Las secuelas del terrorismo
Más preocupados de lo terreno que de lo divino se muestra, sin embargo, ese pequeño ejército de terroristas arrepentidos, que, a pesar de haberse manchado en atroces delitos, están ya en libertad por la ayuda que han dado con sus confesiones a la lucha contra el terrorísmo. Sólo Patrizio Peci, el primero que obtuvo la libertad tras haber sido procesado por siete homicidios, hizo posible la captura de 70 brigadistas rojos de primera plana.Para detener a los responsables del grupo brigadista genovés, todos ex compañeros de Peci, los carabineros que atacaron la guardia de noche tuvieron que hacer una verdadera carnicería, matándoles a todos. Cuando Peci oyó la noticia por la radio aquella mañana, dice que quiso suicidarse.
Primero empezaron las confesiones personales de algunos de los arrepentidos ya libres, que afirmaban que su vida es ahora más dura y con mayor carga de segregación y de miedo que cuando estaban en la cárcel.
Ahora, en las semanas pasadas, un grupo de estos terroristas libres han empezado una campaña conjunta para protestar de su situación. Han llamado a los periodistas de la revista Panorama, se han sentado con ellos alrededor de la mesa y les han confiado sus cuitas. Se trata de. Roberto Sandalo, ex dirigente de Primera Línea y con una condena de cadena perpetua; de Carlo Bozzo, del grupo brigadista de Liguria, acusado de seis atentados homicidas; de Ruggero Volinia, uno de los últimos exponentes de las Brigadas Rojas de la columna veileciana, que fue el chófer del comando que secuestró al general americano de la OTAN James Lee Dozier, y Gianluigi Cristiani, ex militante de la columna genovesa de las Brigadas Rojas.
¿De qué se quejan estos terroristas libres? Sobre todo, de que tienen miedo. Sandalo afirma que ya dos veces han intentado matar le y de quemarle la casa, que se siente como un vagabundo sin sa ber a dónde ir por temor a que le reconozcan. Y eso que cada uno de estos arrepentidos libres puede contar con una escolta, que se turna día y noche y les acompaña a todas partes. Para cada uno se ne cesitan 24 agentes cada dos días.
Junto con el miedo, la mayor preocupación de estos arrepenti dos es buscar un trabajo, pues "todos nos rechazan", afirman a coro ¿Qué piden al Estado? Que cumpla con sus promesas. ¿Cuáles son? La posibilidad de injertarse en la sociedad de nuevo, el cambio de nombre para poder encontrar trabajo, una operación plástica de la cara para que no se les reconozca un pasaporte para poder ir al extranjero y dinero para poder vivir mientras nó encuentren trabajo; ya que, afirman, "los dos millones de pesetas que nos dieron al dejamos libres se nos están acabando ya".
El Estado mantiene sus promesas
El ministro del Interior, el democristiano Oscar Luigi Scalfaro, asegura que el Estado ha mantenido sus promesas. Se les permite, dice, ir al extranjero y, estudiando caso por caso, se les puede consentir un cambio de identidad. Lo que no pueden pedir estos terroristas arrepentidos, dice el ministro, es que se les dé más de lo que podemos dar a nuestros hijos. El problema de un trabajo fijo hoy lo es no sólo para ellos, dice Scalfaro, sino casi para tres millones de italianos. Por lo que se refiere a la ayuda económica, lo que no se puede pretender es, como ha pedido uno de ellos a través de su abogado, que se le dé una cifra ingente para irse al extranjero y levantar allí una verdadera empresa.
Por su parte, el brigadista Renato Longo, de 27 años, gracias a cuyas confesiones la policía pudo capturar nada menos que a Mario Moretti, el responsable número uno, según los jueces, del secuestro y asesinato de Aldo Moro y quien lo interrogó en su prisión, ha contado a una revista todas sus peripecias: primero, como revolucionario; después, como arrepentido; más tarde, como infiltrado de la policía, y por último, como hombre libre, Dice que está tan amargado y aburrido que "desea desaparecer sin dejar huella". Ha revelado que algunos de los policías a quienes se confió no se contentaron con la detención de Moretti y querían que les ayudara a capturar a la brigadista Balzarani. Le prometieron dinero y tutela jurídica. Le dieron dos millones de pesetas y, para hacerle adquirir méritos dentro de las Brigadas Rojas, le ayudaron a realizar pequeños atentados. Concretamente cuatro: contra las oficinas de la Democracia Cristiana de Milán, contra la Cámara de Comercio ¡talo-británica, contra las oficinas de la Democracia Cristiana de Pavia y contra el cuartel de carabineros de Borgo Ticino. Naturalmente se trataba, dice Longo, de atentados en los que se evitó que hubiera víctimas.
Los tres policías que participaron en los cuatro atentados con el terrorista infiltrado han sido más tarde procesados y absueltos. Longo estuvo sólo dos años en la
Las secuelas del 'posterrorismo'
cárcel. Ahora está libre y acababa sus confesiones con estas palabras: "Mi historia de infiltrado no ha acabado. Mi único escudo era el secreto. Ahora se ha roto y yo tengo mucho miedo. Por eso he decidido desaparecer". Como se ve, sobre estos terroristas pesa como una especie de maldición bíblica. Condenados primero a la clandestinidad, que todos describen como una de las situaciones, existenciales más duras y absurdas, y constreñidos después en la libertad a vivir co Inio conejos perseguidos por el cazador. Junto a esto, los remordimientos, las crisis de conciencia y de identidad, la desilusión de haberse equivocado profundamente en la vida, que a los 26, 27 o 30 años, que es la edad media de los brigadistas arrepentidos, la sienten ya quemada para siempre. Se sienten viejos.Es verdad que cada caso es diverso. Pero leyendo las confesiones de esta nueva categoría de ciudadanos se advierte como un común denominador representado por una profunda amargura y una rabia seca que aún no han conseguido liberar ni sublimar.
Y el drama no es tanto el después. Las heridas profundas se las produjeron antes la clandestinidad, la cárcel y la crisis.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.