No hay fiesta sin su 'corte de los milagros'
Mendigos, organizadores de juegos ilegales y vendedores sin licencia de bocadillos, refrescos y tabaco, mantienen una tensión permanente con la policía local en todas y cada una de las fiestas madrileñas
Hay un kilómetro de distancia desde la porticada plaza de Cervantes de Alcalá de Henares, donde están situados el edificio del Ayuntamiento y el cuartelillo de la Policía Municipal, hasta que la avenida de la Virgen del Val desemboca en la Ciudad Deportiva Municipal y en un inmenso descampado. Durante todo el año ese solar sirve como aparcadero de coches y camiones o, los miércoles, como mercadillo de cosas viejas; pero por unos días, justo los que van del 20 al 28 de agosto, se convierte en un recinto ferial con capacidad para decenas de miles de personas. El motivo de esta conversión es la celebración de las fiestas locales, dedicadas a san Bartolomé, "santo antiguo, predicador de Oriente y viajero".Ese kilómetro que media entre el ayuntamiento y la feria separa. también la ley y el orden que intentan hacer guardar los hombres uniformados de azul de la policía local y las buenas o malas artes con que 20 o 30 personajes se ganan la vida sin permisos, licencias ni papeles de ningún tipo. Avilio dos Santos, nacido hace 25 años en la localidad portuguesa de La Guarda, es uno de ellos.
Avilio, pequeño de estatura ojos verdes, rala barbita negra, está de pie, en mitad del polvoriento paseo ferial, con un cartel, grande como un anuncio de corrida de toros, en el que con rotulador alguien ha escrito que no tiene trabajo, ni subsidio de desempleo, ni atención médica gratuita. El mensaje se completa con la información de que el mendigo tiene dos hijos. Pero a los pies del portugués, acostados sobre una manta, al lado de una lata metálica casi repleta de monedas, duermen tres niñas de unos cuatro años. "Son mis hijas, Fernanda, Rosa y Orlanda", asegura. Y cuando se le hace notar la contradicción entre la prole confesada en el reclamo y esta última declaración, así como el curioso hecho de que las tres chavalas parecen tener pocos meses de edad de diferencia, el portugués se escuda en su desconocimiento del idioma castellano. "Soy campesino, vine aquí hace dos años a trabajar y no he encontrado empleo. No, no tengo domicilio fijo, voy de pueblo en pueblo", responde finalmente.
El portugués se ha apostado al comienzo del recinto ferial de Alcalá de Henares, flanqueado por un puesto de churros y chocolate y por una rifa que exhibe el rótulo de Jamones el Nieto del Cateto. "Más madera, secretario", grita el locuaz promotor del sorteo, y los transeúntes, se las arreglan para driblar con naturalidad al mendigo y aglomerarse ante la exhibición de perniles, no sin que antes algunos, no muchos, dejen caer una moneda en la lata. Y es que, según informan fuentes de la delegación de Sanidad del Ayuntamiento de Madrid, el recurso a razones sociales, como "no tengo trabajo, soy un parado, no un mendigo"; o circunstanciales, del tipo de "no soy de aquí, me he quedado sin dinero", producen, de día en día, menos impresión entre la ciudadanía, aunque alguna más todavía que el clásico "una caridad por el amor de Dios".
El juego de los paquetes de tabaco rubio
El juego de moda en las fiestas de Alcalá, como ya lo fue en la verbena de la Paloma, es, sin duda, el de golear paquetes de tabaco rubio. A la misma puerta del recinto ferial lo organiza Manolo, un sesentón, vendedor ambulante de cigarrillos en Madrid durante el invierno, que este estío ha descubierto mayor rentabilidad en instalar una mesa de pimpón y sobre ella dos paquetes de Marlboro, separados algo más de un palmo entre sí. Manolo, gorra a cuadros, anorak de plástico, morral de cazador al hombro como caja, pocas palabras, ofrece, por cinco duros, la posibilidad de disparar con la mano un balón rojinegro de plástico sobre las cajetillas, distantes un metro y pico. Si el jugador logra derribarlas a la vez, tendrá derecho a llevarse una. Si falla, habrá perdido sus 25 pesetas.
