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EI Mediterráneo

Trova y trobadas de música del Mediterráneo, del Mediterrani, en este nacimiento verde y azul de noviembre, cuando el paganismo se estiliza casi en misticismo, Ajuntament i Diputació de Valencia, mujeres de fruta esbelta, sátiros de chifla triple. Es lo que he visto. Ayer hablábamos aquí de Tàpies, ese anacreóntico hacia adentro, que ha sometido el rizado y largo labio del Mediterráneo a una contenida alusión de sí mismo. (Tranquilo, Jaime, tranquilo, que el talón ya es corriente y tu prestigio no ha sufrido.) Hoy hablamos del Mediterrani que se le escapa a Tàpies, pese a todo, y a cualquiera, átame esa mosca jónica por el rabo, en la tercera edición de la Trobada, adonde se nos apareció Abu Abd Muhammad con cara del año 1177, para hablarnos de Valencia con grandes verdades. Pero Vicent Torrent lo explica mejor que yo. Ahí están los tunecinos, muchacha en quien la falda a la moda de tres vuelos queda ricamente legendaria, presentando, frente a los cristians, las elites de Al Andalus. Una dulce vi olencia que rompía con los Ateneos Mercantiles. Coro de Fonni, corazón de Sardenya, cuatro tenores entrados y gor dos, como debe ser, con algo de arrieros aristocráticos elegantizados por la música. Qué cosa, el Mediterráneo, oiga. Luigi Lai, también de Sardenya, los Launeddes, familia de tres tubos de caña, como tres pastores griegos que se han encontrado a la sombra del Partenón para tocar sus chiflas. Hoy pasan acorazados de inmensidad y silencio -¿rusos, americanos?- por el cansado e incansable Mediterráneo. Biljana, Macedonia (lugoslávia). Yugoeslavia sin Tito pero firme en su acantilado histórico, con hombres de difícil histrionaje musical. País Valencià. Cant D'Estil. Por el apóstrofe conoceréis a estas razas de palabra suave y música reiterada. Todo esto está pasando en el Meditarráneo mientras el lago roto de nuestra cultura es patrullado por los grandes m onstruos marinos (que ahora vienen de la tierra, en movimiento inverso) y el hígado de Homero se empalidece y envenena de dedeté. Sobre un esquema rítmico de base, la improvisación melódica. Tanrikorur, de Turquía, música folklórica y música tradicional, algo así como un hombre con dos guitarras tocando al mismo tiempo. Un milagro popular y culto, antiguo y actual. Tomeu Penya, el sherpa de Mallorca, gorro de montañero, rizos de tuno, una cosa entre palestina y colegial, un hombre que canta cosas suyas y cosas de la tierra, de la isla. Insondable Mediterrani, con el fondo tan inmediato, que sigue pululado de sirenas, sátiros, pastores que apacientan la música y valencianas que miman el perfil de la danza. "El carrer es la festa". Fiesta en la calle ha sido siempre el Mediterráneo, que, para casos de emergencia, tiene la salida de tirarse al mar y convertir en naumaquia la orgía, el peligro y los tanques de Milans o los coroneles griegos. Músicos del Nilo, que vienen de Egipto con el vendaje en la cabeza, el bocio lírico, los últimos dedos anillados, sólo los últimos, bigotes del alto Egipto, instrumentos de bolillo popular. Gente de Nápoles, conjuntos que se formaron en los años calientes de la contestación, unas mocedades de hoy con trasfondo de tarantela revolucionaria. Chicos y chicas de Catalunya, con el pelo largo y la ropa de balneario, pertrechados de clarinetes y violines, con bosque y orla novecentista al fondo. Carraixet, del País Valencià, gente corriente de ahora, alegre carne de elepé.Homero y los delfines tienen el hígado lastrado de estroncio/90. Pero, de Valencia a Montpellier, el Mediterráneo canta, ha cantado estos días, con su instinto profundo de la fiesta y la noche. Es lo que he visto. Aquí nació la idea y aquí -ay- morirá. Pero morirá cantando, perpetuando el último aire de flauta que aprendió Sócrates antes del alba y la cicuta. Lo demás son neutrones.

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