Un viejo cementerio abandonado sirve de vivienda a una familia extremeña
José Cardoso, 26 años, trabajador eventual; Josefa Carvallo, su mujer, 24, y los dos niños vivían hasta hace dos semanas en un chozo. Ahora, tienen su hogar en el cementerio solitario de Sagrajas, un poblado de colonización situado a 10 kilómetros de Badajoz. La falta de viviendas y las escasas 30.000 pesetas mensuales del cabeza de familia no dan para más.
Josefa hace punto mientras espera tranquilamente el regreso de su marido, sentada junto a la tapia del cementerio. Por la noche se reúnen en torno a la mesa de autopsias, y los críos, a la vuelta de la escuela, juegan al escondite por el solar enorme que un día se construyera para albergar muertos y hoy está abandonado."Yo no soy supersticiosa; a lo mejor, si lo fuera, no hubiera sido capaz de venirme a vivir aquí, pero no me importa; estoy muy contenta", dice la mujer. "Esto es como si fuera un cortijo, sólo y alejado del pueblo. Algunas veces, cuando limpio la mesa del comedor, como sé que se construyó para hacer las autopsias, me da un poco de repelús y me imagino cosas raras; pero miedo, la verdad es que nunca he sentido".
José Cardoso es obrero eventual y trabaja en lo que le sale, unas veces más y otras menos. Antes vivían a 15 kilómetros del pueblo, y cuando le surgía alguna cosilla tenía que hacer latrayectoria con una moto renqueante que la mitad de las veces no funcionaba. En otras ocasiones, el mal tiempo impedía hacer el viaje, añadiendo al poco trabajo los grandes inconvenientes de vivir tan alejados.
José y Josefa pidieron ayuda al alcalde de Sagrajas, y éste tuvo la idea. El viejo cementerio, construido hace 30 años y abandonado, tenía unas dependencias que podían servir de hogar. La propuesta fue aceptada de inmediato por José; su mujer, como no es miedosa, tampoco puso ningún inconveniente. "La verdad es que esto es muchísimo mejor que, vivir al cielo raso". De forma que sin más preámbulos, y después de algunos arreglillos, se hizo el traslado. En las paredes de lo que fue diseñado como sala de autopsias cuelgan algunos cuadros y fotografías de boda; la mesa de baldosas blancas se utiliza, para comer y sirve de separación a las camas; enfrente, de cara al camposanto, los niños juegan a esconderse en el medio derruido horno crematorio. La verja de la entrada y la capilla vacía completan el ambiente.
Sin los servicios mínimos
Aparte del techo y las paredes, la vivienda carece de los mínimos servicios: no hay agua ni luz eléctrica. Todos los días, Josefa va hasta el pueblo, a dos kilómetros de distancia, para traer agua en una garrafa. "Eso es lo peor de todo: no tener ni una comodidad. Lo demás no me importa", dice."A mí me da verguenza", comenta el padre, "que mis hijos sepan dónde han tenido que vivir". En el colegio ya les llaman Ios del cementerio". Josefa, sin embargo, dice que, aunque los pequeños son conscientes de la situación, permanecen ajenos a ella. "Para los niños, la palabra cementerio no tiene ningún significado, no comprenden todavía lo. que es la muerte". "Yo sí, pienso mucho en ella, me da pánico", añade riendo, "pero no por el hecho de estar aquí. Antes apenas había pisado un cementerio; sólo cuando murió mi abuela, que fui a su entierro; pero, desde luego, lo que más me preocupa es no tener agua ni luz".
Sagrajas es un pueblo muy pequeño y la noticia ha corrido como la pólvora. Las bromas y los comentarios son inevitables. José ha llegado a hacer unaapuesta con un amigo si iba a visitarle: eran 500 pesetas. El amigo, medio en broma, medio en serio, ha dicho que no.
El alcalde de la localidad asegura que las cosas se han desorbitado mucho. "Vivir allí no tiene ninguna importancia: es un cementerio que no se utiliza. Creo que hacer un drama del asunto es exagerar. Allí no se entierra a nadie. Los muertos de Sagrajas descansan desde siempre en el cementerio municipal de Badajoz". Sin cipreses, sin cruces, sin historias tenebrosas, José y su familia sueñan bajo techo con un hogar de verdad.
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