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Leyenda y lenguaje de 'El Víbora'

Un recorrido por el mundo del sexo, droga, violencia y corrupción dibujado por los creadores de la revista de 'comics'

La obra que se ha ido creando a lo largo de los años en la revista El Víbora se puede ver estos días en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, en una exposición que permanecerá abierta hasta hoy. La muestra no se detiene en la aportación artística de los dibujantes, sino que sirve para reflexionar sobre el nuevo lenguaje que han creado estos dibujantes y cuya originalidad proviene de la realidad social. Aquí se propone un acercamiento a ese lenguaje en el que la violencia, el sexo, la droga y la corrupción se entremezclan.

Se lamentaba recientemente el llamado Onliyú, redactor jefe de El Víbora, de la decepción que invadía a quienes visitaban los locales de tan seria revista y se encontraban papeleras llenas de jeringuillas desechables, pistolas en los cajones o navajas automáticas descuidadamente abandonadas sobre las mesas. Y es que El Víbora tiene su propia leyenda bien creada: picos, pinchos, pipas, polvos, e canuto y la priva; locas y mozas progres; lumpen y golpistas borrachones; sexo, droga, violencia y corrupción.Angelitos míos, como también dice Onliyú refiriéndose a los dibujantes y guionistas de la casa; ellos se limitan a hablar de las cosas que pasan, y no las protagonizan necesariamente, al menos a diario. Es toda una realidad social la que ha dado origen al lenguaje, gráfico y literario, de El Víbora. Hemos vivido -y en parte seguimos viviendo- en una sociedad muy rara que recorta una parte de la real¡ dad y le niega vías de expresión Cuando esa realidad aparece, finalmente, por la ventana de atrás el efecto, lógicamente, es terrible, como esos sueños en que uno descubre que en el fondo del inconsciente del más serio de los sociólogos puede estar agazapado un nazi cruel deseoso de hacerle perrerías a Charlotte Rampling.

El efecto explosivo de El Víbora surge, así, de la acumulación en muy pocas páginas de casi todas las subculturas imaginables, la droga, el sexo en sus innumerables variantes condenadas por el Papa, la marginalidad, los ultras, los anarcos dinamiteros. El mérito de la revista es haber conseguido juntar todo eso en una publicación comercialmente viable, a diferencia de intentos anteriores, y ya míticos, que fracasaron quizá a falta del necesario carácter empresarial. Que el editor Berenguer no sea calvinista en su vida privada no parece haber sido obstáculo para que fungiera como capitán de industria en el sostenimiento de este raro tebeo.

El lenguaje literario de El Víbora es una historia complicada, pues bajo la leyenda canalla y feroz de la revista se esconden gustos más que dispares. Así, las delicadas construcciones conceptuales de los guiones de Onliyú, en los que Shakespeare, Darwin o Thomas de Quincey son el pretexto de una elaborada narración, están muy lejos de la destrucción implacable de la lengua castellana a la que han llegado Gallardo y Mediavilla al reconstruir el habla de la marginalidad barcelonesa o el vocabulario cuartelero del golpismo en su fracción alcohólica. En las aventuras del Niñato, por poner un ejemplo, el problema no es que los personajes hablen un castellano muy deteriorado, sino que los mismos textos de apoyo recurren al habla popular ("El vecindario asoma la jeta alarmao... La basca está montando una bronca increíble...").

Las cosas son aún más complejas. Nazario usa un vocabulario realista, sin recortes, en su Anarcoma, pero tampoco carga la suerte. El problema es que en el ambiente se habla de cosas que no se pueden decir en el lenguaje del derecho romano sin excesiva complicación, y para las que, en cambio, existen términos directos y expresivos en el castellano popular. Mala suerte. Y también es posible encontrar parodias del viejo lenguaje del tebeo español más clásico, como en el Roberto el Carca, de Pamies. Ahora la cosa es más fuerte, porque el susodicho Roberto miente a los muertos del faraón y dice palabras feas, pero el juego está claro, y a veces es un guiño al lector por la utilización las mismas viejas palabras en desuso con las que jugaba el Pulgarcito (chafardear, por poner un caso).

La exposición de El Víbora en Madrid no ha hecho probablemente justicia a la riqueza verbal y visual de la revista, pero los textos que acompañaban los dibujos y las fotos de la cuadra de autores ofrecían un contrapunto entre irónico y realista para comprender cómo este tebeo, canalla por excelencia, es fruto de la coincidencia de una necesidad expresiva y de un raro colectivo de señoras y señores capaces de hablar de forma más o menos impresentable de una realidad social decididamente fea. El resultado, lógicamente, no está aconsejado para menores, pero tampoco para treintañeros añorantes de una juventud salvaje y marginal que nunca tuvieron. El Víbora es ya un clásico, y, aunque su lenguaje siga pareciendo muy bestia, cometería un error quien pretendiera imitarlo. El hecho de que el Círculo haya presentado una exposición sobre El Víbora demuestra que este país ha mejorado mucho en algunas cosas, pero también que las posibles posmoderneces ya no van por ahí.

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