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La población granadina apoya al invasor y espera ayuda económica

Andrés Ortega

ENVIADO ESPECIALEn Beausejour, al oeste de la isla y al norte de la capital, Saint George, el día de la invasión, marines y paracaidistas habían desembarcado y atacado una gran antena de onda media y sus servicios de apoyo. Los destrozos eran patentes y los impactos de bala mostraban que allí se había producido una lucha encarnizada. El olor era espantoso. Al abrir una puerta, podía verse como un soldado granadino yacía muerto, quizás desde hacía una semana, rodeado de moscas y otros insectos. En una habitación trasera, a la que seguramente se había arrastrado sangrando tras ser herido, otro soldado regular granadino estaba muerto, de bruces. Les habían quitado las armas, eso sí, pero les habían dejado allí para que se pudrieran.

En la capital, los aviones estadounidenses habían bombardeado el hospital psiquiátrico. Estaba destruido. Según testigos, "se habían sacado ya de los escombros 12 cadáveres. Pudimos ver cómo sacaban otro a trozos, pues había quedado destrozado cuando dormía en su litera". Y el olor a muerto se repetía en diversos lugares de la batalla, como en la antigua residencia del primer ministro, machacada por la fuerza aérea norteamericana.

El lunes, por -vez primera, se habían abierto algunas escuelas, pero, según un maestro canadiense, "los chicos estaban más interesados en discutir los acontecimientos que en recibir lecciones". El gobernador de la isla, sir Paul Scoon, había solicitado a la población que volviera a su vida normal.

Las patrullas y los puntos de control se multiplicaban, pero desaparecían de la misma forma que aparecían, en un constante movimiento. En alguno de estos puntos se había detenido a un par de resistentes.

Los norteamericanos se lanzaron el lunes a una amplia operación por tierra y por aire para peinar la isla y eliminar a los guerrilleros cubanos y granadinos que pudiesen quedar después de haberse echado al monte tras la invasión. Cada jeep que se adentraba en las malas carreteras y caminos de la isla -cuyo control no está totalmente asegurado, según un portavoz norteamericano- iba escoltado desde el aire por un helicóptero. Se trata, en una primera fase, de asegurar los pueblos principales y las pequeñas pistas de aterrizaje existentes. Según el citado portavoz, hay todavía bolsas de resistencia formadas por grupos de dos o cuatro personas. Los norteamericanos intentan minimizar sus propias bajas.

En el centro de la isla, sobre uno de sus montes más altos, el Grand Etang, se pudo ver cómo un gran cañón de 105 milímetros de calibre disparaba de cuando en cuando. ¿Contra quién? Es un misterio, pues se desconoce el número de resistentes que pueda haber todavía. Las opiniones Varían entre menos de una docena y dos centenares. Los norteamericanos disponen de aviones radares, el C-130 Spector, con visores infrarrojos y computadora para intentar localizar a las guerrillas.

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No hay duda de que, al menos según todas las apariencias, la población granadina apoya al invasor y prefiere no utilizar este calificativo. Los chivatazos y las denuncias son constantes. Pudimos presenciar cómo una joven fue a ver a un oficial norteamericano con supuesta "información vital".

Los granadinos, esperan ahora mucho de EE UU, especialmente en el campo económico, mientras se han sentido abandonados por su potencia colonial, el Reino Unido, y, muy particularmente, por Margaret Thatcher.

La clave Bishop

Todo gira siempre en tomo a la muerte de Bishop, pues, como indicó un granadino, "si hubiera estado vivo yo habría ido a luchar contra cualquier invasión. EE UU hubiera tenido muchas dificultades en hacer lo que ha hecho".Pudimos comprobar las armas que había en unos grandes depósitos y, efectivamente, había muchas, desde lanzagranadas a fusiles y ametralladoras o morteros. "Suficiente para equipar a dos brigadas, 6.000 hombres", estimó un militar norteamericano. Las armas eran de fabricación soviética, china y hasta norteamericana. Las instrucciones estaban en algunos casos en ruso. Y había cajas y cajas de municiones, algunas de ellas marcadas como paquete de arroz, despachadas por la oficina económica cubana.

Pudimos asimismo ver el campamento de los prisioneros de guerra cubanos, donde se encuentran unos 650 bajo una fuerte escolta militar. Los prisioneros viven en los barracones que usaban cuando estaban construyendo el aeropuerto. No nos dejaron hablar con ellos, ni acercarnos a más de un metro por miedo a que saltasen. Algunos de los cubanos podrían haber sido soldados, pero también se veía mucho barrigudo ajeno a lo estrictamente militar. Los representantes de la Cruz Roja Internacional visitaron ayer el campamento y comenzaron a tomar las disposiciones para llevar las estadísticas y evacuar a los heridos y muertos cubanos, en número aún indeterminado estos últimos.

En la ciudad no se pasa hambre. El lunes, ante las sospechas de la inminente invasión, el Consejo Militar que dirigía esos días Granada levantó el toque de queda de 24 horas impuesto una semana antes. La gente se tiró sobre los supermercados "como si hubiera sido Navidad", declaró un granadino.

En un primer intento de buscar una salida para los prisioneros cubanos, el embajador especial de EE UU, John Gilespi, se entrevistó ayer, lunes, en Saint George con el embajador cubano local, Julián Torres Risu. Según declaró a EL PAÍS el primer secretario de la Embajada cubana, Gastón Díaz, "se trató el tema de la mediación ofrecida por España y Colombia para sacar a los cubanos".

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