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La Elèctrica Dharma, entre el romanticismo y la comedia musical

El conjunto dará una tanda de recitales en Madrid y Barcelona bajo el lema 'Catalluna'

Allá por los años cincuenta y sesenta una familia del barrio de Sants daba a luz a una serie de chiquillos que, 20 años después, iban a ser famosos. El padre ejercía su profesión en una notaría y la madre, entre fregado y fregado, aprovechaba los insomnios y sus escasas tardes mortecinas para acudir al mítico orfeón de Sants a dar sus do de pecho. La familia Fortuny no podía llegar a pensar que, al cambiar de vivienda en busca de un mayor espacio para sus siete locos bajitos, al barrio de Horta, en el otro extremo de Barcelona, iba a promover musicalmente a sus cuatro hijos, un tanto melenudos, un tanto boy scouts y, sobre todo, muy buenos chicos ellos.Cuando eran pequeños su mayor afición era jugar a montar conjuntos musicales. Cada uno de ellos agarraba el objeto que mejor servía, según su imaginación, para simular un instrumento. Los muchachos actuaban en el comedor familiar como si estuvieran en un gran escenario delante de un público enfervorizado. Platos, cacerolas y tubos de redoxón les iban, en aquellos años, a las mil maravillas. En el colegio, entre los curas de la Sagrada Familia, también hicieron sus pinitos. "Nos llamaban los beatles y siempre recibíamos las mismas alocuciones: 'Se os embota la cabeza,, hijos', o bien, 'Se os escapan las ideas por los pelos"-. El primero en dejarse los cabellos largos -explican hoy orgullosos de la hazaña- fue Josep, el mayor de los hermanos, que por su condición de primogénito alcanzó como privilegio el beneplácito de sus padres en tal cuestión. Luego le siguieron los demás.

Allí, "entre los escarabajos de la Sagrada Familia", conocieron a su compañero, Carles Vidal, el único sin relación de parentesco dentro de la Eléctrica Dharma. "Mi padre" explica Carles, "es contable, tocaba el acordeón y escribía letras para canciones de montañeros". Carles- tiene un único hermano, 10 años más joven que él, al que, como hobby, sólo le interesa el fútbol. Desde siempre, Carles admiró la numerosa y melómana familia Fortuny. "Ya se notaba en la escuela que ellos iban a llegar más lejos. Yo, entonces, estaba con otros intentos de formar grupos de rock. Ninguno de ellos consiguió ni siquiera destacar en el patio de los curas".

Y así fueron los inicios de este grupo cuya edad oscila entre los 23 años del más joven y los 30 del mayor. Su despegue oficial se remonta al año 1976, cuando Barcelona, y en realidad todo el país, estaba necesitada de grupos musicales que amenizaran la contínua fiesta por la llegada de la democracia. Del Pueblo Español en Barcelona a las plazas mayores de los pueblos del interior, pasando por las aulas universitarias, la actividad de la Eléctrica Dharma fue en aumento.

Tenían un encanto especial. Utilizaban la tenora, instrumento propio de la cobla sardanista. Aunque en realidad no se trataba de una tenora, sino de un saxo tenor con el que Joan conseguía emularla. Ellos no dieron nunca mucha importancia al virtuosismo de Joan, dicen hoy. Pero lo que sí es cierto es que eso, junto a la presentación de melodías y ritmos con toques de tradicionalidad catalana, les ofreció la posibilidad de colaborar con la Cobla Municipal de Barcelona. Iste era el sobresaliente otorgado por las autoridades musicales catalanas. Su público era entonces una mezcolanza de aficionados en busca de nuevas tendencias rockeras y de adultos que agradecen una música moderna, pero pulcra por encima de todo.

