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Tribuna
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Catástrofes

Todo lo que la metereología no ha sabido decirnos antes, nos lo explica meticulosamente después. Didácticamente, como si la catástrofe se compusiera de mecanismos muy simples y divulgadores, al alcance del más modesto entendimiento. La explicación metereológica suele ser tan nítida y sosegante que promueve el reiterado acuerdo con lo natural. Los fenómenos atmosféricos sólo son fuerza física. Carecen de intención, porque la Naturaleza es blanca y huera. No se le encuentra el corazón cerril por ningún lado. Los puentes y las cosechas arrasadas, la pujanza de las aguas que suben como bestias piafantes hasta las lámparas del cuarto de estar o que degüellan sin mirar atrás a niños y a rebaños, son efectos naturales. Las muertes humanas, qué duda cabe, son pavorosas, pero son, ante todo, naturales. Si la meteorología no existiera cabría blasfemar, pero la ciencia nos pone la mano en la voz y nos murmura un lenguaje estricto. Convierten así nuestra ira en balbuceo, nuestra rabia en ignorancia.Dios ya no está, ni siquiera para ser rechazado. De acuerdo, y hasta se podría pasar gustosamente por esa ausencia que nos ahorra aquí el siniestro agregado de una divinidad abyecta. En su lugar está el fenómeno natural y su exégeta, la ciencia.

VICENTE VERDÚ

Director: Henry King. Guión: Lamar Trotti y Sonya Levien, según la novela de Niven Busch. Fotografía: Peverell Marley. Música: Louis Silver. Intérpretes:Tyrone Power, Alice Faye, Don Ameche, Alice Brady, Andy Devine. Aventuras. Norteamericana, 1938. Local de estreno: Luchana.

Amamos a la Naturaleza, respetamos el curso de sus leyes. Parece imposible, a estas alturas, atreverse a una injuria contra ella. Pero ¿por qué no? ¿Por qué habríamos de permanecer sumisos ante su furor asesino? ¿Qué argumento científico será capaz de atenuar esas muertes o excusarlas? ¿Quién podrá ya seguir cerrándonos la boca con más barro? La Naturaleza, digámoslo, es devastadora y criminal. Asedia aquí a sus tierras y animales sin agua o los revienta con el albur de una tromba. Resignarse es sucumbir en su mismo argumento de muerte. No hay oportunidad para el silencio, ni sitio para que la razón supere al rencor. No es concebible ahora otro modo de estimar la Naturaleza que no sea abominar de ella. Ni brota otro sentimiento de las explicaciones sobre el desastre que no sea la repugnancia ante su presunta complicidad. Porque, en definitiva, no ha de existir otra respuesta natural ante el horror, que la tempestad natural de nuestro propio odio.

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