La 'noche triste de Menese
La Puebla de Cazalla (Sevilla), donde se celebran las tradicionales reuniones flamencas que se recuperan este año, volvió por sus fueros, y lo hizo con todos los honores, como era de esperar. El paseo del Cura -y no son ganas de hacer un chiste fácil- tuvo muchos momentos en que se convirtió en una verdadera catedral del arte flamenco. No todos, lamentablemente. José Menese, en su pueblo y ante su gente, tuvo una de esas noches negras que más vale olvidar. Yo creo que no subió a cantar en condiciones y, aunque quiso cumplir, su impotencia fue evidente. Una pena.
La Niña de la Puebla, en cambio, a sus 75 años, salió a demostrar -"para la Historia", según sus propias palabras- que aunque su éxito está basado en un cante liviano y comercial del que es paradigma Los campanilleros, también sabe hacer los géneros mayores. Y lo demostró, ciertamente, cantando de manera ejemplar la media granaína, por seguidillas y la petenera.
Y los otros cantaores de La Puebla respondieron también con brillantez. Miguel Vargas, una vez más, demostró hallarse en un momento de madurez artística; se va -siempre lo hace- a los estilos ,básicos, soleares y seguidillas, que desarrolla en profundidad, desentrañando los tercios en toda su enjundia flamenca, admirablemente, como hizo con los tientos y la rondeña; formidable, Miguel Vargas. Y Diego Clavel, en la línea un tanto preciosista habitual, en él, buscó la extrema dificultad en -el cante seguidillero quizá más ingrato de hacer, el del señor Manuel Molina, que desarrolló con grandeza y poder.
El cante de Jerez estuvo representado por El Mono y José Mercé. El Mono hace unos cantes por bulearieros que son una pura delicia, llenos de gracia, de intención, de verdaderos hallazgos expresivos, que contrapuntea con el baile festero de manera modélica; verle hacer, por ejemplo, el matarile o los niños con las niñas en el género gitano por excelencia puede ser un regalo. Mercé, en cambio, aunque en su línea acostumbrada de buen hacer, no tuvo su mejor noche.
De Cádiz oímos a dos grandes especialistas: Chano Lobato y Rancapino. Chano hizo las mejores cantiñas de la noche, con una sensacional versión del cante de las Mirris, y un cante compuesto de sello propio a base de garrotín, tangos malagueños del Piyayo y farruca que resulta valiosa. Rancapino, con su voz opaca y sin brillo, afilá, bordó unas soleares de antología; se equivoca, en cambio, a mi juicio, en la malagueña del mellizo, que recarga demasiado, haciendo innecesariamente barrocos y pesados los tercios.
Redondearon la noche las guitarras, siempre excelentes, de Juan Carmona el Habichuela, Pedro Peña, Manolo Brenes y, acompañando a Pepa Montes al baile, Ricardo Miño. Pepa bailó por soleares y por bulerías y lo hizo, como siempre, magistralmente, buscando lo difícil, lo exquisito; ese baile que parece sencillo de puro fluido e inspirado, pero que quizá hoy nadie puede hacer con la sabiduría y la riqueza expresiva de esta excepcional bailaora, eficazmente servida por el baile de El Pico de Triana y del formidable Curro de Triana.
Babelia
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