'Catalonia is not Patagonia'

La Elèctrica Dharma es consciente (le que, hoy, su público ya no es el mismo. "Han quedado solamente los más jóvenes, los que no pueden encerrase en un teatro y mantenerse sentados en un butacón durante más de una hora". Es por ello también por lo que se muestran satisfechos de poder presentar su nuevo espectáculo, Catalluna, en un lugar tan impropio como es el Mercat de les Flors, que les cede el Ayuntamiento de Barcelona, y en Madrid en donde desde siempre, consideran, ha sido más fácil para ellos desenvolverse puesto que hay más espacios disponibles.Catalluna es el espectáculo correspondiente a su último elepé del mismo título. Con una duración aproximada de hora y media, mezcla su producción reciente con algunos de sus temas anteriores y dos piezas inéditas que remiten al grito de guerra de "Catalonia is not Patagonia". Ese internacional sino lingüístico que ellos reivindican como "unas enormes ganas de hacer el indio", se compagina a su vez con el romanticismo a ultranza de otros temas sin nombre. "En medio del espectáculo", describen los dharmeros, "hay un cambio de plano: una calle con un banco y un farol iluminado. Una guitarra acústica, un piano y un saxo interpretan un vals".

Romanticismo y comedia son las dos caras de una misma moneda. A los hermanos Fortuny siempre les gustó hacer el payaso. En sus comienzos hay también la intentona teatral junto a Els Comediants. Intentona que, sin embargo, fracasó: "No encajamos en aquel momento porque pretendíamos hacer cosas distintas. Hoy, Els Comediants han aprendido música, y nosotros hemos aprendido a hacer el carallot (el panoli)". Con esta idea, cada vez más se presentan como un grupo con un espectáculo más complejo, en el que se implican otros ámbitos además de los estrictamente musicales. La conversación, mantenida en una vivienda-taller, deriva hacia el interés por la ópera-rock. "En realidad el nuestro quiere ser un teatro que se respalda en la música", afirman. La posibilidad de confrontar alegría y tristeza, saltar de un terreno a otro sin dificultad aparente, esta es su obsesión.

Sacar jugo a la rutina

Desde hace dos años, los miembros de la Companyia Eléctrica Dharma se han instalado en una casa de su originario barrio de Sants. Es una casa de finales de siglo pasado, en la que vivió una de las familias más ricas de la zona.Después de la guerra se instaló en ella una fábrica de lámparas. Es una casa enorme, con dos terrazas, planta baja y dos pisos, que les permite tener su estudio para los ensayos musicales pertinentes. Además les permite elaborar y construir parte de los escenarios de sus espectáculos.

Sólo dos de ellos han decidido quedarse a vivir definitivamente allí, pero el espacio sobra y cada uno dispone de un lugar para ubicar su habitación propia. Muestran satisfechos las obras que, poco a poco, han realizado con sus propias manos. Parece la representación de la obra de Bertol Brecht La boda de los pequeños burgueses. Tabiques y paredes maestras incluídas se levantaron en los intérvalos vacíos que su actividad musical les asignaba. Pero no sólo eso hicieron. Con parsimonia, muestran cada una de las alcobas, indicando lo que falta por hacer, los materiales con los que han trabajado. Están particularmente satisfechos de dos cosas: de la cocina, embaldosada a la manera gaudiniana, pero aprovechando la porcelana de los platos rotos, y de su mesa de billar, de medidas reglamentarias, dispuesta para el juego en el hangar que sirve de estudio. "Sí, sí, la mesa también la hemos hecho nosotros", dicen.

Y se agachan para enseñarnos las huellas de tamaña construcción casera. Bajo el barniz oscuro se esconden listones de diversas condiciones y calidades. La prueba es definitoria.

Estos muchachos son capaces no sólo de elaborar su música con la moderna afición hacia el espectáculo, sino que aprovechan todos los gestos anodinos de la rutina diaria. Para ello cuentan con la ayuda incondicional de Rosa, que es, además, la novia del hermano más joven, Esteve. Rosa les ha salvado de la batalla con los agentes y las casas discográficas. Ella misma se preocupa hoy de organizar sus giras y de encontrar salida a su producción musical. "Y desde que eso es así", afirman, las cosas andan mucho mejor para nosotros".

Rosa se preocupa también de que la nevera esté siempre llena de alimentos. De limpiar la ropa, adivinando, a menudo, de quien son los pantalones de pana negros o el calcetín con agujero en la punta que ha perdido su par. Rosa va siempre cargada con enormes bolsas de plástico en las que transporta los útiles caseros de la Dharma. A cambio de sus enormes servicios, los hermanos Fortuny y Carles cuidan y aguantan con toda la paciencia posible los desmanes de su Alba, una perra guardiana de poco más de seis meses, que les fue regalada y que parece ya como electrizada por la cotidianeidad de esta comuna musical que es la Dharma.

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