Granada
Granada no es más que la metáfora de lo que el mundo puede hacer con el mundo. Reagan no ocupa la totalidad de las repúblicas suramericanas, pero invade brutalmente Granada, ofrece una muestra de su poder y decisión. Y, sobre todo, una maqueta de lo que el mundo está necesitando: el mundo, en todos sus reinos cínicos -la política, la economía, la demografía, el armamentismo, el diálogo Norte/Sur-, está necesitando una guerra convencional muy localizada, está necesitando una pequeña guerra que todo lo cambie para que todo siga igual. Andropov y Reagan tienen demasiadas armas totales. América del Sur reflorece de "flores silvestres y campesinas", cantadas por Dolores del Río, que son otras tantas revoluciones de coloración marxista o populista. En las repúblicas de la Unión Soviética, por contraste ecológico/político, que viene a significar lo mismo, reflorecen las subversiones libertarias, religiosas, intelectuales, obreras, más una bailarina de crespón y geometría que pide asilo en una Embajada occidental.Hay que matar gente, hay que promocionar la industria de la guerra, que está a tope, hay que resolver las tensiones internacionales y, sobre todo, hay que volver a empezar por el principio, desde el cansancio, el miedo y la indiferencia de la gente, para rehacer cuidadosamente los viejos sistemas y que todo siga igual. Como la guerra de los mundos es un demasiado, se busca urgentemente una guerra convencional, limitada, parcial, por unos o por otros, Afganistán o Granada, que dé salida a todo esto y permita a la humanidad seguir siendo humana.
Lo mismo pasó en el 14. Y los poetas, las vanguardias, los surrealismos y la cultura, de Apollinaire a Marinetti pasando por el sigiloso Jaeques Vaché, encontraron la guerra fascinante. Eran anarquistas de derechas y sólo querían un poco de mogollón, más la belleza inédita del cañón Berta. Ahora, el anarquismo de derechas ha cambiado de signo y pide salvar las ballenas, en un grito tan sentimental como el de "Salvar las putas", que lanza el concejal Barranco y aquí se glosó ayer. La guerra del 14 nos trajo el jazz. La guerra de España nos trajo La Codorniz. La guerra mundial nos trajo el rock, Elvis Presley y todo eso. No puede decirse que las guerras no traigan cosas. Las guerras son el paso atrás que da la humanidad cada cierto tiempo, contra lo que expliquen los esteticistas de la guerra, comidos por la polilla de su álbumes con láminas guerreras del XVIII. Menos mal que la humanidad, luego, da los dos pasos adelante que dijo Lenin. Es igual. Todo cabe en una manifestación. Hasta la que en absoluto se ha manifestado. Granada es la maqueta o modelo para armar la guerra que estamos necesitando en estos momentos. Una guerra controlada/localizada en la que mueran varios millares o millones de hombres, pero unos hombres de color indeciso que realmente no acabamos de considerar parientes. Tanto el capitalismo como el sovietismo tienen que resolver sus contradicciones internas, tan nombradas, mediante una guerra, que no puede ser la nuclear, claro, porque convertiría al Pentágono y el Politburó en los asesinos de sus nietos, y nada como un nieto o nietecita para un abuelito prematuro. Siempre quedan por la cartografía y los rollos geodésicos unas ciertas razas que no son ni ínclitas ni ubérrimas, sino desteñidas y desmemoriadas.
Siempre queda material humano, o lo que sea, para hacer una guerra convencional. Después de las guerras se parte de cero, y eso es lo que necesitan los Dos-Grandes-Sistemas, que tienen ya el pelo blanco y el bigote negro, como los payasos viejos. Granada es una metáfora, ya digo. "A las que sepas, mueras. Y sabía hacer saetas". Pero Reagan me parece que no ha leído a los primitivos castellanos.
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