_
_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Deporte y ciencia

La tradicional contraposición entre cultura intelectual y cultura física es un absurdo para el autor de este trabajo, que sugiere medidas para armonizarlas. Entre ellas, la sensibilización deportiva de los intelectuales y científicos y la racionalización del deporte, superando el llamado determinismo del resultado.

El I Simposio Nacional sobre el Deporte en la Sociedad Española Contemporánea, que, organizado por el recientemente creado Instituto de Ciencias de la Educación Física y del Deporte, se ha desarrollado en Madrid hace escasos días, ha supuesto, sin lugar a dudas, el primer intento serio de aproximación entre la ciencia y el deporte que se realiza en España. Esta tarea va a resultar, como toda labor incipiente, difícil, pero deberá superar además unas actitudes mentales fuertemente arraigadas en nuestra sociedad que se empeñan en oponer, en enfrentar la cultura intelectual y la cultura física.Vacío

Como sociólogo me ha preocupado enormemente el terrible e incomprensible vacío que ha separado durante tanto tiempo a las ciencias sociales del deporte, y que, posiblemente, no haya sido sino el reflejo de la dicotomía, el antagonismo incluso, que en nuestro país ha caracterizado la relación deporte-ciencia, y que el propio sistema escolar se ha encargado muchos años en perpetuar.

Ahí está para corroborarlo ese mismo deporte escolar que, años y años falto de un profesorado cualificado, no ha hecho sino provocar una falsa competitividad entre los muchachos, favoreciendo a una élite de privilegiados a costa de humillar en ocasiones, e ignorar casi siempre, al resto de compañeros. Todo ello, por si fuera poco, inmerso en una superestructura escolar que, lejos de procurar una armonía entre deporte e intelecto, ha buscado conscientemente, en muchas ocasiones, un enfrentamiento directo entre ambas aptitudes. Si pensamos ahora que en este marco de referencia es donde se ha producido el primer encuentro que muchos niños han tenido en su vida con la institución deportiva, no puede extrañarnos la situación social que padecemos.

Razón y resultado

Todos los que de alguna manera no sólo compaginamos, sino que identificamos nuestro nterés por el deporte y por la ciencia gozamos de una situación privilegiada en este conflicto, desde la cual debemos esforzarnos por conseguir esa unión de mentalidades ejerciendo una doble función. En primer lugar, sensibilizando deportivamente a los intelectuales y científicos. Se hace necesario mostrar que el deporte significa algo más, que va mucho más allá de un simple estadio aba rrotado de público... En ocasiones se ha llegado a preguntar qué clase de intelectualidad tenemos en este país que es incapaz de captar ese trasfondo que subyace bajo esa punta de iceberg que es el deporte profesional.

Ahora bien, esta tarea debe complementarse con una segunda función no menos importante, la de racionalizar el espectáculo deportivo, que, querámoslo o no, es el que determina en buena medida la opinión que una sociedad tiene de esa institución, y que además -y esto nunca debe olvidarse- constituye ese espejo imantado en el que casi todos los niños se miran en alguna ocasión. Sólo cuando deportistas, técnicos, directivos, espectadores y periodistas sean capaces de superar ese fatídico determinismo del resultado que rige nuestro deporte se podrá empezar a hablar de lógica y de coherencia en el mismo.

Si hay algo que realmente puede enseñar la comunidad intelectual y científica a la familia del deporte es precisamente a respetar ese trabajo continuado y bien hecho que impide, por ejemplo, a un profesor de matemáticas suspender a un alumno que, habiendo planteado y desarrollado correctamente un problema, comete finalmente un simple error de cálculo. Por desgracia, en el deporte profesional no se entiende de métodos, ni de procesos, ni de esfuerzos continuados; allí todo queda supeditado al triunfo, a la medalla.

Alcanzada ésta, la gloria, y si no, se logra el fracaso. No existe término medio. Poco importará una labor de meses, años incluso, si en el último segundo el deportista marra el golpe o falla el tiro. El resultado se convierte, de esta forma, en el fin último, en la única razón explicativa de todo comportamiento deportivo. Así está estructurado el deporte y así se rigen, por desgracia, los hombres a él vinculados.

Sólo cuando consigamos cerrar esa brecha abierta entre mentalidades científicas e intelectuales y mentalidades deportivas -y, en este sentido, la experiencia del simposio obliga a ser abiertamente optimistas- podremos aupar al deporte a lo más alto de un podio del que nunca debió descender.

Javier Durán González es sociólogo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_