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Tribuna
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La idolatría del número 26

Cuba vive entre la obsesión de la consigna y el fervor del aniversario. Producción y defensa son dos palabras mágicas que asaltan los sentidos de un pueblo acosado por el trópico y por el enemigo de en frente, un pueblo que trabaja y se divierte a un ritmo escasamente acelerado. "A consagrarnos como nunca antes a la producción y la defensa", "cumplir los acuerdos del VI Pleno" del Comité Central del Partido Comunista de Cuba o "ganar la batalla del noveno grado" en educación, son algunos de los eslóganes que adornaban las calles y carreteras de Cuba en el año del 30º aniversario del asalto al cuartel de Moncada. Un aniversario presente en carteles, camisetas, cajas de fósforos y otros gadgets de la revolución, que ya preparaba para 1984 la conmemoración del cuarto de siglo de la conquista del poder por Fidel Castro y los hombres de sierra Maestra.Entre el Museo de Bellas Artes y el Museo de la Revolución -el antiguo palacio presidencial, en cuyas escaleras unas placas recuerdan el asalto fracasado que los jóvenes del Directorio Revolucionario llevaron a cabo el 13 de marzo de 1957-, una explanada alberga el Memorial Granma. Rodeado de palmas reales, el árbol nacional de Cuba, un espacio encristalado con estructura de aluminio guarda el símbolo más preciado de la revolución cubana, un símbolo que da nombre también al órgano oficial del partido comunista y a una de las nuevas provincias creadas con la organización administrativa posrevolucionaria. Es un museo al aire libre, guardado permanentemente por un pelotón de soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), dirigidas por el hermano de Fidel, el general Raúl Castro Ruz. En ese altar profano, el Granma está escoltado por algunos de los trofeos de la revolución: el camión de mudanzas utilizado por los jóvenes del Directorio para el asalto al palacio presidencial con la intención de asesinar al dictador Fulgencio Batista; el jeep desde el que Fidel Castro dirigió las operaciones durante la guerra civil; una tanqueta de las FAR desde la que el comandante en jefe disparó contra los invasores de bahía de Cochinos; dos aviones utilizados también para repeler la invasión de playa Girón y playa Larga el 17 de abril de 1961, y los restos, entre ellos una turbina, de un avión espía norteamericano U-2, derribado cuando sobrevolaba el espacio aéreo cubano.

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Pero si La Habana guarda la mayor reliquia, Santiago de Cuba es la cuna de la revolución. Todo allí es una idolatría del número 26. "Santiago en 26", "Santiago vive en 26", "Siempre es 26" y otros eslóganes recuerdan el asalto al cuartel de Moncada, en la madrugada del domingo 26 de julio de 1953, cuando 133 hombres y dos mujeres -Melba Hernández y Haydée Santamaría- intentaron sin éxito tomar la fortaleza convertida ahora en el Centro Escolar 26 de Julio. Aquella acción, que se saldó con 80 muertos entre los asaltantes, se ha convertido en la gesta máxima, en el principio de todas las cosas, en el punto de partida de lo que culminaría, años más tarde, el 1 de enero de 1959, con el triunfo de la revolución. Hace ahora 25 años.

Todo comenzó en una casita pintada de blanco y ribeteada en rojo. Allí se preparó el asalto al Moncada y se ocultaron los automóviles que participaron en la acción, después de que Abel Santamaría, que murió en el ataque, alquilase aquella propiedad con el pretexto de montar una granja de pollos.

La Granjita Siboney es también ahora una pieza más del gigantesco escaparate de la revolución. Las armas y los uniformes militares utilizados en el asalto llenan las vitrinas del museo, que se completa con recortes de Prensa de la época y con las biografías de todos los combatientes que murieron en el Moncada o en la represión posterior.

También en Santiago, en El Morro, la fortaleza colonial que domina la embocadura de la bahía, la revolución cubana, por expreso deseo de Fidel Castro, ha montado un Museo de la Piratería que constituye toda una filigrana en el arte del didactismo histórico. En las salas del castillo, aplastado por el sol caribeño, unos plafones muestran la historia de la piratería mediante mapas, grabados de la época y fotografías. Sin solución de continuidad, aparecen ahí desde las historias de piratas y corsarios que saqueaban el Caribe en los siglos XVII y XVIII -aquellos que después resucitaron en las películas de Errol Flynn-, hasta las recientes intervenciones de Estados Unidos en América Latina en pleno siglo XX: la intervención de la CIA en Guatemala para derrocar el régimen progresista de Jacobo Arbenz (1953), el desembarco de los marines en la República Dominicana (1965) o las maniobras de desestabilización del régimen de Salvador Allende en Chile (1973).

El museo alberga también armamento, uniformes militares y pequeñas embarcaciones capturados en los numerosos intentos de sabotaje o de desembarco protagonizados por cubanos anticastristas, con apoyo norteamericano, durante el cuarto de siglo posterior a la revolución. El mensaje que se intenta transmitir está claro: los Estados Unidos son los piratas de la época contemporánea.

El Memorial Granma, el cuartel de Moncada, la Granma Siboney, El Morro de Santiago de Cuba... son algunos de los elementos que adornan el escaparate de la revolución cubana, que guarda también como reliquia para exhibir varios vagones del tren blindado, cargado de armas para el ejército batistiano, que fue capturado por la columna mandada por el Che en la última batalla de la guerra civil.

Un testimonio final cargado de simbolismo es una vivienda de La Habana abierta a la curiosidad del paseante, que muestra una fotografía de Fidel Castro junto a una imagen del Sagrado Corazón de Jesús.

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