El puesto de Manolo es de gran complejidad al lado de los siete u ocho similares que pueden verse en el recinto ferial, compuestos de modo exclusivo por las cajetillas, el balón y el polvoriento suelo. En estos casos, el tiro se efectúa con el pie, y no faltan maradones que prueban fortuna, sin éxito en un abrumador porcentaje de los casos. Jóvenes de entre 25 y 35 años, de nacionalidad española, portuguesa y marroquí, los regentan, con la vista tanto en el juego como en la posible presencia de los hombres de azul, los agentes de la Policía Municipal de Alcalá, que no dan abasto para desalojar a tanto promotor de juegos ilícitos. "Premio derrevando los dos paquetis. Derevote no vale", reza el cartel colocado por un norteafricano, que, a las dos preguntas del periodista, opta por abandonar el campo, sin más explicaciones. Poco después estará en Casa Tánger, un chiringuito regentado por compatriotas suyos, donde expenden té verde y. pinchos morunos.
Estas actividades están prohibidas. Cuando son detectadas, sus autores son invitados a suspenderlas. Sólo en caso de múltiple reincidencia o de actitud hostil ante los uniformados se practican detenciones. "Esto es casi iniparable", se lamenta un agente, "fíjese que hemos detectado incluso a un tipo que monta una ruleta ilegal, cuyos premios son canutos. Y eso por no hablar del montón de senegaleses que venden estatuillas de elefantes, asegurando que son de marfil, y que ni siquiera hablan castellano".
En la feria de Alcalá de Henares hay decenas de atracciones legales que lucen nombres sonoros, modernos, llamativos, como Alpolox, Astro-Liner o Tokay-Flash, diversiones con mucha electrónica, mucha lucecita psicodélica, música pop enlatada, pero también han sentado cátedra los personajes de la cofradía de Monipodio que Miguel de Cervantes, hijo de esa localidad madrileña, retratara con acierto definitivo en su Rinconete y Cortadillo. La lengua de estos falsos mendigos, tahures consumados y buscavidas, ya no es la germanía de los siglos XVI y XVII, pero sigue siendo, en su peculiaridad, un instrumento de defensa frente al mundo. Por ejemplo, la víctima es el primo o pringao; el billete de cien pesetas, la libra; el de mil, el talego. Avisar de la llegada de la policía es dar el agua, y para eso los pícaros suelen actuar en compañía de uno o varios compinches, que se sitúan en posición de vigías, oteando el tráfico humano y, cuando el peligro se acerca, dan la consigna para poner pies en polvorosa.
Vendedores de 'bocatas'Dos o tres decenas de personas constituyen la corte de los milagros que ha operado en Alcalá de Henares esta semana, pero, según la Policía Municipal del lugar, la práctica totalidad proceden de otros sitios. Estos personajes, hijos tanto de la pobreza como del ingenio, partidarios del uso del engaño y la destreza manual antes que de la violencia, siguen al pie de la letra el consejo de movilidad que les diera el personaje cervantino de Monipodio, gran maestre del hampa sevillana. "No tened jamás posada cierta, ni de asiento", decía. Así que hace unas semanas la mayoría de ellos estuvieron en las verbenas castizas madrileñas y, en los próximos días, se les verá en San Sebastian de los Reyes y Aranjuez, que celebran sus fiestas grandes.
En la ciudad de Madrid, el repertorio de formas de conseguir dinero sin los correspondientes permisos administrativos se amplía además con el viejo sistema del trile, como con la venta ambulante de bocadillos, refrescos o cigarrillos. Uno y otro sistema presentan características bien diferentes.
Lo del trile o juego de las tres cartas, tres cáscaras de nuez o tres chapas de botella, es puro engaño. Los trileros organizan sus muy provisionales timbas en cualquier fiesta, en esquinas muy concurridas, ocultas a los ojos de los patrulleros y que dispongan de varios puntos de fuga. Una vez allí proponen a la concurrencia que apuesten su dinero, adivinando adónde ira a parar una de las tres cartas que tienen en la mano, y, que tras barajar, depositarán invertidas sobre la mesa plegable o caja que le, sirve de patio de operaciones. La habilidad manual del que baraja hace que de cada 10 partidas, en nueve gane la casa. La actividad de estos personajes está severamente perseguida.
La venta ambulante de bocatas, bebidas o tabaco en verbenas o conciertos es otra cosa. Practicada por estudiantes o parados, en ella no hay fraude alguno, sino, en todo caso, violación de las normas municipales sobre comercio. Esta actividad, perseguida con severidad por la Policía Municipal, ha provocado no pocos incidentes en Madrid.
La tensión entre los buscavidas y los hombres uniformados de azul, el permanente juego del gato y el ratón, se ha convertido, pues, en un elemento tan normal en las fiestas madrileñas como los tiovivos, los bailes populares o el disparo de cohetes. Miguel de Cervantes, en lo que fue tanto la edad de oro de los pícaros españoles como de la literatura que los inmortalizó, debió de conocer cosas semejantes.
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