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El 'efecto harpía' (así puede decirse)

Con esa hache escribo arpía, porque además, según los diccionarios, así puede escribirse; pero también porque hay entendimiento popular de la palabra, cuando se dice, por ejemplo, de una mujer que es una arpía, y en tonces se suele escribir sin hache; y aquí se quiere hacer una reflexión bastante al margen de ese entendimiento corriente, aunque el nuestro también lo sea, o pueda llegar a serio. Amor se escribe sin hache, escribió como título de una de sus Povelas quien fue mi amigo, Enrique Jardiel Poncela. Y ahora, víniendo a nuestro cuento, ¿con hache o sin hache esta arpía o harpía nuestra? Con hache, como decimos, para que la derecha no vaya a creer que la insultamos de este insólito modo. Pues deja derecha se trata, precisamente, en este cuento. Mala prensa tiene todo tipo de arpías, con hache o sin ella, pero nosotros, radicales que somos, vamos a las fuentes; y allí nos encontramos con lo que eran las arpías en la mitología antigua. No hace falta consultar más allá de la "Mitología Universal", -una mitología universal/popular, digámoslo así- de Bergua, para encontrar que en Hesíodo "las harpías son los genios fogosos de la tempestad marítima" (¿qué tendrá esto que ver con Fraga Iribarne?; en lo de genio fogoso quizás haya algo de homólogo; sin embargo no va por ahí nuestra homología); "pero con el tiempo cada vez fueron siendo consideradas más temibles y odiadas"... Tampoco por ahí va la cosa cuando yo pienso ahora en lo que ¡acabo de llamar un efecto harpía. ¿Entonces por dónde? Lo diré en un momento: resulta que sobre lo que yo quisiera llamar la atención es sobre el carácter insaciable de estos rnonstruos (de las harpías: este aftículo se refiere a la derecha en general y no particularmente a don Manuel Fraga Iribarne).

Copio, ya riéndome un poco, de la citada mitología popular: "Monstruos alados rápidos como el viento, tenían una cara horrible y pálida, siempre torturada por el hambre..." (hasta aquí no parece el caso de la derecha; acaso horrible pero no pálida, acaso torturada pero no por las hambres que se producen en el bajo cero de la nutrición, pues éste es, como se sabe, un triste privilegio de los pobres, de los cuales es verdad que muchos están reclutados por la derecha, pero no la caracterizan: no son la derecha, sino todo lo contrario, en la opinión, un tanto temeraria, del sospechoso autor de este articulillo). ¿Qué hambre es, pues, esa que caracteriza a las harpías? Aquí lo dice: "ni las presas que agarraban con sus enormes garras (¿y qué otra cosa se puede hacer, me pregunto yo, un tanto melancólico, cuando se tienen garras sino agarrar con ellas?), y que devoraban al punto, podían calmar su insaciable voracida". (El maligno subrayado me pertenece, por supuesto).

Unas palabras, antes de continuar, sobre esto de los efectos: moda terminológica que parece sustituir o haber sustituido, y ya casi estará muriendo por los terribles efectos de la entropía cultural, al planeta de los síndromes (síndrome de Estocolmo, etcétera), que ha convivido con el tópico de las galaxias (de Gutemberg, etcétera). Todo esto tiñe de gran ridículo nuestra época, que parece la de las galopantes modas culturales; pero ése es otro problema. En cuanto a los efectos, me acuerdo ahora, por ejemplo, del llamado efecto de Beaubourg, el cual lo sería de una causa como la de las instalaciones de París para la cultura popular, y que se caracterizaría de la siguiente manera según Jean Baudrillard: "Beaubourg es un monumento de discusión cultural: en un escenario museístico que sólo sirve para salvar la ficción humanística de la cultura, se lleva a cabo un verdadero asesinato de, ésta, y a lo que en realidad son convidadas las masas es al cortejo fúnebre de la cultura". Leo ahora qúe hay un efecto Casandra, que se produce por no aceptar las advertencias de las catástrofes. Etcétera.

¿Y ahora, por si fuera poco, un presunto efecto harpía? ¿Y por qué no? Es una forma como otra cualquiera de referirse a lo que sucede cuando lo que podría llamarse una situación de izquierda reproduce en términos generales el sistema existente: la sociedad capitalista, más o menos clara u oscuramente militarizada por los, guardianes de tan tradicionales intereses.

Lo que sucede en estos casos es, precisamente, un efecto harpía. Si el proceso de izquierda es fuerte y hasta muy autoritario, como sucedió en Cuba, por ejemplo, son otros los efectos que se producen: bloqueos o invasiones, y otro tipo de males. Pero el llamado -al menos por mí y desde ahora- efecto harpía sucede cuando un gobierno de izquierda y un parlamento en el que esta sedicente izquierda goza de mayoría suficiente para dar un rumbo determinado, progresista (por

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El 'efecto harpía' (así puede decirse)

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no decir revolucionario) a la legislación, se repliega de sus posibilidades y actúa como lugarteniente de la derecha, con apenas algunos retoques más o menos tímidos -en el caso de este año del PSOE, podrían citarse, por ejemplo, los asuntos del aborto y de la educación-

El efecto harpía se muestra en la forma de la insaciabilidad. Alguien que no tuviera en cuenta el efecto harpía podría imaginarse ahora a Fraga Iribarne reconociendo en la gestión del Gobierno del PSOE algunos aspectos positivos desde el punto de vista de la derecha. ¡Nada de eso! Suspenso absoluto, creo que ha sido la calificación del señor Fraga. ¡Y la amenaza de una moción de censura.' Golpee usted a pacíficos manifestantes para eso. Reconvierta usted salvajemente determinados sectores industriales. Gaste en armamento ingentes cantidades de dinero. Promueva a cargos de mayor responsabilidad a gentes cuya actuación al servicio del franquismo fue tristemente notoria. Cierre los ojos a lo que sucede en el trato policiaco de los detenidos. Incumpla la promesa de realizar una consulta popular sobre la integración del Estado español en la OTAN. Haga una ley antiterrorista que no se la salta un torero. ¿Y de qué le sirvió? ¡Suspenso absoluto! ¡Moción de censura! se oye como un trueno en el que el efecto harpia se reconoce incluso en la glotonería con que el sujeto parlante se come letras, sílabas y hasta palabras.

Reconocido es el carácter escrupulosamente democrático que tuvo el proceso de la Unidad Popular en Chile: un proceso legalista y pacífico al que sirvió de marco una Constitución promulgada por la Democracia Cristiana de Frei. Pues bien, yo mismo pude leer en el gran periódico de la derecha chilena, que gozaba de la democrática libertad de expresión, la noticia de que Chile vivía "bajo el terror rojo". Efecto harpía. Puesto que siempre van a decirlo -pensé yo entonces-, quizá fuera cosa de pensar en aplicar medidas un tanto fuertes a esta oligarquía insaciable. El proceso argentino que ahora acaba de iniciarse no sé adónde llegará; pero ha empezado por donde tenía que empezar, para que realmente algo. cambie de verdad en aquella república. Entre nosotros, se hablaba de la necesidad de una ruptura democrática. En Euskadi somos muchos los que seguimos pensando que esa ruptura es una conditio sine qua nom de verdaderos cambios. De otra manera andaremos siempre medio sumergidos y encenagados como hasta ahora. Es preciso saber que la derecha nunca agradece las concesiones que se le hacen, y también que sólo conserva las formas democráticas mientras con ellas se procura el alimento suficiente para su gran voracidad. De otra forma, aparece Pinochet, al cual -creo yo- hay que darle en la cresta justo antes de que nazca; porque luego es ya demasiado tarde.

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