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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Una idea nueva: democracia para Francia

La democracia francesa está sin aliento. Es penoso decirlo, puede parecer paradójico y seguramente a los oídos de algunos no les resultará muy agradable. Pero así es. Y a los socialistas franceses se les debe considerar los principales responsables de su mal estado. ¿Por qué? Porque ya llevan en el poder dos años. Porque eran los únicos que estaban en situación de resucitarla y de trabajar por su renovación. Y además, ¿a quién más se podría coger? ¿A los comunistas? Hace ya mucho tiempo que no se espera nada de ellos. Sobre todo en este terreno. En cuanto a la derecha, es inútil insistir: en los últimos 20 años ha hecho todo lo posible por mantener un clima de represión y de regresión social. La escalada racista y fascista de este verano, la persecución de los emigrantes, las elecciones de Dreux y muchos otros síntomas son la prueba de un largo proceso de descomposición e infantilización de la opinión democrática. Habría que meterse de una vez en la cabeza que la democracia no es una virtud trascendental, una idea platónica que flota por encima de las realidades. Es más bien como la forma de los deportistas. Hay que cuidarla y desarrollarla; puede mejorarse o decaer según los cuidados que se le dediquen. En Francia está anquilosada, miope; tiene enfisemas, celulitis. Se rae puede decir que no ha hecho falta que llegaran los socialistas para que se convirtiera en eso. Efectivamente. Pero la situación no ha sido jamás tan grave: todos los engranajes de la' representación popular están enmohecidos. Los sindicatos se mueven en el vacío (quizás con la excepción de la CFDT). La vida asociativa ronronea en un rincón.En el antiguo régimen, por lo menos, los partidos de izquierda y los grupúsculos extraparlamentarios conservaban un mínimo de función de puesta en cuestión del orden establecido.

Sí, ya sé que de una manera muy poco eficaz y con frecuencia francamente débil. Pero por lo menos ocupaban un terreno delimitado: encarnaban, entre otras cosas, el futuro. Todo esto está hoy revuelto. François Mitterrand y sus compañeros han legitimado el sistema profundamente perverso y antidemocrático del presidencialismo golista. En vista de eso no es extraño que suceda que el buen pueblo tenga a veces tendencia a abandonarse al nacionalismo y a la xenofobia.

No solamente se han esclerotizado y alistado al corporativismo los partidos de izquierda, sino que el parlamentarismo mismo ha comenzado a degenerar. Los parlamentarios se han convertido en simples funcionarios. No hay duda de que las instituciones representativas tradicionales, en su funcionamiento actual, son obsoletas y que corren el riesgo (le encontrarse, en el futuro, más y más desfasadas en relación a las fuerzas vivas de las sociedades con alto desarrollo de los sistemas de comunicación. ¿Es ésta una de las razones para dejarse llevar por el viento, para reforzar hasta la náusea la infantilización crónica de la opinión mediante el sistema de encuestas y vedettismo televisivo de los líderes políticos y los sindicatos? ¿Se comprenderá por fin que tal sistema no expresa para nada las tendencias profundas de la opinión?

Es la noción misma de tendencia profunda lo que conviene examinar aquí. Es científicamente nula; se funda únicamente en una concepción conservadora de la sociedad. Efectivamente, esta opinión que se pretende extraer de los sondeos y de los juegos televisivos electorales la emiten solamente individuos aislados, serializados, a los que se les ha puesto por sorpresa frente a una materia de opinión prefabricada. La elección que se les ha propuesto, como si fueran perros de Pavlov, es siempre pasiva, no elaborada, no problematizada y, en consecuencia, siempre tendenciosa. "¿Cuál de los dos prefieres?". Se presentan dos paquetes de superdetergente. ¿Pero cuándo se podrá elegir algo diferente de este género?

Falta voluntad e ideas

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Un socialismo antiestalinista, antiburocrático, a favor de la autogestión, no podrá tener sentido más que con la condición de que haga suya esta problemática de la democracia. Es doloroso constatar que en este sentido los socialistas andan cortos de ideas o, por lo menos, cortos de voluntad. Su proyecto de centralización no marca ningún progreso verdadero en el sentido de la promoción de una democracia social. Hace falta un proyecto coherente que tienda a dar a la. vida asociativa el peso económico que debería recuperar.

El resultado más desolador ha sido el escándalo de las radios libres que han sido entregadas atadas de pies y manos á los pequeños negocios comerciales y políticos. Por su parte, la Administración y los cuerpos del Estado resultan incapaces de adaptarse a las nuevas situaciones. La palma se la lleva, sin discusión alguna, la educación nacional. Sí, se han avanzado algunas proposiciones tímidas. ¿En qué trampa, en qué ventanilla de los sindicatos ha caído el informe Legrand sobre la enseñanza secundaria? No era más que el resultado de un sondeo profundo y de una serie de proposiciones de sentido común.

La democracia, diablos, no es un lujo, un complemento del alma, a la que habría que lanzar una flecha en épocas de vacas flacas. En primer lugar, porque el fascismo -sí, el fascismo- sigue aún vivo, no disgusta a los nuevos economistas, se extiende y prolifera, vampiriza la subjetividad popular cuando ésta se debilita. Y además, porque es uno de los remedios esenciales de la crisis. Un aviso a los tecnócratas socialistas: la vitalidad social, la inteligencia, la sensibilidad, la creatividad colectiva, es decir, la democracia, es importante; e importante para la balanza de pagos; tan importante, por lo menos, como el petróleo. Y también se puede exportar. La democracia y la paz, ¡qué mercado de futuro para nuestro comercio exterior!

Félix Guattari es analista. Autor, junto a Gilles Deleuze, de El antiedipo y Mille plateaux.

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