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RELIGIÓN

La condena radical de los anticonceptivos por el Papa levanta una gran controversia y se juzga como un retroceso

Juan Arias

El discurso del papa Juan Pablo II contra los anticonceptivos, pronunciado el viernes pasado ante 40 sacerdotes que estaban celebrando un congreso sobre "La paternidad responsable", en el que relacionó el control de natalidad y "el pecado contra la fé" ha levantado una verdadera polvareda en la opinión pública de este país y los mayores diarios de la capital le están dedicando al asunto páginas enteras de comentarios y reacciones.

El diario Repubblica, que había publicado el sábado pasado el discurso del Papa con el título llamativo, en primera, de El Papa: es un ateo quien usa la píldora, le dedicó ayer al tema cuatro artículos y un editorial. Mucho espacio le está dedicado también el diario Il Messaggero, que titulaba ayer: "¿Pero es verdad que la píldora es atea?"Lo que ha chocado del último discurso a los sacerdotes es el que por primera vez un Papa haga una relación directa entre el control de la natalidad y el pecado "contra la fe". Y al mismo tiempo su lenguaje categórico que no deja ningún espacio a posibles mediaciones en un campo como el de la teología moral, que como se sabe, está en continua evolución y movimiento, no sólo entre los expertos sino entre los mismos obispos y documentos oficiales de la Iglesia, desde el concilio Vaticano II a las últimas encíclicas y sínodos episcopales.

Y es este punto el que están poniendo de relieve muchos de los comentaristas en estos días. Existe la impresión de que en este campo de la moral sexual Juan Pablo II esté haciendo marcha atrás incluso respecto a las pequeñas aperturas que presentaban tanto el sínodo episcopal de 1980 como muchos de los documentos de diversas conferencias episcopales.

Hay quien asegura que dichas tentativas de apertura Juan Pablo II siempre las ha "soportado" más que "aprobado". Y que ahora está viviendo un momento personal muy particular en el que está revelando con toda vivacidad y con un lenguaje que no da lugar a dudas cuál es su verdadero pensamiento en este campo.

Susto entre católicos

Sus palabras del discurso del viernes, "la contracepción debe juzgarse objetivamente tan profundamente ilícita que jamás y por ninguna razón podrá ser justificada", son categóricas y perentorias y han asustado a una buena parte de los católicos, incluso moderados.

Pero si esto era poco, el papa Wojtyla añadió, inmediatamente después, que "pensar o decir lo contrario equivale a retener que en la vida humana se pueden dar situaciones en las cuales sea lícito no reconocer a Dios como Dios". Lo cual supone un gravísimo pecado no ya contra "la castidad", como observaban ayer algunos teólogos, sino contra la fe, una profesión de ateísmo.

El teólogo Gianni Baget Bozzo, editorialista de Repubblica, afirmó ayer en su artículo dedicado al tema que este lenguaje del Papa es más sorprendente aun "porque nunca ha sido usado en la Iglesia. Y añade que, de este modo, "la prohibición de los anticonceptivos se aleja del terreno moral, siempre sensible a las limitaciones y, por tanto, dotada de una cierta relatividad, para convertirse en un principio absoluto". Y le parece al teólogo de Génova tan grave esta afirmación del Papa que llega a escribir: "La contracepción pasa de ser un pecado contra la castidad a un pecado contra la religión y contra la fe. Los motivos que da Juan Pablo II no tienen raíces en el lenguaje tradicional. La Iglesia debe en este punto interrogar al Papa, ¿o es que la costumbre de "obedecer callando" ha sustituido a la fidelidad y a la libertad evangélica en los criterios de legitimidad del creyente?".

Se recuerda en este momento que ya en el Concilio Vaticano II el cardenal Suenens, arzobispo de Bruselas, había alertado a los padres conciliares, por lo que se refiere al tema de los anticonceptivos, para "evitar a la Iglesia un nuevo proceso de Galileo", afirmando: "Desde los tiempos de Aristóteles y de san Agustín tenemos que haber aprendido algo".

Problema de heroísmo

Estas duras reacciones del Papa contra los anticonceptivos, sin mitigación alguna, podrían crear, se afirmaba ayer en Roma, una verdadera sacudida en ese mundo de católicos que aceptaban, sin considerarlo pecado, el control de la natalidad.

Baste pensar que el 80% de las mujeres católicas norteamericanas usan hoy contraceptivos y que sólo el 29% de los sacerdotes considera los anticonceptivos un pecado, y que el 26% de los confesores, niega la absolución a los que se confiesan de este pecado considerado como "el más difundido entre los creyentes". Pero Juan Pablo II no es hombre de medias tintas. Hablando del celibato sacerdotal, de las relaciones prematrimoniales, del divorcio, de los anticonceptivos y de otros problemas de tipo sexual ha afirmado siempre el principio, y lo acaba de hacer ahora mismo, que se trata de un problema de heroísmo y que esta categoría de la heroicidad pertenece a la esencia misma del cristianismo y que, por tanto, para el que cree en Dios "nada es imposible". Quizá por eso y en ese sentido ha afirmado que para él no aceptar esta realidad equivale a "no reconocer a Dios como Dios", es decir, en el fondo a una profesión de incredulidad en la potencia de Dios. Se trata, sin embargo, de un tema que, como el de cometer adulterio cuando se mira sexualmente a la propia mujer, está llamado a ser objeto de debate.

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