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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El embrollo libanés

LIBANO ES, desde hace bastante tiempo, uno de los principales focos de tensión en el mundo. Ello se debe, por un lado, a una guerra civil en la que el ejército nacional se ha convertido, de hecho, en una facción más de las que luchan entre sí, no tanto por repartirse el poder sino más bien trozos del territorio, señal trágica de un proceso de descuartizamiento de un país. A la vez, Líbano es teatro de varias intervenciones militares extranjeras: Israel ocupa una zona en el Sur que equivale a la cuarta parte de la superficie del Estado; Siria ocupa extensas zonas en el Este y el Norte. Además, hay otra intervención militar internacional de un carácter muy diferente a las anteriores: se trata de los contingentes norteamericanos, ingleses, franceses e italianos, enviados hace un año, aproximadamente, con el objetivo de proteger y facilitar la evacuación de las fuerzas palestinas cercadas en una parte de Beirut y asimismo de contribuir a la paz y estabilidad del país. Propósito este último que, desde luego, no han cumplido. Esos contingentes siguen ocupando barrios y zonas cercanas a la capital, pero es evidente que su presencia no impide la guerra civil. En realidad, esta fuerza multinacional representa en sí un fenómeno bastante extraño: se trata de contingentes que sólo responden, cada uno de ellos, ante su propio Gobierno. Ningún organismo internacional está capacitado para determinar su razón de ser, su mantenimiento o retirada. Lo lógico hubiese sido, una vez reconocida la necesidad de una fuerza multinacional, que la ONU hubiese asumido la tarea. En este caso, esta operación atípica es consecuencia de la voluntad de EE UU de sustraer a la ONU los problemas de Oriente Próximo. Las tropas de los países europeos, aunque éstos hagan declaraciones discrepantes, sirven en buena medida de cobertura para evitar o disminuir el carácter provocativo que hubiese tenido el envío de fuerzas exclusivamente estadounidenses.La capacidad pacificadora de esa fuerza multinacional no aparece por ningún lado, a la luz de lo que está ocurriendo. Más bien puede tener efectos contrarios: el presidente Reagan ha concentrado en los últimos días unidades navales importantes, con aviación, ante las costas libanesas; lo mismo han hecho, en una proporción más modesta, los otros países. Ciertas declaraciones de Reagan parecían anunciar una intervención más activa y potente de EE UU. contra las milicias drusas de Jumblatt y los sirios. Pero esta perspectiva de una intervención masiva de los marínes y la aviación de EE UU está chocando con resistencias fuertes, sobre todo en Washington. Muchos congresistas y senadores, y no sólo entre los demócratas, tienen muy presente el precedente de Vietnam y temen que se repita. Reagan no puede subestimar ese factor cuando empieza el año -hasta noviembre de 1984- de la campaña electoral para la presidencia. EE UU, en. Oriente Próximo, tiene tropas, pero carece de política. 0 más bien la política que ha definido ha sufrido reiterados reveses. ¿Qué queda del plan Reagan de septiembre- de 1982, que preveía la retirada de las tropas israelíes de Líbano, la total independencia de este país y la autonomía para el pueblo palestino de Cisjordania? ¿Qué queda del acuerdo negociado por Schulz, en fecha posterior, para asegurar la retirada de los israelíes de Líbano? El fracaso de estos planes ha sido causa do por el principal aliado de EE UU: Israel. En éste gobieman los sectores que identifican la seguridad de las fronteras con el mantenimiento, o la ampliación, de la ocupación militar de territorios árabes. Es lo que han hecho, lo que hacen, en Líbano. Tal política obstaculiza e impide la orientación estratégica de EE UU de lograr un acuerdo entre Israel y los países árabes moderados. Es dificil imaginar, ante la diversidad de factores contra dictorios, cuáles pueden ser los desarrollos de la situación libanesa en un próximo futuro. Si se descarta la eventualidad más catastrófica, a la que hemos hecho alusión más arriba, de un incremento masivo de la intervención militar y combativa por parte de Norteamérica, aparecen dos alternativas: una sería la continuación del presente estado caótico, con amplias zonas ocupadas por los sirios y los israelíes, y un mosaico de territorios dominados por las milicias drusas de Jumblatt, los falangistas; y una disminución creciente del papel, de la realidad del Estado libanés, convertido en una facción más de las enfrentadas en la contienda civil. Esta alternativa es sin duda la que propicia la actual dirección de Israel. Y por contradictorio que resulte, Siria, por su parte, obtendría importantes ventajas; entre otras, prolongar el control de una parte considerable de la resistencia palestina, que es una de las cartas más fuertes hoy en el mundo árabe. Noticias más positivas han llegado recientemente en el sentido de que EE UU podría respaldar una solución negociadora preparada por Arabia Saudí y aceptada inicialmente por Siria. Se trataría de lograr en primer lugar un alto el fuego, un respeto de la situación de hecho, y convocar una conferencia de todos los sectores políticos que cuentan en la vida política de Líbano. Sería a todas luces la solución más lógica y más sensata. Aunque su realización exija tiempo, abriría una perspectiva, en una situación que hoy se presenta muy cerrada, hacia la recuperación de un Líbano independiente. Pero no cabe alimentar excesivas esperanzas.

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