Demasiadas catástrofes juntas
(... ) Vivimos hoy en España un permanente dispendio de energías para asuntos muy alejados de los temas cotidianos, que son los que componen el entramado de la vida real. Nuestras autoridades, nuestros presupuestos, nuestro trabajo, nuestra capacidad de pensar... se gastan día a día en lo que se ha dado en llamar la política-política, la confrontación dialéctica, la permanente vuelta de noria de los temas seudoideológicos; la depuración clara o camufiada de los hombres que ocupan puestos de responsabilidad; el acceso de incompetentes a puestos de organización, mando, vigilancia, empujados a ellos no por su eficacia, sino por su coloración política; las presiones para dominar parcelas decisivas de cara a la confrontación política o electoral; la potenciación de partidos y sindicatos a toda costa; la proliferación de puestos políticos y burocráticos no necesarios; la excesiva actividad parlamentaria nacional, autonómica o municipal...Todo este frenesí, ¿no está restando energías, dinero, hombres, organización..., es decir, esfuerzo, para ese quehacer más anónimo y mucho más necesario, como el mantenimiento de nuestros mecanismos de seguridad, su puesta al día, su inspección y vigilancia; el castigo ejemplar ante los fallos; la buena selección del personal; el sentido de la auténtica ética, y no su desprestigio permanente por el uso abusivo de su imagen..., el hecho tan simple y urgente como que las cosas -las anónimas y vulgares cosas que en nuestra civilización llevan no pequeña carga de potencia, peligro y riesgo- funcionen y funcionen bien.
Ésa es la mejor política. Y ésa es la que falla. Son demasiadas catastrofes juntas para no volver sobre este aviso de urgencia.
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