Líbano, al borde del desastre
LAS CALLES de Beirut, de nuevo, se han convertido en campo de batalla. Desde que Israel invadió el país en el verano de 1982, y llegó a Beirut en un paseo militar, esta ciudad es teatro de combates incesantes. Pero en las últimas horas la situación ha adquirido una gravedad extrema. Líbano está al borde del desastre: su propia existencia cómo Estado se halla gravemente amenazada; el Gobierno ha dimitido; el Ejército sufre un proceso de desintegración, al paso de las deserciones masivas de los soldados musulmanes. Queda, patéticamente acorralado el presidente Gemayel, pero ¿qué poder real es capaz de ejercer en la exigua cuadrícula en la que se mueve? Fue elegido ya en condiciones precarias; luego, por su política sectaria, decantada en favor de la falange cristiana, a la que pertenecía, su capacidad de arbitraje entre las innumerables facciones religioso-políticas del país es ya prácticamente nula; hoy es rechazado pública y tajantemente por dos amplios sectores de oposición: los drusos encabezados por Walid Jumblat; y la organización chiita Amal, que dirige Nabih Berri; estos dos sectores tienen en los puntos clave del sur de Beirut, y dentro de la capital, fuerzas militares considerables, que dominan la situación en la parte musulmana de la ciudad.No se trata de un nuevo episodio de la guerra civil libanesa: los factores exteriores han desempeñado un papel quizá decisivo: Israel intentó con su invasión golpear a la OLP palestina y desplazar de su casilla la ubicación internacional de Líbano; someter al país a una especie de protectorado. Cuando EE UU decidió enviar unidades militares arrastrando consigo a franceses, ingleses e italianos, su objetivo era, por un lado, facilitar la evacuación de los combatientes de la OLP cercados en Beirut, pero además respaldar el gobierno Gemayel, que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo con Israel. Ahora Washington dispone en Líbano de marines, barcos, aviones; pero carece de una estrategia. La fuerza multinacional se halla encerrada en sus fortificaciones; no parece que pueda servir para nada; pero tampoco es fácil imaginar cómo puede ser retirada en las presentes circunstancias.
El problema de fondo es el de que Líbano es un mosaico de diferentes pueblos y religiones; una de las cunas más antiguas de la civilización, con un alto grado de cultura, su sistema político se basaba en un complejo equilibrio que otorgaba cierta preeminencia a los cristianos, mayoritarios en la población hasta, quizá, la segunda guerra mundial. Pero en el último período, la base sociológica de ese equilibrio ha cambiado; los musulmanes se han convertido en mayoría. La repercusión del problema palestino había empezado ya a cuartear el edificio de la democracia libanesa. Pero la causa directa del actual desastre hay que buscarla en la invasión israelí desencadenada por el Gobierno Begin, y su ministro de la guerra, Sharon, en 1982: la ceguera de Israel le llevó a tratar de utilizar las divisiones internas de la sociedad libanesa para sus fines propios, con unas consecuencias diametralmente opuestas a las deseadas; porque el desarrollo de la guerra civil está poniendo de relieve la fuerza que tienen los sectores musulmanes en Líbano; y la debilidad relativa de los cristianos. Con ello, el peso objetivo de Siria no cesa de crecer, de forma que no sea concebible una solución al problema libanés sin contar con ella.
En octubre pasado, todos los partidos libaneses se reunieron en Ginebra en una conferencia de reconciliación. Pusieron a Gemayel una condición previa para proseguir la búsqueda de una solución negociada: que se anulase el acuerdo de paz con Israel suscrito el 16 de mayo. Esta condición no ha sido cumplida. La idea de celebrar ahora una nueva reunión del mismo género es sin duda la mejor fórmula, al menos en teoría, para salvar el país del desmoronamiento. Pero no parece que Gemayel tenga autoridad suficiente para presidir esa convocatoria. Tampoco está claro por qué camino se podría lograr la designación de un nuevo presidente, con un mínimo de capacidad conciliadora. Es cierto que en el fondo de la vieja cultura política libanesa existe una extraordinaria capacidad para negociar por encima de las trincheras; para inventar soluciones en las situaciones más desesperadas. Por otro lado, en el plano internacional, diversas propuestas han sido adelantadas para que la ONU colabore a la creación de un marco internacional susceptible de canalizar un proceso de negociación política.
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