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Tribuna:CRÓNICAS DEL VERANO
Tribuna
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Tiberio, a tomar aguas

Aterrados por la sequía, la legionella, la con taminación de las playas, el vertido radiactivo en la fosa atlántica y la afrenta de las top less sobre la arena con hongos, los retroveraneantes vuelven a su cauce.Su cauce es el balneario decímonónico, lugar a más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, donde el bastón, la butaca de mimbre, la alpargata de esparto, la chaqueta de pijama y amistades de toda la vida le siguen, de fuente en fuente y de bailo en baño, a lo largo de un ritual purificador.

Además, el retroveraneante de balneario es un agüista frecuentemente obseso. Consume litros y litros al día, interrumpiendo sus actividades para orinar a cada dos por tres. Va a todas partes con un vasito en la mano.

Ahora son las ocho de la mañana y la plaza del balneario se encuentra muy concurrida. De los cinco hoteles circundantes salen los agüistas en procesión. El silencio es casi religioso: sólo se escucha el murmullo diurético de los manantiales.

Hay agüista que ni siquiera pierde el tiempo vistiéndose. Se envuelve el cuerpo sediento en una toalla de dos metros cuadrados (que facilita el majestuoso Gran Hotel) y salta de la cama de nogal macizo a la pradera como el emperador Tiberio lo hacía desde su cuadriga al baño medicinal.

Habla la doctora del balneario, María Claver Cabrero, de 25 años y ojos cristal¡nos: "El agüista obseso empieza a las ocho con dos vasos de la fuente del rifión. En ayunas. Luego se da el baño sulfuroso. Si lo pide, le metemos chorro a presión para activar sus sistemas. Reposa media hora. A eso de las 10, desayuna. Orina inmediatamente. Toma asiento en los bancos de la plaza hasta las 12. Cuando ya ha intercambiado información, con otros agüistas, se va a la fuente del estómago (llamada también de la belleza), caminando 20 minutos monte arriba, y allí se fregotea cara y brazos para que el azufre penetre en sus poros. Bebe lo que gusta y, de regreso al balneario, espera la llegada del autobús para recibir correo y comprar la prensa...".

Pero antes de adelantar acontecimientos, veamos y oigamos a los agüistas en su pro pia salsa. En la planta baja y noble del hotel Continental se oyen estertores y quejidos Es una señora que, luego de practicar garga rismos, está suministrándose una ducha por la nariz con las aguas sulfurosas denomina das tiberianas. "¡Ay, ay, Dios mío!", excla ma Pilar Sánchez de Ocaña, vecina de Madrid y de 62 años, "¡ay, esto es muy doloroso el primer día; la goma es gorda, y como tengo operado el tabique nasal, me hace daño".

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La doctora Claver le propone cambiarle la goma por una de tamaño infantil, y doña Pilar mueve la cabeza, sin levantarla de la pilastra, en señal de asentimiento.

Hay mucho narigudo vasco, operado de cornetes, que busca alivio a su deficiente respiración nasal y a sus sinusitis con la du cha a presión, que se paga a 250 pesetas. La doctora explica que "este sistema es realmente milagroso, y da mejores resultados que la cirujía". Entre tanto, Pilar, a quien acompaña otra dama interesada en la misma cura, advierte que "ay, ay, noto que el agua me sube por los senos y se me empieza a meter por la frente hasta el cerebro".

El chorro evita el catarro

Dos habitaciones más allá se encuentran reposando, unas señoras que o ya tomaron los baños de Tiberio o los van a tomar. Las bañeras son modernas, y por sus grifos erornados sale a 52 grados centígrados un líquido con olor a huevos podridos, capaz de cocerlos en menos de tres minutos. "Este baño les va maravillosamente bien a los deportistas, y aquí lo toman los jugadores del Real Zaragoza Club de Fútbol", dice el encargado, vestido con impermeable, que cobra 400 pesetas por inmersión.

Pero si todo esto resulta vigorizante, mucho más lo es el chorro de manguera (400 pesetas hasta que el cuerpo aguante), por la que sale a presión de antidisturbio el agua sulfurosa y caliente de Tiberio, contra cuya acometida hay que agarrarse en un pasamanos fijo en la pared para no verse rodando entre vapores por el suelo.

Una simpática agüista, doña María Allue, de Huesca, dice que "espero que no vuelvan a cerrar este balneario nunca, porque aquí te das el chorro en pleno verano y ya no co ,ges un catarro en todo el invierno". Doña María Allue, y otras con ella, gritan al res ponsable del cañón acuático y le piden: "¡Tiberio, chorro!", y chorro va.

Para la señora Losada, 56 años, "el reuma de la rodilla se esfuma cuando me zurran con el agua, así que me doy un chorro al día a 42 grados y lo aguanto la mar de bien". La sesión puede terminar con una impresión de sulfurosa fría.

Las alergias remiten, según la doctora cuando el cliente toma aguas azoadas, recomendadas igualmente para el hígado y los bronquios. Don Santiago Ramón y Cajal que al parecer se creía tuberculoso sin llegar a estarlo, era cliente del balneario y un entu siasta de estos tragos.

