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IV Festival de Jazz de Madrid

No pude ver a Miles Davis

Chastang-Sylvester Septet. Miles Davis.

IV Festival de Jazz de Madrid. Palacio de los Deportes.

25 de octubre de 1983.

Con lleno y la actuación de los grupos de Chastang-Sylvester (al final, un septeto) y Miles Davis, se inició el Festival de Jazz de Madrid. Este año hay un equipo impresionante de sonido, y un sistema de televisión con pantalla gigante para que lo vean los de atrás. Luego resulta que quienes no vemos somos los de las primeras filas, a quienes nos invitan al festival a lo mejor para que critiquemos de oído, porque con la patulea de fotógrafos -con o sin credencial-, y de gente en general que se amontona allí delante, no hay quien vea nada. Todavía durante lo de Chastang y Sylvester se podía atisbar algo, y la actuación mereció la pena por una balada y el tema subsiguiente, una composición de aire latino muy bien iniciada al contrabajo por Chastang, después de un solo del percusionista.

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La segunda jornada

Luego, con lo de Miles, empezó a acumularse el personal, y allí no hubo quien se enterara. Ya queda dicho en otra parte que el otrora huraño Miles Davis es ahora una madre, un señor muy simpático.

En el descanso nos enseñaron un vídeo en donde hasta mostró los dibujos que hace. Después, durante el concierto, tocó el sintetizador en los conjuntos y dejó también caer en ellos algunas notas con la trompeta, que contrastaban en la fragilidad y la pureza de su sonido con la fuerte amplificación del grupo. De cuando en cuando, me pareció entrever que se adelantaba y entonces sí, entonces el grupo era como si dejara de tocar y allí surgía el Miles maravilloso de los mejores tiempos, la quintaesencia de la peculiaridad del lenguaje del jazz. ¿Se imaginan lo que significaba entonces, para un incondicional como el que suscribe, estar allí y no poder ver nada?

Como ahora Miles se ha vuelto bueno, deja a sus músicos que toquen mucho. Creo que el mejor de todos es el nuevo bajista, que condujo la música magníficamente en los mejores pasajes del concierto. Scofield es un guitarrista blanco que toca bien los blues, pero como los toca después de Miles, la verdad es que desmerece.

Bill Evans -no el pianista, q.e.p.d., sino un descubrimiento de Miles- hizo una bonita coda al saxo tenor; al soprano y la flauta da la lastimosa impresión de llevarse los solos aprendidos. El percusionista hizo un solo muy largo pero, o yo no entiendo de percusionistas, o aquello no tuvo nada de particular. Al Foster acompañó bien en aquellos momentos confidenciales en que Miles fue Miles, y también tuvo ocasión amplia para hacer el bestia, que es lo suyo. A Foster me lo taparon todo el tiempo. Lo dicho, señores de la organización: cuando quieran les devuelvo las invitaciones. Inviten ustedes a otro. A mí véndanme unas entradas decentes, lejos de la primera fila.

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