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Reportaje:

Africa negra, en su hora más difícil

Sequía, pobreza, corrupción, revueltas y golpes de Estado, ponen al continente ante un trágico futuro inmediato

Soledad Gallego-Díaz

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), 24 países africanos no seran capaces este año de dar de comer a sus habitantes. La producción de alimentos ha bajado en un 20%. La de cereales disminuyó en sólo un año un 8%. Diez años de sequía amenazan con desnutrir a 150 millones de personas. Si no llega una ayuda urgente, afirma la FAO, la situación será muy parecida a la de principios de los años setenta, cuando otra sequía provocó varios millones de muertos antes de que el mundo occidental se diera cuenta de la magnitud del desastre. Y aunque llegue ayuda alimenticia, sus efectos serán marginales. Según el último informe del Economist Intelligence Unit (EIU), "es poco probable que se logre impedir en 1984 la muerte por hambre de muchas personas en África". La falta de agua no sólo agosta las cosechas de maíz o mijo, sino que facilita las epidemias en el ganado. Tanzania, entre, otros países, somporta una peste que diezma su cabaña.Regímenes autoritarios

La sequía, sin embargo, es una maldición habitual en el África subsahariana (entre 1946 y 1948 pereció el 18% de la población de Cabo Verde, bajo dominio portugués) y no lojustifica todo. Gestiones económicas desastrosas, corrupción, falta de preparación guerras y luchas intestinas y presiones exteriores tienen también su parte importante de culpa. Los nombres que se hicieron famosos en la lucha por la independencia han quedado prácticamente barridos (Kwame Nkrumah fue depuesto en Ghana en 1966; Luiz Cabral, en duinea-Bissau, en 1980; Patricio Lumumba fue asesinado en 1961). En total, desde los años sesenta han sido derribados violentamente 70 dirigientes de 24 países. Las potencias colonizadoras -Francia y el Reino Unido, fundamentalmente- mantienen que intentaron dejar estructuras democráticas. "Lo único que deja ron fue ejércitos locales, en el caso del Reino Unido, y burocracias ineptas, en el de Francia", asegura un escritor de zimbabuo. Ni Londres ni París pueden presentar un balance satisfactorio: prácticamente en todos los países que colonizaron existe hoy día una dictadura militar o civil. En los casos en los que no ha habido golpe de Estado, como Guinea-Conakry, Costa de Marfil (Francia) o Gambia (Reino Unido), existen, sin embargo, regímenes autoritarios. En Guinea, Sekú Turé acarrea una triste historia de persecuciones políticas y encarcelamientos masivos. En Costa de Marfil, el presidente Félix Boigny consigue mantener el país con una alta tasa de autosuficiencia alimenticia, pero soporta un endeudamiento enor me y denuncias de violaciones de derechos humanos, como cuando en 1981 cerca de 50 personas murieron asfixiadas en una celda demasiado pequeña. No todo es culpa, tampoco, de los colonizadores Liberia, por ejemplo, es un caso especial. Fue declarado independiente en 1847 y escapó a la colonización directa. Sin embargo, el presidente William Tolbert fue asesinado en 1980 y sustituido por el sargento Samuel Doe. Un año antes, Tolbert, acuciado por el Fondo Monetario Internacional, había decidido subir el precio del arroz, desencadenando una revuelta parecida a la que han experimentado este año Marruecos o Túnez. Liberia no se libró tampoco de la corrupción o de la dependencia económica. Hasta 1976, Firestone monopolizó la explotación del caucho, producción fundamental del país, y aún hoy conserva la plantación más grande del mundo. Tolbert, como muchos de sus colegas, tenía debilidad por la conferéncia de la Organización para la Unidad Africana (OUA).

En 1979 organizó una reunión. de jefes de Estado que le costó un tercio de los ingresos anuales del país. Su sucesor ha logrado escapar a dos golpes. de Estado, pero su repentina decisión de aumentar los ingresos mínimos de los trabajadores a 2.400 dólares anuales ha provocado tal inflación que su futuro no parece asegurado.

La corrupción es probablemente una maldición tan grande para África negra como la sequía. En Mozambique, Samora Machel decidió colgar de las fárolas a los traficantes de medicamentos. En Uganda, un país en el que la vida humana tiene poco valor (según la oposición han muerto en los últimos tres años más de 50.000 personas, que habría que sumar a las víctimas de las matanzas de Idi Amín), un funcionario joven gana aproximadamente 5,5 dólares al mes, lo que le permite comprar un kilo de carne de cerdo o cuatro botellas de cerveza. Los soldados ganan lo mismo, si es que cobran (en Nigeria hacía meses que no recibían la paga). En la República Centroafricana, el sucesor de Bokassa, general André Kolingba, pidió a Francia que pagara durante un año el sueldo de los funcionarios porque las arcas estaban vacías. No resulta extraño que el mercado negro y la corrupción florezcan de tal forma. En muchos casos, su erradicación es imposible, cuando no contraproducente, porque supondría dejar desabastecido el país. El caso de Tolhert se repitió en Sierra Leona en 1980. Para albergar la conferencia de la OUA, el presidente Siaka Stevens ordenó construir,dos hoteles nuevos, seis villas de lujo, un nuevo le reuniones y comprar tres transbordadores a Japón para trasladar a sus colegas desde el aeropuerto hasta Freetown. Ese mismo año, tres ministros fueron detenidos por pagar un millón de leones (moneda nacional) a contratos inexistentes. En Alto Volta, uno de los países más pobres de África, China construye un estadio valorado en 20 millones de dólares. Mientras tanto, los habitantes emigran a Ghana y a Costa de Marfil, pero cuando vuelven a su país, tras haber sido superexplotados, traen transistores y ropa y muy poco dinero. Tan poco, que se lo gastan en a ce e ración del regreso y tienen que emigrar de nuevo. La consecuencia más cruel de la desaparición de la mano de obra local y joven es la desertización del país y la pérdida de tierras productivas.

