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La bioalimentación del ciudadano alemán

El alemán responsable y preocupado por su salud se levanta todas las mañanas de su cama cubierta por un bioedredón de plumón, se embute unos calzoncillos de puro algodón natural garantizado, se lava con agua pura de manantial de las montañas escocesas, se atusa los cabellos con champú de ortiga y unge su cuerpo con leche de almendras naturales. Para desayuno toma panecillos de harina de trigo untados con mantequilla de felices vacas, que no han catado en su vida una sola brizna de hierba impregnada de abono o insecticida. Quizá también haya un huevo de gallina andarina en libertad por el campo y para acompañar una tacita de té de salvia importado de Córcega. Los niños beben leche biológica de cabras retozonas. El ama de casa recibe, por todo ello, atentos cumplidos: para la adquisición de tan valiosos comestibles Se desplaza hasta la biotienda Rapónchigo. El que para todo ello tenga que utilizar el doble del presupuesto familiar no le preocupa mucho al cabeza de familia. Porque ¿se puede gastar el dinero en algo mejor que en la propia salud?El amor a las alternativas, a menudo sin concretarse en ámbitos políticos, es algo muy afín al ciudadano alemán. En este caso, las materializa y vive a través del estómago. Es sabido que los avances en la investigación de abonos e insecticidas han beneficiado a la agricultura. Del mismo modo se han detectado sus perjuicios. El negocio de los alimentos naturales está en manos de cultivadores ecologistas que pretenden sanear campos y frutos, pero también de especuladores y traficantes ávidos de ganancias. Pronto inventarán el biocoche y el biocigarro para ofrecérnoslo. (...)

2 de diciembre.

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