Joan Robinson y los economistas
Ahora ya no hay duda de que la obsesión intelectual que persiguiera a J. Robinson a lo largo de su dilatada carrera no tiene más justificación que la de ver agotarse -a destiempo, como siempre- las baterías de su propia vida, en íntima soledad. A principios del pasado mes de agosto moría esta brillante economista a quien todos los profesionales del gremio debemos directa o indirectamente alguna cosa.
"A veces me he preguntado si me he quedado sola".(J. R.)
JAVIER QUESADA
ESTEFANÍA MOREIRA, ENVIADO ESPECIAL,
Quienes se formaron en la línea del pensamiento de Marx tropezaban con su crítica interpretación del marxismo ortodoxo que irritaba profundamente a los de aproximación más ideológica y doctrinaria. Aquellos que se educaron en la teoría keynesiana se encontraban con la enérgica protesta de una economista que no dudaba en apodar de "bastardos" a los miembros de la escuela keynesiana, por considerar que en el proceso de incorporación de las ideas de John Maynard Keynes éstas se habían desvirtuado sustancialmente.
La propia interpretación de Joan Robinson del keynesianismo no está, naturalmente, exenta de influencias ajenas a la figura de Maynard, y la más importante es, sin duda, la del economista polaco Michal Kalecki, quien desarrolló, a partir del análisis de Marx, una teoría de la demanda efectiva de rasgos similares a los del propio Keynes. Por ello, la versión resultante no cuenta con la aceptación general del cuerpo de profesionales de la disciplina, y mientras algunos han denominado a los 30 años de la posguerra 1a era de Keynes", Joan Robinson nos decía que "la revolución keynesiana todavía está por hacer, tanto en la enseñanza de la teoría económica como en la elaboración de la política económica", no ocultando su enérgica denuncia por el uso de los gastos militares como mecanismo de estímulo y estabilización de la demanda efectiva.
Pero la amplitud de áreas de la economía política, en las que Joan Robinson contribuyó con aportaciones seminales, es todavía mayor. Así, en primer término, los estudiosos de la teoría de los mercados se encuentran con la reconstrucción de la teoría marshalliana, llevada a cabo en los años 30 por Chamberlin y por la propia Joan Robinson, que contribuyó a fundamentar la moderna teoría de la diferenciación de productos y de los costes de publicidad. En segundo lugar, no menos importante es su aportación a la teoría del crecimiento, de la acumulación y del progreso técnico, cuyo origen se remonta al "seminario secreto", que consistía en una sesión semanal, que desde 1949 hasta comienzos de los sesenta reunía en el King's College de Cambridge a los economistas keynesianos para discutir temas de teoría económica. Se cuenta que el acceso a dicho seminario no era nada fácil a economistas que no contaran con un pedigree keynesiano acreditado (el caso del visitante M. Friedman, por ejemplo).
Dicho sesgo ideológico, escorado hacia posiciones izquierdistas, ha constituido la base de ciertas reticencias del conjunto de la profesión hacia un conjunto de académicos más preocupados de si el análisis se mantiene fiel a la doctrina del pasado (sea ésta la de Ricardo, Marx, Keynes o Sraffa) que de si se puede concebir una aplicación práctica y concreta a la realidad económica.
El estado actual de la ciencia económica
El año pasado publicaba Joan Robinson una brevísima nota en la que hacía balance de los logros e insuficiencias de la ciencia económica y en el cual insistía en la vigencia del esquema teórico de la teoría general de Keynes. No ocultaba su extrañeza al afirmar "que tenemos la sensación de haber efectuado avances muy importantes en la comprensión de los efectos de la política económica y, sin embargo, se llevan a cabo políticas que producen resultados altamente perniciosos". Según J. Robinson, la teoría de la demanda efectiva -el ajuste de la actividad y el empleo a las fluctuaciones de la demanda- explica el alejamiento de las economías occidentales de los niveles de plena capacidad. Frente al punto de vista monetarista -que atribuye el origen de la inflación al descontrol de la autoridad monetaria-, sostiene que la inflación es un problema político que se origina básicamente en la esfera de la distribución y cuya solución no debe atacarse mediante una política monetaria contractiva a lo Thatcher, de graves efectos sobre el ritmo y la actividad económica, sino más bien con un -acuerdo negociado sobre la base de una política de rentas.
Durante el próximo congreso mundial de economistas que se celebrará en Madrid en los próximos días, quizá tengamos ocasión de que personas más capacitadas y más afortunadas que yo -que se relacionaron de una u otra forma con Joan Robinson- puedan trazar un perfil humano de esta ilustre economista. Podría ser que el hecho de que se oiga hablar menos de ella en nuestra universidad sea un símbolo de decadencia del estímulo crítico, tan necesario en la institución académica. Su ausencia provocará en algunos de nosotros un cierto desamparo, al pensar que ha desaparecido una cabeza privilegiada que ejercía de contrapeso intelectual importante a la ortodoxia vigente.
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