La cuestión autonómica: individualismo y solidaridad
La reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre la LOAPA ha puesto sobre el tapete de modo inapelable el tema autonómico, lo que, a juico del autor de este artículo, exige a su vez una reflexión colectiva y un esfuerzo conjunto de voluntad en una cuestión que no sólo implica la construcción de nuestro peculiar modelo democrático, sino que es una llamada a nuestra responsabilidad ciudadana para crear las imprescindibles condiciones de convivencia entre los españoles.
JOSÉ LUIS ABELLÁN
P.,
Hace aproximadamente tres años, una estudiante norteamericana de la universidad de Harvard, que escribía una tesis sobre la transición política española, me visitó para preguntarme si la democracia estaba consolidada en España; al ser mi respuesta negativa, volvió a interrogarme sobre cuáles eran, a mi juicio, las condiciones que debían cumplirse para que se realizase dicho objetivo, y yo le contesté que, en mi criterio, esas condiciones eran dos: primero, que, si toda democracia es alternancia en el poder, el primer requisito era que la oposición -en aquel momento, el partido socialista- ganase unas elecciones sin que se hundiese el mundo. Segundo, que, puesto que la democracia se estaba construyendo sobre un nuevo modelo de Estado -el Estado de las autonomías-, la democracia española no estaría consolidada hasta que esa construcción no estuviese terminada. Ahora bien, la primera condición se cumplió hace ahora 10 meses; no ocurre así con la segunda.Al contrario, la reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre la LOAPA ha puesto sobre el tapete de moda inapelable el tema autonómico, lo que exige a su vez una reflexión colectiva y un esfuerzo conjunto de voluntad en una cuestión que no sólo implica la construcción de nuestro peculiar modelo democrático, sino que es una llamada a nuestra responsabilidad ciudadana para crear las ¡inprescindibles condiciones de convivencia entre los españoles. Voy a limitarme a atraer la atención sobre algunos de los escollos que se consideran habitualmente insalvables para la construcción de ese modelo de convivencia.
El que suele citarse en primer lugar, quizá porque constituye un tópico ampliamente compartido, es el del individualismo español, un individualismo que nos hace muy conscientes de nuestras necesidades e intereses personales, haciéndonos olvidar los de la colectividad en que estamos inscritos. Cuando esta tendencia se lleva a sus últimas consecuencias, algunas personas dicen que el pueblo español es ingobernable, pero cuando dicha tendencia se aplica a lo que tradicionalmente se han llamado las regiones, se dice que los españoles son proclives al particularismo, y de ahí nace el particularismo catalán.
Así, se dice: "Es inútil conceder esto o lo otro a los catalanes (o a los vascos), porque siempre exigirán más; su innato particularismo nacionalista les hace estar permanentemente insatisfechos, y nada hará acallar sus exigencias, que son literalmente insaciables". Mi opinión es que cuando se producen tales expresiones se es especialmente injusto con la comunidad de que se habla, pues se parte de un hecho que no es cierto: el del individualismo español. Como todo tópico, anida en su fondo tanto de verdad como de mentira, y algunos comentaristas no dejan de percibirlo cuando hacen la afirmación contraria: el gregarismo de un pueblo que aguanta 40 años de dictadura, permitiendo que el dictador se muera en la cama.
Sentido comunitario
¿Cuál es la verdad? Si ésta existe, no puede estar más que en una cierta dosificación de ambas afirmaciones. A mi juicio, si es cierto que socialmente el español se comporta como un individualista (las figuras del guerrillero, del caudillo o del genio solitario, son proverbiales), no ocurre así psicológicamente, pues en este terreno el español -sea catalán o vasco, gallego o andaluz- tiene un fuerte sentimiento de cohesión social.
Esa solidaridad se ha comprobado siempre que la historia nos ha dado ocasión para ello; se comprobó en la guerra de la Independencia; se ha comprobado recientemente en las distintas catástrofes fluviales que han padecido Valencia, Cantabria y el País Vasco. Si los españoles hem¿s mantenido un violento individualismo o particularismo de carácter social durante largos y continuados períodos de nuestra história, ello se debe probablemente a la existencia de un Estado demasiado fuerte -con caracteres frecuentes de absolutismo político- que ahogaba sus libertades y derechos elementales.
Desde el punto de vista psicológico, lo que sorprende es, sin embargo, el fuerte sentido de cohesión y de solidaridad, que no han logrado romper ni invasiones, ni guerras civiles, ni desastres de ningún tipo. Quizá el fondo católico de nuestra tradición religiosa ha actuado aquí como un depósito milenario, cuyo resorte salta en los momentos oportunos, pue! no debemos olvidar que el catolicismo es una religión con carárter fuertemente comunitario y orgánico frente al individualismo protestante, cuyo rasgo más distintivo es el contacto directo de la conciencia individual con la divinidad.
Hacemos estas reflexiones porque creemos que la cuestión autonómica -tras el fracaso de la LOAPA- debe entrar en un diálogo franco y abierto por todas las partes implicadas y, llevar ese diálogo a una auténtica negociación. Nada sería más pernicioso para crear el clima adecuado a ese diálogo que el que estuviese presidido por el fantasma de la ruptura de la unidad de España, entendid.a monolíticamente. La unidad de España es mucho más fuerte y más sólida que la que pueda darle un simple corsé político; mala opinión tienen de dicha unidad quienes creen que se va a romper porque se concedan aspiraciones seculares a las comunidades autónomas. Al contrario, fortaleceremos y enriqueceremos esa unidad, si logramos crear un nuevo modelo de Estado donde todos los españoles y sus comunidades naturales se sientan cómodos y libres, sin ningún tipo de encorsetamiento.
Junto al peligro del unitarismo monolítico y homogeneizador del centro respecto de la periferia, nada sería más peligroso también que la eterna suspicacia de la periferia con el centro. Hay una especie de susceptibilidad incorregible y funesta en los habitantes de las autonomías en sus relaciones con el poder político estatal, pero creemos que, tras la reciente sentencia del Tribunal Constitucional, esas suspicacias deben echarse al saco del olvido, pues si hubiera algo que afectase a un correcto tratamiento constitucional del Estado de las autonomías, el alto tribunal volvería a establecer la doctrina justa.
En esta confianza deben mantenerse esas conversaciones libres, abiertas y generosas que lleven definitivamente al establecimiento de un modelo de Estado que garantice la convivencia pacífica y enriquecedora de todos los españoles.
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