Maruja Mallo, invencible en su sueño
Cuando la vanguardia histórica española empieza a encontrarse a sí misma, como algo más que la simple pirotecnia antipasadisia de la bohemia fin de siglo, esto es, a fines de los años veinte y durante todo el período de la Segunda República, entre otros muchos fenómenos estimulantes, se produce el de la incorporación de la mujer en las filas más combativas de los frentes culturales de la ruptura. En el terreno de las artes plásticas, donde el superrealismo adoptaba por aquel entonces las posturas más radicales, nos encontramos, por ejemplo, con tres pintoras de excepción: Ángeles Santos, Remedios Varo y Maruja Mallo.Educadas en ambientes burgueses provincianos, irrumpen escandalosamente en la escena artística española, demostrando, una vez más, que en nuestro viejo país ningún fundamento social se conmueve hasta que no es abanderado por algún arquetipo femenino.
Tradicionalmente relegadas al vaporoso escenario de los mitos, suelen bajar a la realidad con la furia exigente de las diosas. Pueden cambiar de papel, pero luego es difícil acomodar su desmesura en el carril masculino de lo razonable. La historia de Maruja Mallo, que se reclama celta antes que gallega, es, sin duda, una historia desmesurada.
En 1926, concluye sus estudios. artísticos en San Fernando, mas sin apenas inmutarse, porque a esta mujer sólo le excitan los grandes espectáculos de la naturaleza y de la vida. Así, un año después, recibe su primera revelación visitando las islas Canarias, tierra superrealista y de los superrealistas, como pronto se pondrá en evidencia. Pero, incluso cuando no puede poner tierra por medio en pos de su vocación excéntrica, allí donde mora se las apaña para encontrar los ámbitos y los rituales de lo exótico: se la ve husmeando por las verbenas de arrabal.
Con este bagaje de extraterritorialidad geográfica y festiva, Maruja Mallo compone abigarrados paisajes urbanos, donde se celebra, mediante frisos monumentales, la romería popular; allí donde, con toda intensidad, colea la vida. El caso es que, desde el filósofo cosmopolita hasta el poeta gongorino, todos se quedaron pasmados ante la jovialidad robusta y volumétrica que encarnaban aquellas figuras dotadas con el aplomo extático de las muñecas rusas, cuya animación expresiva depende de los colorines con que son pintarrajeados sus rostros.
Ortega y Gasset le cede en 1928 la sala de exposiciones de Revista de Occidente, y, desde entonces, se codea con todos los animadores de la vanguardia.
En 1932 viaja con beca a París y en seguida expone en la galería superrealista Pierre, en la que el sumo pontífice Breton le adquiere un cuadro y tratan de retenerla los mejores marchantes. Vuelve, sin embargo, a España, donde le tira todo, como de nuevo lo hará, tras años de exilio americano, en 1965, incluso cuando por aquí se había hecho casi todo por enterrar su memoria. A esta mujer le bastaron, no obstante, uños meses de pasear por Madrid para imponer de nuevo su presencia.
No puedo olvidar, por ejemplo, cuando, en 1981, fue invitada a explicar su obra en el curso que sobre superrealismo organizó la universidad Menéndez Pelayo: demostró que, con ella, el superrealismo continuaba vivo. Como colofón, he aquí un retazo suelto del borbotón de palabras que entonces nos lanzó: El boxeador quedó vencido en la apuesta de perra chica". Maruja Mallo, "genio de la heterogeneidad", es invencible en su sueño.
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