Recuerdo de Quintana Lacaci
Conocí al general Quintana Lacaci a comienzos de 1975, siendo director de la Academia General de Zaragoza. Me escribió pidiéndome que le informara sobre un asunto que afectaba a un miembro de dicha academia. Cuando lo hice me contestó con una carta que era bastante más que un acuse de recibo, porque los acuses de recibo no suelen emocionar. Bastaban unas, letras sencillas en un asunto de trámite para entender que su sensibilidad era muy honda, que era un jefe que sabía mandar, con responsabilidad y humanismo.Después le felicité en Pontevedra, cuando ascendió a general de división, y volvió a contestar con su talante, que infundía respeto y cariño. De Pontevedra creo que pasó a La Coruña, como gobernador militar y subinspector regional. Luego ascendería a teniente general en aquella primavera de 1979, recién ganadas las segundas elecciones por Suárez, para ser nombrado de inmediato capitán general de Madrid, puesto clave que dejaba el teniente general De la Torre (quien marchaba a Baleares) y para el cual le escogió el Gobierno en lugar de otros candidatos más antiguos, como Campano, Milans del Bosch, Sanjurjo, González del Yerro... Bueno, baste decir que Guillermo Quintana era el más moderno, el, último de los tenientes generales ascendidos, cuando fue nombrado capitán general de Madrid, con tino histórico (y sin pretender entrar en ninguna comparanza).
Equidistancia política
Aquí tuvo que mandar y mandó. Tuvo que bregar, y bregó. Tuvo que disentir de algún que otro consejo de guerra -como el que, formado por generales, impuso penas mínimas al teniente coronel Tejero y al capitán Sáenz de Ynestrillas- y disintió. Tuvo que parar un golpe de Estado, lealmente a las órdenes del Rey" y lo paró. Pese a todo ello, creo que que no tuvo enemigos y sí muchos hombres y mujeres que le quisieron, militares y paisanos, millones de ellos sin conocerle. Aunque me tachen de hiperbólico, pienso que Guillermo Quintana, con su humildad recta y sin alardes, fue querido quizá por mayor número de españoles que ningún otro militar en la historia de España. Españoles de derecha, de izquierda y de centro, a la vez que Quintana mantenía una exquisita equidistancia (no frialdad) política. "Los militares en activo no debemos intervenir en política, pero tenemos la obligación de conocer a los políticos y cuanto a ellos se relacione...", decía en el aniversario de la academia, en febrero de 1976. No, Quintana estaba muy lejos de despreocuparse de cuanto afectara a los españoles y a su futuro. Y lo demostró, cabal y repetidamente. Sin hacer revoluciones, fue tan querido o más que don Juan Prim o el conde-duque Espartero, que Primo de Rivera o Franco. Porque no dividió a los españoles, sino los unió. Porque fue de todos ellos, excepto de algunos locos y criminales. Quintana dio enormes lecciones históricas de patriotismo, de lealtad, de verdadero honor. Y el pueblo las conoció. A veces le llamaban Quintana; otras, Lacaci, con una o con dos ces en alguna sílaba, pero sabían quién era. Y todo esto no hay asesino que lo mueva. Está en la Historia, con mayúsculas, al lado del Rey, de Gutiérrez Mellado y otros más que entendieron profundamente el ensamblaje del Ejército en la Constitución y el Estado de derecho.
He dejado de contar otras veces que me relacioné con el general Quintana, directa o indirectamente, no vaya a pensar alguno que intento apropiarme o utilizar ni un ápice de su inmenso recuerdo. Pero pido licencia para la autocita: en mi libro Diario abierto..., publicado en 1981, escribí: "Una excepción quisiera hacer en (no) citar nombres, porque deseo decir un militar a quien profundamente admiro entre los altos oficiales del Ejército que conozco: el teniente general Quintana Lacaci ( ... ), no es coba. Para quien lo dude, valga recordar que mi arresto de seis meses en Alcalá de Henares fue consecuencia de una falta apreciada por dicho teniente general; y que la recurrí ( ... ), las razones de mis sentimientos respecto a este superior desbordan la estricta subordinación". Podría resumir diciendo que al general Quintana Yo le quería y le admiraba, sencillamente porque le conocia.
Barbaries
La última ocasión que le vi fue el 16 de diciembre. Él iba al funeral por otro teniente general: Miguel Fontenla, fallecido de enfermedad.
Le saludé brevemente mientras pensaba que ojalá le quedasen 10 años de mando, lejos infinitamente de imaginar que le restaba menos de mes y medio de vida, que en ese plazo asistiría desde el más allá a su propio funeral. Y hoy lloro y me muerdo los labios, maldiciendo la barbarie etarra y cuantas barbaries la precedieron, cebada aquélla ferozmente, con ludibrio inmenso, en un hombre que nos salvó a todos sólo con su dignidad y sin arrogación de salvapatrias. Es éste uno de esos momentos en que uno se pregunta qué derecho tiene a seguir viviendo si han matado a Quintana, porque era militar, un militar al servicio de su pueblo. Y le golpea a uno un sentir trágico, unamuniano, ante estas cornadas de la vida y de la muerte, frente a las que algunos dirán: "Ves, si el 23-F no hubieras frenado a la División Acorazada aún estarías vivo...", como si la historia y la dignidad se escribieran así.
Pero es demasiado dura a veces la historia, demasiado buida. Y, si existe Dios, cuesta demasiado admitir que también sean sus hijos los hierofantes del grimorio etarra. Y, sin embargo, hay que seguir mirando adelante, creer en un futuro en paz y libertades: así honrarenios, pienso, la memoria de un hombre que no se volvió atrás cuando asesinaron con el mismo salvajismo a otros compañeros, a otros generales. Él siguió creyendo en una España honrosa y democrática, en un Ejército a las órdenes del Rey y del Gobierno, en una bandera de todos los españoles. Y este enorme legado, mojado en su sangre desinteresada, no puede desleírlo ninguna banda de nigromantes matadores.
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