en 1967. Sin duda, Andropov supo aprovechar su experiencia en la policía, teniendo buen cuidado de no hacerse notar demasiado. Mientras que en la era Breznev el aparato del partido se hacía progresivamente más ineficaz, él consiguió convertirse en el hombre mejor informado de su país.

Pocos meses antes de su llegada al Secretariado se producía en Moscú una serie de misteriosos hechos tras los que podría estar la mano de Andropov. En enero de 1982 muere Mijail Suslov, el hacedor de reyes y guardián de la ortodoxia. Aquellos mismos días estalla el escándalo del circo: dos artistas, amigos de Galina, la bohemia hija de Leonid Breznev, son detenidos y acusados de participar en un turbio asunto de corrupción.

Para los kremlinólogos, la cosa estaba esta vez clara: alguien había logrado poner en un apuro al anciano líder. Por si fuera poco uno de los adjuntos de Andropov en la presidencia del KGB, el general Semión Tsvigún, moría cuando comenzaba a conocerse el escándalo, y fuentes oficiosas -insólitamente generosas durante este período- aclaran que se había suicidado, no se sabe bien si por estar en desacuerdo con la detención de los amigos de Galina o, arrastrado por una depresión a raíz de que alguno de los hombres del entorno de Breznev le echara en cara el atrevimiento del KGB por osar poner en un brete a miembros de la familia del entonces supremo dirigente del Kremlin.

Las labores ideológicas

Así, cuando, en mayo de 1982, Andropov accede al Secretariado, comienza a vislumbrarse su futuro. Las insólitamente generosas fuentes oficiosas seguían informando: las cosas iban a cambiar pronto, se acabó la era de los ortodoxos y empezaba la de los pragmáticos. Hacía falta, quizá, un hombre como Andropov, ¿por qué no?, que era bastante más que un policía.Durante un tiempo, Andropov se hace cargo de las labores ideológicas que dejó vacantes Suslov. Sus exégetas no se toman ni un respiro: se dice de él que habla inglés, lee la Prensa extranjera, escucha las ondas cortas occidentales y tiene gran afición por las más modernas tendencias culturales del momento.

Los primeros meses de Andropov en la Secretaría General hacen creer que el nuevo líder había imprimido un nuevo ritmo a la política exterior de su país: trata con gran prudencia el delicado problema polaco, comienza el acercamiento a China y apoya las gestiones de Naciones Unidas para lograr una salida política airosa a la situación en Afganistán, donde, cumplidos ya dos años de la invasión soviética, los tanques del Ejército Rojo parecían haberse estancado en un callejón sin salida.

La diplomacia andropoviana terminaría marchando luego con ritmo menos airoso y fracasaría en el desafío más grave de los que tenía planteados: los euromisiles comenzaron a ser instalados en la fecha prevista y, contra las previsiones de Moscú, los países de la OTAN no titubearon, ni el problema provocó querellas dentro del bloque occidental. Cuando, a finales del verano de 1983, aparecían algunos indicios favorables para la distensión, un caza soviético derribaba un avión comercial surcoreano con 269 personas a bordo sobre la isla de Sajalin.

Los acontecimientos posteriores hacen creer que los militares de la URSS no habían perdido nada del poder acumulado durante; los últimos años de la era Breznev. El estamento castrense soviético no parece dispuesto a pedir disculpas, y el Kremlin avala sus explicaciones.

Dura reacción occidental

Desde entonces, los militares dejan de estar en la sombra y comienza a reiterarse la hasta entonces insólita imagen de generales del Ejército Rojo explicando sus posiciones en conferencias de prensa, acompañando a dirigentes de la diplomacia y el partido único de la URSS.Occidente reaccionó con dureza al incidente del Jumbo, y Moscú decidió romper el diálogo que mantenía con Washington sobre armas tácticas y estratégicas cuando comenzaron a llegar al Viejo Continente los primeros euromisiles. Igualmente, optó por instalar más misiles SS-20, dotar de cohetes de corto alcance a Checoslovaquia y la República Democrática Alemana y enviar buques de guerra a las cercanías de las costas estadounidenses para responder a la Casa Blanca con sus mismas armas.

En la política interna, los supuestos deseos reformistas que se suponían a Andropov terminaron resultando bastante decepcionantes. Para la historia quedarán sólo sus luchas contra la corrupción y el absentismo, que llevarían a la dimisión, la cárcel o el paredón a algunos gerentes de empresas y viceministros, generando además una nueva ley de disciplina laboral y a una serie de redadas callejeras en busca de aquellos trabajadores (uno de cada dos, según estadísticas oficiales) que decidían tomarse vacaciones por su cuenta.

A base de mano dura -sin reformas de importancia ni un substancial aumento de inversiones- se logra incrementar la productividad, que había descendido a cotas especialmente bajas durante el último año de la era Breznev.

El supuesto enamoramiento de Andropov por el liberalismo comunista húngaro -fue embajador de la URSS en Budapest durante el delicado período de la rebelión magiar- quedó inédito: a su muerte deja una mayor autonomía a las empresas y a los órganos económicos locales, pero las reformas resultaban al final bastante tímidas, incluso comparadas con otras llevadas a cabo anteriormente en la URSS. La larga enfermedad, que le ha mantenido apartado del poder durante casi la mitad de su mandato, sirve al menos para presumir que Yuri Andropov, de haber podido, habría llevado a cabo su sueño húngaro.

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