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Cuando hay que 'comprimirse'

Hay que comprimirse, dice un personaje de La verbena de la Paloma; es un madrileñismo cómico, por reprimirse. Los periódicos son una escuela del arte de comprimirse, a condición de que se sea buen alumno y que, cuando las líneas que sobran van a parar al limbo de los ordenadores o se quedan simplemente en el ordenador, -antiguo, primitivo- de la cabeza, no se quede una cierta ración de la injusticia. Quedan ganas de contar la saga de los Bódalo-Zuffoli y de cómo aquel José Bádalo fue entonces el mejor intérprete de Don Hilarión, precisamente en la zarzuela, donde ahora va a reencarnar en su hijo (el estreno del personaje lo hizo Manolo Rodríguez, en Apolo, y no gustó: "Excesiva mímica, sí graciosa, como siempre, un tanto apayasada", le dijeron), que, actor de comedia, sabe obtener del personaje esa pícara ingenuidad, esa pasión por las hijas de Eva, que él hace más natural que obsesiva: el gesto no excesivamente avejentado y, sobre todo, la colocación de las frases.Tan imprescindible en este caso porque La verbena no es obra de un libretista menor, como fácilmente pasaba entonces, sino de un escritor, al que le venía también de una dinastía: la de Ventura de la Vega. Claro que Ricardo de la Vega -este escritor que se amadrileñaba él mismo y vestía de capa y bombín, mucho más popularizado de lo que su clase social permitía- no era el autor de la música, como el mal arte de comprimirse hacía aparecer, sino el de un texto que, según la leyenda, pasó de un compositor a otro, porque este autor mandaba en los músicos (y no al revés, como solía suceder), y cómo Chapí, a su vez, devolvió el libreto porque no le gustaba; y cuando lo aceptó, después de haber terminado su partitura, dudó de sí mismo y exclamó: "Me parece que esta vez me he equivocado..." Pequeños entresijos del teatro, y su historia, y su derivación hacia esta actualidad en la que habría que convenir claramente en que Bódalo hace una creación sobre la creación.

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