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Franceses

Contra los franceses, a favor de los franceses. Asfixiados por su olor, enamorados de su aroma. Los franceses y las francesas, lo francés y el francés se han unido a las biografías españolas como una segunda cosmología tan inseparable de la vida personal como la cosmología primera. De hecho, no es la reciente historia cultural, ideológica o sexual de este país sin las mixturas francesas. Como aderezo o como amenaza, como extravío o como paraíso, Francia ha depuesto, cuesta abajo, sus brillos y sus detritus. Su mito en suma.Más que unos vecinos, como ahora se les llama con eufemismo horizontal, los franceses fueron en nuestra última historia los señores. Señores de alcurnia dura, tan abominados como fascinantes. Tan extraños como incestuosos. Tan despreciables como seductores. Imposible vivir sin ellos. Negándoles o invocándoles, su marca estuvo garantizada desde la política a la cocina, desde la bicicleta a la filosofila. ¿Qué han hecho entre tanto ellos ante tales devociones? Nada: inspirar, expirar, mirar hacia la Germania o el mar del Norte. El sur es la escombrera.

Por lo francés se ha sido aquí traidor, amanerado, iluminado o presidiario. Debitario a veces de una vida que sólo ha sido posible pagar convirtiéndose uno mismo en prenda. Así, ser afrancesado no ha significado sin más estar contagiado, sino haberse convertido en rehén. Pero ¿qué saben de todo este gesticulante drama los franceses? Nada. He aquí nuestra miseria. Y nuestro odio. Exceptuando a ciertas almas beatas, lo español ha sido visto allá como un caldo demasiado promiscuo o rudo para ser consumido con esmero.

Que ahora llegue de súbito una emocionada comunicación política en forma de redada y, casi a la vez, una quincena cultural, metáfora de bailes y bailes amorosos, parece un cuento. de hadas. Si esto siguiera y no se tratara tan sólo de una fantasía temporal, ¿qué importaría ya todo? Entrar en el Mercado Común, acabar con ETA, afianzarse en la, OTAN, ser devastados por una guerra nuclear o no. Todo parecen ya cuestiones subsidiarias, meros trámites, si Francia nos ama. Por-que si al fin nos amara, si el pasado se aboliera y fuéramos en verdad "vecinos", ¿quién podría distinguir esa nueva realidad de la quimera?

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