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Reportaje:

20 años después de la explosión inmigratoria, la crisis golpea las poblaciones industriales del sur de Madrid

Veinte años después del gran boom migratorio que transformó los pequeños pueblos rurales situados al sur de Madrid en colmenas de hormiguitas afanosas, hundidas en la trampa de las letras para financiar 80 metros cuadrados de piso, la tele y los muebles, el sueño se está desvaneciendo, machacado por la crisis económica y el desempleo. El número de familias cuya economía ha entrado en picado aumenta peligrosamente de año en año. Comerciantes, constructores negociantes de todo cuño, que hicieron su agosto en los años setenta al calor de la riada consumista, observan preocupados cómo las letra devueltas se amontonan en las notarías.

Los pueblos se empobrecen al compás de la ruina de sus habitantes y se tiene la sensación de que se está plenamente en la época de las vacas flacas. Hace 24 años, en 1960, Móstoles tenía 2.886 habitantes. Hoy cuenta con 162.724, de los que más de 55.000 son menores de 14 años.Los jóvenes en busca de su primer empleo forman la tercera parte de los casi 9.000 parados de la localidad. La mayoría subsisten a base de hacer chapuzas, de la ayuda económica de sus familiares, de los menguados ingresos de la mujer, si consigue encontrar ocupación como asistenta, e incluso de recurrir a la mendicidad.

De ser una villa agrícola, poseída del orgullo doméstico de estar gloriosamente reflejada en los libros de Historia por la audacia frente a los franceses de su ya lejano alcalde Andrés Torrejón, ha pasado a ser un conglomerado caótico de edificios impersonales.

Todo se inició cuando las grandes compañías inmobiliarias, viendo que Madrid no daba más de sí, se aliaron a los caciques locales para transformar a toda prisa eriales y campos de labranza en polígonos urbanos. Atraídos por los precios asequibles, miles de inmigrantes que habían recalado en Madrid dieron un nuevo salto al extrarradio.

Con ellos llegaron las tiendas de muebles, de electrodomésticos, los bancos, autoescuelas, gestorías de compraventa de pisos, ferreterías y bares. En 20 años se amueblaron 30.000 viviendas, casi todas iguales. Por supuesto que no importaba que faltaran colegios, que las calles fueran un barrizal en invierno o que hubiera que llamar a la ambulancia y trasladarse a Madrid para un parto inminente.

Muy poca gente tenía tiempo o ganas para reclamaciones, salvo algunos grupos de iniciados, constituidos en asociaciones de vecinos. En cada pueblo surgieron algunas urbanizaciones distinguidos. En Móstoles causaron furor las bañeras redondas de Villa Fontana, entonces el colmo del lujo, para una clase media en la que se evocaban confusamente nuevas modalidades eróticas a practicar con la señora.

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La virtud del ahorro, sagrada en la antigua comunidad rural, quedó desterrada. Las incitaciones de la publicidad arrasaron todas las precauciones. Luego vino la, crisis económica y las noticias de fábricas que cerraban. De un día para otro, miles de familias se quedaron sin trabajo, sin ahorros y con muchas letras pendientes de pago. Hoy, toda la zona sur de Madrid, una bolsa en la que viven más de 500.000 personas, ha solicitado al Gobierno, a través de la Comunidad Autónoma, ser declarada zona de reindustrialización urgente.

No se ve, pero se nota

A simple vista, la crisis no se ve dernasiado. Los bares siguen llenos y, las compras de vídeos, el nuevo símbolo consumista, han aumentado en estos años. Antonio Romo, 39 años, natural de Don Benito (Badajoz), fue uno de los miles que vino a trabajar a Madrid, detallista, un oficio artesanal que aquí no tenía demasiado campo. Casado y con una niña, hoy es jefe de una sucursal de una importante cadena de tiendas de electrodomésticos en Alcorcón.Vive en el cuarto piso de un moderno edificio, grande, con garaje, situado en la calle Mayor de la localidad y adquirido a un precio razonable, en el que, sin embargo, quedan ocho pisos sin vender, algo inimaginable uno años antes.

Residente en Móstoles desde hace 11 años, Romo contempla asombrado cómo sus paisanos siguen dando saltos en el vacío:

"Yo creo que las ventas han aumentado, porque la gente, mientras tiene una peseta, se la gasta. En nuestras tiendas la venta de televisores en color ha aumentado, pero la seguridad de que el cliente pueda pagar todas las mensualidades ha descendido. La financiación de las compras se hace ahora a través de empresas especializadas".

"Vienen clientes a comprar vídeos y comprobamos en nuestras listas que tienen impagadas letras de los televisores en color", explica Romo. "Al margen de los insolventes, el otro gran problema del comercio en Móstoles son los atracos. En este pueblo hay cientos de jóvenes que no tienen recursos".

La delincuencia juvenil, y en cierta medida las separaciones matrimoniales, han aparecido de improviso y con tremenda fuerza en el cinturón industrial de Madrid, a raíz del inicio de la crisis económica. Las asistentas sociales y los centros de atención a la familia creados en algunas localidades han detectado este auge. Los problemas económicos cuartean la convivencia familiar. Muchachos sin expectativas de trabajo se organizan en bandas pelígrosas, tanto por su propia inmadurez como por la facilidad con que disparan.

Ya en 1979 hubo un herido grave, Manuel Hernández, de 19 años, en un tiroteo durante un presunto ajuste de cuentas. En mayo de 1980, Santiago Sánchez Guaza, de 17 años; Domingo Muro Gálvez, de 18, y Luis Sánchez Ramos, de 24, murieron en otro ajuste de cuentas.

La plaza del Pradillo, donde se alza el monumento a Andrés Torrejón, sigue siendo el lugar de encuentro principal de la adolescencia del pueblo por las tardes. Por la mañana, aprovechando el escaso sol invernal, la plaza está ocupada por decenas de jubilados, que no han perdido su acento andaluz o extremeño.

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