España ha apostado fuerte para fijar una fecha para el ingreso
El Gobierno que preside Felipe González ha apostado fuerte por que Atenas se pronuncie por una fecha para el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea, y, así, ha cambiado la estrategia mantenida hasta ahora y que decía que no había que caer en la trampa de las fechas. Si la cumbre europea es un fracaso, no cabe esperar mucho de ella. Pero si Atenas logra crear un consenso sobre la reforma interna de la CEE es probable que, si Francia no plantea mayores objeciones, haya fecha. Pero también es probable, y así lo indican los últimos documentos preparados por la presidencia griega de la Comunidad, que no sea la fecha que Madrid espera, la del ingreso, sino la del final de las negociaciones. Con ello, España habrá caído de lleno en la trampa de la fecha.Estos documentos indican que el "Consejo Europeo tendrá que fijar una fecha-objetivo en la cual se debería terminar lo esencial de las negociaciones" -la expresión no puede ser más vaga-, y recoge también la tesis de que los parlamentos nacionales deberían ratificar los tratados de adhesión paralelamente a la ratificación de los nuevos recursos financieros -si los hubiera- de la CEE. La fecha del 1 de enero de 1986 está en el contexto de estos recursos y no en el de la ampliación.
En las reuniones preparativas se habló de 1984 como término de las negociaciones, lo cual forzaría a España a negociar quizás en condiciones inaceptables. Desde luego, junio de 1984 sería técnicamente imposible. Pero detrás de esta propuesta se esconde algo más. Por una parte, el no entrar en una fecha de ingreso que es, jurídicamente hablando, competencia de los parlamentos nacionales, pues son ellos los que ratifican. Por otra parte, algunos países piensan que fijar la fecha del ingreso sin la del final de las negociaciones podría alargar éstas.
Finalmente, hay otra razón escondida: algunos Estados, como la RFA, no quieren dar un cheque en blanco sobre el ingreso a España sin estar seguros de que permanecerá en la OTAN, y así, con una fecha y sin la otra, se consigue una forma indirecta de presión. El canciller alemán Helmut Kohl fue bastante explícito esta semana al relacionar el tema del ingreso de España en la CEE con "reflexiones sobre la política de seguridad relacionadas con España y la votación sobre la OTAN, que tenemos que sopesar". Y lo sopesan. Tanto que, paradójicamente, quizá salga la fecha sibilina para impedir que España, llevada por una opinión pública contraria a la OTAN, se salga de esta organización.
Dicho sea de paso, algunos -si no todos- sectores del Gobierno español insisten tanto en la fecha por estas mismas razones. Hay cierto miedo a plantear el tema de la OTAN sin tener el ingreso en la CEE en el bolsillo. Manuel Marín lo dijo bien claramente en unas declaraciones a la agencia de noticias Reuters: "Si la cuestión de la Comunidad sale mal para España, el voto (en el referéndum) será contra la OTAN. Habría una ola nacionalista que sería muy difícil de controlar".
Tema político
No hay razones económicas de peso para entrar un año antes o un año después en el Mercado Común. Lo que está ahora planteado es un tema de política, por ambas partes y al más alto nivel. Claro que luego hay que bajar al nivel de la negociación diaria de los distintos capítulos, y en esta casa de verduleras lo que cuenta son las consideraciones comerciales. En esto no hay nada nuevo. Pero a este nivel más bajo los nervios están a flor de piel, e incluso más allá. Así, un director general de la Secretaría de Estado para las Relaciones con la CEE tuvo un encuentro quizá demasiado violento el viernes en la Comisión Europea en torno al capítulo agrícola.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.