Escasas divisas

La desertización no es sólo un problema de Alto Volta. En 20 años, la importación de alimentos en toda el Africa negra se ha multiplicado por tres; en parte, por el aumento de la población -la tasa de crecimiento del continente africano es la más alta del mundo-, pero también porque se produce un 20% menos. El comisario eu ropeo Edgar Pisani lo denunció re cientemente en Lesoto con fuertes palabras: "Es una vergüenza para el mundo desarrollado que en lúgar de favorecer la producción local estemos compitiendo para arrancamos los mercados alimenticios". Los africanos se han convertido además en grandes consumidores de tabaco y coca-cola y de música reggae, que se oye en todas las esquinas del continente como si fuera música nacional. Muchos países africanos -con las contadas excepciones de los productores de petróleo- tienen que dedicar a la compra de alimentos las escasas divisas que obtienen de la venta de sus materias primas. El dinero que ingresan por exportaciones es cada vez menor. El cacao, por ejemplo, continúa cotizándose a un precio inferior al aprobado en el acuerdo internacional de septiembre de 1980, y eso pese a que la producción ha bajado prácticamente en todos los países (Costa de Marfil, Ghana, Camerún).

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En el caso de los países productores de petróleo, como Nigeria, el problema fue el contrario: la subida del precio del crudo en los años setenta disparó la inflación y el endeudamiento exterior de tal forma, que la producción de los años próximos se tendría que dedicar únicamente al pago de los intereses.

Las relaciones con el mundo industrial y desarrollado han sido siempre tensas y complicadas. Incluso los organismos más despolitizados tropiezan siempre con la misma dificultad: ¿quién establece las prioridades, el Gobierno del país que recibe la ayuda o el que la proporciona? Si es el primero, puede suceder que se fije como prioridad algo que resulta obviamente absurdo o fruto de la corrupción. Si es el segundo, el peligro estriba en que primen los intereses propios. La tensión es todavía mayor cuando los tratos son con el Fondo Monetario Internacional, que a la hora de conceder créditos suele fijar condiciones draconianas: de cumplirlas (devaluación de la moneda, aumento de los precios de productos básicos, etcétera), el pueblo se revuelve, aseguran sus pretendidos beneficiarios.

La espalda a la URSS

Además de todos estos. problemas, los Gobiernos de los países africanos tienen que contar con otro que dificulta enormemente el asentamiento de sistemas democráticos o la supervivencia de sus regímenes: la estructura tribal. Los colonizadores establecieron las fronteras sin tomar en consideración enemistades históricas locales o la partición de comunidades étnicas. Sus herederos se han visto obligados a mantenerlas al precio de guerras (Biafra, Katanga, Cabinda, Eritrea) y de una falta de conciencia nacional contra la que pretenden luchar como objetivo prioritario.

Acuciados por la sequía: y el hambre y atraídos por el brillo de las ciudades, por muy destartaladas que estén, los africanos huyen del campo. En el año 2010, según un estudio que acaba de realzar la comisión europea, Kinshasa tendrá 16 millones de habitantes; Lagos, 15, y Abidyán, 10, y 77 ciudades africanas tendrán más de un millón de habitantes.

África estará para entonces tan urbanizada como América del Sur. Habrá menos campesinos y más ciudadanos. ¿Quién producirá los alimentos necesarics para asegurar la supervivencia de una población que será entonces de 954 millones de habitantes, frente a los 389 de hoy día? ¿De dónde saldrán las divisas para pagar las imprescindibles importaciones?

Las estructuras económicas -aseguran con optimismo los expertos- se irán adecuando, como se adecuaron en Europa en los siglos XIX y XX o como se van adecuando en América del Sur. Los países africanos -añaden- saben también acomodarse a la realidad. La prueba más evidente es su alejamiento de la esfera de la Unión Soviética. En los años sesenta y setenta parecía que todos los nuevos Estados se iban a declarar marxistas-leninistas. Hoy han comprendido que la URSS no es capaz de financiar su desarrollo, y hasta los que siguen calificándose de comunistas le van dando la espalda y volviendo a mirar a Occidente. Ya no hace falta apoyar operaciones como la del mercenario francés Bob Denard en Benin, en 1977. El actual presidente, coronel Mathiew Kerekou, se declara leninista, pero comercia con la CEE (60%).y no con la URSS (15%). Mozambique ha comprendido que la única forma de lograr la paz con África del Sur es huir del alineamiento con Moscú.

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