Una veraneante, doña María del Carmen Torres, de 51 años, dice que viene de Zara goza "para darme aguas en plan de preven ción y por lo que pueda pasar, que es mucho y malo hoy día". Otro caballero, José Catalán, de Novales (Huesca), asegura que Ias inhalaciones directas que me doy, a mis 63 años, me ponen los bronquios como nuevos, y este remedio vengo aplicándolo desde hace 30 años".

Las inhalaciones se reciben a través de un tubo en forma de micrófono de la BBC modelo años veinte, por el que asciende, a un coste de 300 pesetas sesión, un agua atomizada a 37 grados, o un vaho a parecida temperatura, que llena la boca y las narices de bienestar de cataplasma.

Una atmósfera milagrosa

Los agüistas y los turistas románticos se fotografian en la fuente de agua azoada, de uso múltiple, porque el decorado ya produce atmósfera milagrosa. El santo, un altar y los mármoles sugieren la asistencia del clero y la solicitud vaticana de alguna beatificación.

"Milagro existe en el terreno psíquico" comenta la doctora Claver, "ya que aquí viene bastante neurasténico con problemas de depresión, y mejoran notableniente". Éste es el caso de un alto cargo de la caja de ahorros que, siempre según la misma doctora "se lamentaba de impotencia sexual, entre otros males; le dimos el chorro de Tiberio y a los pocos días aseguró haber recuperado sus capacidades".

La verdad es que el único peligro del citado chorro es que usted, para recuperar propiedades perdidas, arruine su mismo aparato reproductor si la presión de lanzamiento es superior a la resistencia natural del individuo. Para evitar ese riesgo, el manguerista de Tiberio extrema las precauciones, tanto en grados como en fuerza de emisión.

Se come a las dos de la tarde en el restaurante Continental. "Nos echan de comer una barbaridad", dice un veraneante alojado en el Gran Hotel; "por la pensión de 5.000 pesetas diarias que pagamos los de la tarifa más alta, tres platos enormes y tres comidas al día".

Entre esos delicados alimentos de balneario hay en la carta manitas de cerdo, cabecita de cordero y ternasco con ajos al horno, cuya digestión es más que un pretexto para ir luego de fuente en fuente. Habla el director y propietario del centro, Luis Acín Boned, de 34 años, vecino de Huesca: "Empecé humildemente, haciendo costillas a la brasa en un chiringuito junto a una gasolinera. Al cabo de 17 años de currar de firme, me he metido en este fregado, que me costó 225 millones de pesetas, pero que voy a resucitar con una política aperturista capaz de borrar la imagen de aquella tía abuela soltera que venía aquí, olía no precisamente a azufre y era antipática".

El actual dueño de este complejo, en su día el más importante balneario de España, no es el único propietario: tuvo que vender parte al Ayuntamiento de Zaragoza, que pagó más de 100 millones de pesetas en una operación considerada antieconómica por grupos de antiguos veraneantes. Hubo una malograda operación de venta el mismo día del fallido golpe del 23-F, en la que los alemanes interesados en comprar "se hicieron atrás, presas de pánico", según el subdirector del centro.

Hoy los villanos que disponían de casas en el balneario han sido despojados de ellas, al hacerse cargo el municipio, que dedica esas instalaciones a una labor social. "Tuvimos que echarlos a todos", explica el director, "porque era un abuso de señoritos ricos que, sin apenas contribuir de su bolsillo, se consideraban dueños y señores de las villas". El más señalado villano, añade Luis Acín, "era el marqués de Arlanza, que obligaba a cerrar el casino a las 12 de la noche porque en su vivienda quería tranquilidad". Según la nueva propiedad, "los villanos se ponían en fila junto a la balaustrada del casino cuando venían autobuses con turistas y, con malévola intención, tosían para hacer creer que esto era un sanatorio antituberculoso".

Las culebras agitan el agua

Con horror niegan estas acusaciones los villanos, para quienes el balneario, en semejantes manos, va a la deriva. "Éstos lo hunden, y acabará convertido en una colonia de hippies", dicen.

En esta misma pradera tomaban la siesta, envueltos en mantas a cuadros, ilustres agüistas, que recuerda el guarda, Severino Belio, de 63 años, quien empezó aquí de botones y se jubila casi de lo mismo: "Tocaba todos los días un cuarteto de la Sinfóníca de Madrid, y aquí vimos al conde de Barcelona, a Niceto Alcalá Zamora y al general Primo de Rivera, dando parecidos ronquidos".

Después de la siesta y el café (muchos toman agua de la fuente de la cagalera, contra el estreñimiento), viene la partida de cartas, la tertulia de lo mal que va todo y más aguas para digerir la cena. Un ratito en el salón de la tele, cabezada inevitable, y a la cama.

Por las noches, dicen, salen las culebras verdes que trajeron los romanos de Tiberio para amenizar el bailo. Eran inofensivas: su misión consistía en agitar el agua, produciendo un efecto vibratorio afrodisiaco. Estas culebras son largas y no hay que matarlas. Corretean por las inmediaciones de la fuente del estómago, sobre cuyo grifo de bruñido metal se lee: "Por favor, déjenlo abierto". Hay una señora interesada en darse el baño de asiento que, según los sabios de antaño, curaba trastornos vaginales como el flujo blanco o los males en las trompas.

La señora miró el prehistórico bidé, y dijo: "Aquí la reina Violante, esposa de Juan I de Aragón, aliviaba sus pesares".

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