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El movimiento continuo

Rosa Montero

Esto es el no parar. El personal se ha puesto en pie de guerra y se ha lanzado a las aceras. El aire de los días se alborota con estruendo de pisadas. Quizá las crisis sean ahora más críticas, o quizá lo sean las personas. El caso es que Europa se eriza en manifestaciones colosales. Es la versión moderna y ciudadana del echarse al monte: en las sociedades industriales, el único monte a mano es el asfalto.Ha sido un fin de semana agitadísimo. Un millón de participantes en Alemania, otro millón en Italia 250.000 en Inglaterra, todos contra la pesadilla nuclear. En España han coincidido las marchas pacifistas con las concentraciones contra ETA. Siempre ha habido manifestaciones: la diferencia es que ahora son más y somos muchos. Lo singular es la monstruosidad de proporciones. Las paredes de la pasividad se resquebrajan y hay un imperativo en el ambiente: dar la cara, sumar cuerpos, patear calles y, fantasmas.

Nuestro país es experto en estas lides. Guardamos reciente memoria de muchas manifestaciones diferentes. Es un aprendizaje que nos ha sido regalado por el anterior régimen y por lo peculiar de nuestra historia. Por eso, cuando ahora me zambullo una vez más en multitudes, no puedo evitar el recuerdo de las convocatorias pasadas, de las luchas. Mis pies pisando siempre el mismo monstruo, que se resiste a perecer. Ahora nos manifestamos frente a la atrocidad de ETA, o ante el miedo de que el frágil montaje constitucional se desbarate, o contra el reventón atómico final. Tres amenazas distintas y un solo peligro verdadero: la locura destructiva, la barbarie. O sea, la esencia del fascismo. Siempre se combate por lo mismo.

Esto es lo malo. Europa está en pie de guerra, pero es una guerra defensiva. Nos movemos porque se nos mueve el mundo. Protestamos porque tenemos miedo. La tierra sería una región más confortable si fuéramos capaces de movilizarnos por algo más que por puras razones de pavor. Si supiéramos luchar por una sociedad distinta que destierre lo brutal, en vez de esperar hasta que la brutalidad nos arrincone y nos obligue a protegemos. Ése es el único reto, la esperanza: el aprendizaje del movimiento continuo. Del futuro.

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