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La muerte del 'cantaor'

La última canción para la tercera edad

Antes de su muerte, Antonio Mairena ha tenido el tiempo preciso para rendir su último servicio al cante, a sus seguidores y a sus protagonistas: con ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía grabó, semanas antes de que se le parase el corazón, un disco antológico de su actividad, cuyos beneficios irán a instituciones de protección a la tercera edad flamenca.La dignificación y el relanzamiento flamenco de los últimos años no ha alcanzado las cotas suficientes como para dotar a cantaores, bailaores y guitarristas de una afiliación a la Seguridad Social que les garantice las coberturas normales de cualquier asalariado, en especial, de una jubilación tranquila y mínimamente aceptable desde el punto de vista material.

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De esta forma, la vejez de muchos flamencos modestos se desarrolla en medio del olvido y la miseria cuando los contratos dejan de interesarse por sus voces gastadas y rotas, y su situación vuelve a ser la de indefensión ante el infortunio y desamparo, que tanto combatió don Antonio.

Cuando ayer, antes del sepelio, su hermano Manuel acertaba a declararnos, entre sollozos, que "ha sido el cantaor que llevó el cante a un punto al que nadie lo había llevado, y que va a tardar mucho en que nadie lo supere en el futuro", estaba dando la clave de la personalidad del maestro, que llevó, efectivamente, el cante desde las cavernas hasta la universidad, y que dominó todos los palos más que ningún otro en el siglo XX; pero que, al mismo tiempo, veló y trabajó para que el arte flamenco ocupase un lugar al sol de la sociedad y sus protagonistas empezasen a ser considerados como artistas relevantes, dignos de estima social y honores públicos (en junio Mairena recibía de manos del Rey la Medalla de Bellas Artes).

Ahora la enfermedad "me arranca las alas del corazón", como él mismo cantara en unos tientos ya antiguos, y el mundo flamenco, que no siempre sabe ser agradecido, tiene una deuda inmensa con Antonio Cruz García.

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