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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La doble moral frente a la droga

Tras la publicación de la ley que despenaliza el consumo de drogas blandas, la reacción de la sociedad ha sido parca o, mejor, casi inexistente. La iniciativa se enmarcaba, sin embargo, en una necesidad social que, según los redactores de la ley, había que desdramatizar. La inocuidad del cannabis indico desde el punto de vista toxicológico es infinitamente mayor que la del tabaco o la del alcohol. Además, parece que la persecución de este tipo de drogadicto tenía demasiado ocupada a la policía. Por tanto, como en el caso del aborto, se despenaliza el consumo, es decir, no se permite ni se prohíbe, sino que se echa mano a una figura jurídica intermedia de la que los habitantes de este país -poco dados a los matices- recelan. ¿Por qué no lo permiten? Nadie lo sabe.Un fenómeno parecido ocurrió con la famosa ley de Peligrosidad Social. Se abolieron algunos títulos, se despenalizaron otros, se obviaron muchos. Con el resultado de que varias formas delictivas contempladas en ella siguen siendo delictivas, o más o menos delictivas. Lo que ocurre es que el juez mira para otro lado y no hay, en principio, persecución. Como si quisiera mostrar la levita por delante y estar desnudo por detrás.

La realidad

Despenalizar no implica permitir. Más me suena a tolerar, a condescender, a no mirar. El legislador supone que allí sucede algo, pero no quiere saber, ni quiere legislar en su minucia. La prueba está en que la reacción -la ausencia de reacción- no se hizo esperar. Nadie se ha atrevido a liar vin canuto en la parte Fumadores de Renfe. Ni en la calle, ni en los bares españoles. Por lo menos, no más de lo que se hacía antes. A veces uno huele el característico aroma que sale de en medio de un grupo de muchachos, muchachos con caras no menos culpables que la que ponían con anterioridad a la publicación de la ley. Claro que desconrian. No se lo creen. En mi pueblo, los jóvenes se cuidan mucho de exhibir un porro delante de lapareja. Siguen, entonces, dramatizando el hecho.

Reacción instintiva

Les pregunto que para qué sirve una ley. No me responden. Es una reacción instintiva. Sienten el peligro. Peligro que entiendo en todo su temblor y en su mutismo. Se consideran víctimas de una doble moral, de esa antigua práctica de aplaudir de día y apalear de noche. En primer lugar, como la ley despenaliza el consumo, pero aumenta el rigor de las penas por tráfico, no saben cómo probar -si son interceptados por la policía- que son consumidores y no traficantes. En principio, la distinción debería ser transparente. Pero no lo es. ¿Cuántos gramos pueden llevar encima los consumidores? ¿Cinco? Pongamos el caso de un consumidor que acaba de comprar y, por un error involuntario de pesos y medidas, no tiene cinco gramos, sino seis. Puede ser considerado -y condenado- como traficante.

Otro caso: un camello ha vendido todo su talego y sólo lleva tres gramos consigo. Lo interceptan y lo consideran consumidor. Además, veo mal al cuerpo de policía Oremunido de un equipo de balanzas de precisión para poder separar el trigo de la cizaña.

En esta zona no legislada, y difícilmente legislabe, ocurre lo peor de esa doble moral del peca, que no miro. Claro que si el juez o el agente de policía quieren mirar pueden llevarse a mucha gente por delante.

Desconfianza

No es extraño entonces que los jóvenes españoles desconfien de esta ley. Asimismo -y este es el mayor reproche que se le puede hacer-, si hablamos de doble moral es porque la ley despenaliza al consumidor, pero puede condendar perfectamente al cómplice o al encubridor. El consumidor, de hecho, es cómplice y encubridor. Si se le interroga y se niega a revelar el nombre del que le proporciona la droga, es decir, del traficante, entonces bien puede caer bajo el régimen de esas dos figuras clara mente penalizables, cómplice y encubridor. ¿Cuál es la defensa, la clara defensa, que tiene el consumidor para hacer uso de esta ley sin sentirse, a pesar de ella, delinquiendo?

El legislador, al redactar una ley que intenta complacer a todo el mundo, no perfila el verdadero contorno de lo permitido y de lo vedado. Por eso, los ejecutores de ella no se apartan ni un ápice del derecho si meten en chirona a todos los consumidores que encuentren. Razón por la que los jóvenes que siguen considerando el consumo como una práctica clandestina sólo intentan apartar de sí un peligro intacto. ¿Hay solución? Sí, y clarísima. Que vuelva a ser considerado como delito o que el Estado asuma la culpa que en la actualidad se achaca al traficante. Es más, que valientemente enfrente el oprobio de ser él el traficante. El Estado no puede ser culpable de nada. Si goza de esa enorme inocencia, bien puede convertirse en administrador del tráfico de la droga blanda. Para, además, disfrutar de unos impuestos ardientemente deseados, desarticulando, de paso, una mafia que, desde fuera de la ley, tiene una clientela legal.

Mauricio Wacquez es escritor chileno.

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