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La disolución del parlamento vasco

El modelo autonómico se afianza entre los vascos, aunque la mayoría piensa que continúan los mismos problemas que en 1980

Cuatro años después de las primeras elecciones autonómicas, los problemas fundamentales de la sociedad vasca siguen siendo los mismos que en 1980. Sería injusto ignorar, sin embargo, que esos problemas -paro y reconversión industrial, violencia, institucionalización autonómica- se plantean hoy de diferente manera que entonces. Así, puede decirse que la apuesta hecha en su día por la mayoría de los partidos vascos en favor de la fórmula autonómica se ha asentado y es hoy comúnmente aceptada por la población, mientras que todavía en 1981 las reticencias, por exceso o por defecto, superaban a las identificaciones con tal fórmula.

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El PNV, triunfador de las elecciones de 1980

El Parlamento y el Gobierno vascos son las instituciones públicas que cuentan con más prestigio en Euskadi, muy por encima del Parlamento o el Gobierno central. Con la particularidad, no obstante, de que, según una encuesta reciente, el 57% de los vascos piensa que el Gobierno autónomo no ha sido capaz de resolver los problemas fundamentales de Euskadi, frente a un 29% que opina lo contrario.Con todo, el desgaste del nacionalismo moderado, tras cuatro años de Gobierno monocolor, puede considerarse relativamente pequeño, y de ahí que las encuestas sigan otorgando al PNV unas expectativas de voto que le situarían, en ausencia de los representantes de HB, al borde de la mayoría absoluta en la Cámara. No parece descabellado pensar que la razón fundamental de ese mínimo desgaste reside en el talento del nacionalismo moderado para beneficiarse a la vez de su posición de partido mayoritario en Euskadi y de partido de oposición moderada en el conjunto del Estado. Es decir: en su destreza para desviar contra el poder central los descontentos nacidos de las contradicciones propias de la sociedad vasca.

Sería, sin embargo, injusto ignorar al respecto que tanto la Administración centrista, especialmente con Calvo Sotelo, como, posteriormente, el Gobierno socialista, han favorecido, más allá de lo que cabía esperar en 1980, esa táctica de desvío sistemático contra Madrid de las frustraciones de la población: el intento de reinterpretar con segundas lecturas el estatuto (LOAPA), la racanería en la negociación de traspaso de competencias, o el frecuente recurso contra leyes del Parlamento autónomo, en ocasiones consensuadas previamente con los socialistas vascos, tienen mucho que ver con la situación actual.

Un aval del 22% del censo

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El Gobierno vasco ha mantenido en las instituciones autonómicas la misma actitud patrimonialista que reprochaba al Gobierno central respecto a las instituciones y poderes del Estado.

En cuatro años de legislatura, el PNV, que ha gobernado en solitario con el aval de tan sólo el 22% del censo, ha rechazado prácticamente todas las iniciativas legislativas de la oposición, y se ha negado en la práctica a aceptar las propuestas que aquélla ha planteado insistentemente en orden a consensuar siquiera la legislación básica de la que dependía la institucionalización de la comunidad autónoma (himno vasco, relaciones con los territorios históricos, circunscripciones para las elecciones de los órganos forales, etcétera).

Esta ruptura ha minado la capacidad de liderazgo de Garaikoetxea y su Gobierno a la hora de tomar iniciativas frente a los problemas que siguen preocupando a los vascos de hoy.

Convertida por los hechos en retórica la fórmula "todo un Gobierno para todo un pueblo" con que el lendakari concurrió a las elecciones de 1980, Garaikoetxea, pese a su prestigio personal, no ha podido hacer pesar su autoridad moral como "presidente de todos los vascos" ni en las negociaciones con el poder central -planteadas más bien como enfrentamiento PNV-UCD o PNV-PSOE-, ni en los conflictos interprovinciales surgidos con ocasión de la tramitación de la ley de Territorios Históricos, ni en relación a los desajustes provocados por la reconversión industrial. E incluso cabe considerar que el fracaso final de la única iniciativa de verdadera altura tomada en estos años -la mesa para la paz- no es del todo ajeno al deterioro de ese gran acuerdo surgido a la sombra del Estatuto de Guernica.

Presiones del partido

Contempladas retrospectivamente, a la luz del reciente conflicto entre el lendakari y la cúpula de su partido, alguna de las actitudes del Gobierno vasco en estos años, incluida esa relativa falta de grandes iniciativas, podrían quizá intepretarse como efecto de la presión del aparato del PNV. De hecho, el mayor desgaste del Gabinete y de la credibilidad de su presidente han sido consecuencia de la oposición que algunos de los proyectos gubernamentales (presupuestos de 1982, ley de Territorios Históricos, reforma foral) encontraron en las filas del propio PNV, convertido así, por paradoja, en la más tenaz y eficaz oposición con que topó Garaikoetxea.

El balance del Gobierno vasco, tanto en el aspecto de iniciativa legislativa como en el de gestión, es irregular. Gran parte de los proyectos legislativos incluidos en el programa de gobierno presentado por el Iendakari en octubre de 1980 han sido, bien abandonados, bien aprobados con enorme retraso respecto a las previsiones de dicho programa, sin que siempre quepa atribuir la responsabilidad de tales retrasos a la ausencia de la correspondiente legislación estatal básica.

En general, se admite en Euskadi que han sido los departamentos técnicos (economía, industria, política territorial) los que han desarrollado una gestión más eficaz, siendo particularmente negativo, a juicio de la oposición, el balance de cultura, y desigual la valoración de los otros departamentos. El Gobierno vasco, ha sido capaz de poner en marcha una Administración pública vasca, lo que es, seguramente, su principal mérito.

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