Televisión una cuestión política
LA DIMISIÓN de Asunción Valdés como directora del primer Telediario, a raíz de la entrevista con presuntos homicidas (ver EL PAIS del pasado miércoles), es un gesto que la honra como profesional y que debería avergonzar a más altos cargos de la vida pública española, incombustibles frente a sus errores. También la actitud de todo el equipo profesional del programa y la rectificación que ayer se hizo en el mismo nos hablan elocuentemente de cuál es el problema de fondo en RTVE: un problema de estructuras, no de personas; de criterios y no de medios. Por supuesto que los encargados de cambiar las estructuras y de adoptar los criterios son responsables. Como lo son quienes les designaron, por puro capricho o complicidad, y quienes les amparan. Pero de nada valdría su remoción y sustitución por otros más capaces si no viniera acompañada de una nueva actitud, de un proyecto real sobre qué debe ser la televisión del cambio: la estatal, la autonómica y, eventualmente, la privada. Éste es, por desgracia, el debate que se le viene hurtando, desde hace años, no sólo ni primordialmente con este Gobierno, pero también con él, al pueblo español. La pretensión de que son los profesionales los responsables de los males de Televisión es falaz. Estos profesionales no pueden ser, en principio, ni mejores ni peores que los de los demás medios de comunicación, porque son básicamente los mismos. Es el medio el que resulta hostil a la creación profesional, honesta y bien hecha. Un medio deteriorado por la politización, la corrupción, la manipulación y la falta de sólidos criterios que permitan hacer frente a las intromisiones del poder y los aprovechados de turno. Es la estructura del medio lo que debe ser cambiada, para lo que se necesita voluntad política y capacidad técnica. La voluntad política no la ha demostrado, hasta ahora el Gobierno de Felipe González, que contempla cuando menos indiferente la, conversión de Televisión Española en un medio de propaganda del Ejecutivo, plagado de adulaciones y tonterías para mayor sonrojo. Tampoco los partidos de la oposición, más interesados en convertir RTVE en un campo de batalla que en un medio de comunicación útil a los españoles. La capacidad técnica no puede existir donde la voluntad política no la ayuda: Televisión se convirtió así en un medio de medro personal -en algunos casos de enriquecimiento- o de paso hacia mejores climas. Todo el mundo ha aprendido o trata de aprender a servirse de ella. Pocos o muy pocos parecen querer servir a los telespectadores.Por lo demás, el monopolio estatal ha devenido también en un oligopolio de la imagen y en una falta de pluralismo irremediable si no se aumenta la oferta mediante una u otra vía. Es imposible pretender satisfacer al mismo -tiempo a todos -los españoles en sus demandas, y es absurdo querer hacerlo. En realidad, si bien se mira, los españoles han abandonado la loca esperanza de que se piense en ellos antes que en los ministros, generales, editorialistas de los periódicos, empresarios de otros medios, centros de poder económicos, vicepresidentes del Gobierno, comités de empresa o ejecutivas de los partidos a la hora de hacer una televisión de Estado. Porque ésta ha acabado por resumir las desventajas de toda empresa pública en este país y los abusos de las privadas, mientras que brillan muy pocas de las virtudes de ambas.
Un episodio como el del reportaje a los presuntos homicidas no es así una casualidad, es el fruto lógico de la situación. La dimisión que comentamos pone de relieve una actitud moral, encomiable, pero no resuelve el problema de fondo. Tampoco lo resolverían de un plumazo los ceses del director general o del de informativos -independientemente del escepticismo o la irritación que su labor provoca, o de algunas satisfacciones personales que su caída sugiere- Es el Gobierno el que debe optar por sacrificar sus intereses como Gobierno y como partido, sus compromisos menores con militantes de buena estirpe socialista pero de pobre ideación profesional, su aversión a todo el que no esté afiliado, o controlado, o se sienta amenazado o adulado o comprado por el poder, su miedo a la libertad en todas sus formas.
Si existiera esta voluntad política de compromiso con la libertad, no bastaría para arreglar las cosas, pero bastaría para comenzar a arreglarlas. Y hay gentes con la capacidad, el deseo y la emoción de hacerlo. Gentes que están en Prado del Rey, que son las mismas que hacen la televisión de hoy, y que se sienten felizmente capaces de hacer la televisión del cambio, si les dejan, si quienes la prometen la idean, si quienes la dirigen no tratan de apropiársela, si hay quien sea capaz de no confundir la libertad de creación con el caos organizativo, la autonomía de decisiones con la irresponsabilidad en la toma de las mismas, y la participación de todos con el arrebatacapas general. De el Gobierno un paso al frente en este terreno y comprenderá cuánto más rentable es, electoralmente hablando, tener una Televisión decente, que el poder no pueda controlar -condición indispensable para la decencia-, a mantener un bodrio como el de ahora.
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