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Cuando Dios tiene un sexo

En estos tiempos en los que los tecnócratas sustituyen a los sacerdotes -señala el autor de este trabajo- se suele olvidar que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob es el mismo que el de Sara, Rebeca y Raquel. Perdura la infraestructura de la religión autoritaria y el símbolo de la paternidad divina se convierte en una cultura de dominio, dice, y en las traumatizadas Iglesias de nuestro tiempo se sigue cogiendo el rábano por las hojas.

A lo mejor la decisión del Consejo Nacional de Iglesias de Estados Unidos de "erradicar de¡ texto de la Biblia su marcada inclinación machista" es una decisión algo molieresca y atolondrada, y merece sin duda los sarcarmos que Francisco Ayala le ha dedicado en su comentario Unisex in excelsis. Pero la verdad es que yo no estoy tan seguro de que "esos esfuerzos de los teólogos del feminismo sólo han rendido resultados cómicos", o incluso de que unas actitudes o resultados cómicos no encubran realidades o interrogaciones muy serias. Exactamente ésta: las mujeres, al igual que los esclavos, se han tenido que preguntar necesariamente si el Dios de su fe era verdaderamente el mismo que el que, dotado de los atributos del poder y del señorío o intensamente masculinizado, resultaba de hecho como el garante de una situación de opresión.Inmersa y acosada en un mundo regido por hombres y en una iglesia gobernada por hombres, en un universo religioso, ético y existencial en el que todos los valores y estereotipos de conducta o incluso los modelos del pensar eranmasculinos y la mujer sólo representaba enfermedad, debilidad y peligro, la propia Teresa de Jesús suspiraba, poniendo en sus palabras más protesta que melancolía: "¡Si tan siquiera fuese un hombre!".

Cuatrocientos años después, una teóloga no específicamente feminista, ni mucho menos, no tiene más remedio que volverse a plantear la misma cuestión, incluso en un ámbito político, social y de costumbres en el que las cosas han cambiado radicalmente para las mujeres, aunque quizá más en la superficie que en profundidad: Dorothee Sölle. "Mis reservas frente al soberano poderoso arrancan de la experiencia de Auchswitz", escribe; y, en seguida, explica: "En un texto consciente -por ejemplo, en un escrito poético- ciertas palabras llevan marcado en su carné un destino histórico. Palabras como 'estrella', 'humo' y 'cabello' tenían todavía en 1942 un significado distinto del que tienen tras el mayor crimen e infortunio de la historia de mi pueblo", y "la frecuencia con que hablaban de la obediencia un Eichman, inscrito por sus padres en la Asociación de los Jóvenes Cristianos, o un Rudolf Hess, destinado por su padre al sacerdocio, debería bastar a los teólogos para privár al término de su inocencia teológica. Y nada resuelve el intento obvio de distinguir entre la obediencia a Dios, auténtica o estricta, y la obediencia a los hombres. ¿Es posible criticar que le adopte ante los hombres una actitud que se exige ante Dios y para la que se educa?". Ahora mismo, en el tiempo en que los tecnócratas detentan el antiguo poder de los sacerdotes, "bajo las nuevas modalidades de la obediencia que suelen disfrazarse de simples reglas de juego, perduran los elementos estructurales de la religión autoritaria, y los residuos de una educación religiosa preparan a las masas sin religión para una obediencia de la que han desaparecido todos los aspectos personales y todos los elementos relacionados con la confianza y la entrega" '

Esto es lo que ha hecho, ciertamente, una cultura patriarcalista: no sólo ocultar que el Dios de Abraham, Isaac: y Jacob es también el de Sara, Rebeca y Raquel y el de sus esclavos y esclavas, sino pervertir el símbolo de la paternidad divina para generar únicamente una cultura de dominio. Y perseguir hasta la muerte toda otra simbolización de lo divino que suponga liberación y amor: toda la simbología del Cantar de los cantares y de Dios como Amor y Liberación, y la del Crucifijado absolutamente inerme y abatido.

En este espíritu, se aplastará la espiritualidad cisterciense, que lleva en su entraña la ternura y la alegría; o la espiritualidad de Francisco de Asís, que es de jongleríe y contra el "espíritu de la seriedad", que diría Sartre; o la mística, que tiene noches terribles, pero también encuentros de enamorado.

Escandalizar a su mundo

Jesús mismo había escandalizado al mundo judío de su tiempo llamando a Dios, padre; y con una palabra, "Abba", que es un término del lenguaje coloquial lleno de esa ternura que siempre puede parecer ridícula a quien está al margen de¡ encuentro amoroso en que se realiza, una palabra que equivaldría a "papuchí". Pero, ¿qué podría tener de ridículo la última exclamación de¡ soldado, que muere en uno de esos obscenos episodios bélicos de nuestro tiempo y dice "rnammy"? Cada hombre simboliza lingüísticamente su más profunda experiencia, o su anhelo más profundo en aquellas palabras, o en aquellas imágenes y conceptos que, para él, son limpios e ingenuos y responden mejor a esas experiencias y anhelos; y quizá ocurre a muchas mujeres, como ocurre a D. Sölle: que "con el poder masculino asocio yo cosas como poder gritar, dar órdenes, saber disparar", y no encuentran precisamente que su relación con lo último pueda ser formulada con referencia a lo masculino. Esta es la cuestión, creo yo; y teologías o creencias y fes aparte, me parece muy seria. Lo que ocurre, seguramente, es que las muy traumatizadas Iglesias de nuestro tiempo tienen la rara habilidad de coger continuamente los rábanos por las hojas, y, claro está, esto siempre resulta divertido.

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