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Pasión y muerte de la promesa

Tengo la impresión de que la promesa es un rito destinado a extinguirse. Todavía la usan algunos políticos, claro, con lo cual vienen a convertirse en sus últimos hierofantes, pero al menos tienen la excusa de que generalmente no las cumplen. La promesa forma parte de ese lote de palabras (juramento, voto, ofrenda, sacrificio, holocausto) que en el pasado y en el diccionario eran casi sinónimos, pero con el tiempo se han diferenciado de manera tan neta que hoy todo el mundo sabe que un voto popular no es una ofrenda o que una promesa de matrimonio (¿quién usa semejante antigualla?) no es un holocausto.Cuando la promesa, o acción de prometer, estaba en su apogeo y provocaba un mínimo de credibilidad, el refranero popular se adueñó de algo tan prometedor y así nacieron algunos dichos y refranes que entonces eran verosímiles y hoy suenan a obsoletos: "Cosa prometida es medio debida, y debida enteramente si quien promete no miente", o "Quien presto promete, tarde lo cumple y presto se arrepiente". Es curioso que en épocas tan signadas por la rima nadie se haya molestado en inventar otros refranes bastante previsibles: "Cuando se hace una promesa, algo siempre se atraviesa", o "Le cumplieron la promesa y murió de la sorpresa". En el habla común ingresaron modismos como "lo prometido es deuda" (antesala del deudor moroso), "prometer la luna" (algo que, tras las zancadas lunares de Armstrong y Aldrin, perdió el atractivo de lo imposible) y aquello de "le prometió el oro y el moro", sólo viable en las breves etapas idílicas entre Wall Street y el Islam.

Lo cierto es que si bien los lugares comunes estaban pletóricos de promesas, los lugares extraordinarios se empezaron en cambio a llenar de cumplimientos. Tal vez se iniciara ahí el descrédito de la promesa. Si un cronista opinaba, por ejemplo: "Esa actriz promete", estaba claro que le auguraba un auténtico porvenir en las tablas, pero, si hoy alguien dice que tal o cual orador es "un político que promete", es lógico que se refiera a su inminente amnesia. Por otra parte, la tierra de promisión se transformó a menudo en tierra de prohibición.

En general, los hombres de pro no sólo prometen, sino que proclaman, protestan, provocan, profetizan, promulgan y sobre todo prosperan. Los poetas en cambio son hombres de pre, y quizá por eso presagian, preguntan, presienten, y a veces, ay, premian y presumen. Así y todo es raro encontrar un poeta que escriba sobre promesas o prometa en verso (por eso aquí lo estoy haciendo en prosa). Precisamente en prosa, recuerdo Das versprechen, de Dürrenmatt, pero se trata de un suizo y ellos siempre han sido la excepción de Europa. En poesía, sólo me vienen a la memoria Song: the promise, de Robert Graves, y Las promesas, de Roque Dalton, pero se trata de promesas de amor y por tanto requerirían la garantía de un banco de confianza.

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Sin embargo, las pocas veces que los poetas prometen, existencialmente hablando, cumplen su palabra. Y esto va en serio. Digamos César Vallejo con su Me moriré en París con aguacero o el entrañable Paco Urondo con uno de sus últimos poemas: "Ya no soy / de aquí; apenas me siento una memoria / de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está". (La dio efectivamente un día de junio de 1976.) No, los poetas no suelen prometer en vano; más bien imaginan, y eso nunca es en vano. Como dice insensata y sagazmente René Char: "A cada derrumbamiento de las pruebas el poeta responde con una salva de futuro". Neruda, que dedicó odas al átomo y a la cebolla, a la pereza y al vino, pero ninguna a la promesa, designaba con pudor y osadía a los elementos naturales para que ejercieran la función prometedora: "Las olas dicen a la costa firme: Todo será cumplido".

Preterir lo venidero

Las promesas eran, o debían ser, casi siempre de buen signo, pero los poetas no caen así no más en esa indulgencia, acaso porque, como escribió Kafka, "lo bueno es en cierto sentido desesperante" (agreguemos: sobre todo cuando no llega). Fernando Pessoa descreía asimismo de las promesas, sencillamente porque "lo que vemos de las cosas son las cosas". Descreía de las promesas, pero no de los cumplimientos. "Yo me cumplo" (le hace decir a su heterónimo Ricardo Reis) "según el breve ámbito / de lo mío a mí dado".

Precisamente otro heterónimo, el Mairena de Antonio Machado, definía la filosofía de la historia como el arte de profetizar el pasado y también como "la actividad complementaria del arte, no menos paradójico, de preterir lo venidero, que es lo que hacemos siempre que, renunciando a una esperanza, juzgamos sabiamente, con don Jorge Manrique, que se puede dar lo no venido por pasado". Y el mismo Mairena prevenía a sus discípulos: "Más no por ello deis en profetas a la manera usuaria de los prestamistas, que ven el futuro para comprarlo por menos de lo que vale". ¿Qué mejor definición de la incumplida promesa política? ¿Acaso el no cumplirla no es una forma más bien frívola de preterir lo venidero? ¿En cuántas regiones de América la pobre la tierra prometida es hoy la reforma agraria que sucesivos jerarcas prometieron y que nunca se ha llevado a cabo? Promesas así son también profecía, pero profecía usurera, destinada a conseguir mejores dividendos que los que brindaría la simple anunciación de lo real o de lo conseguible.

Es claro que hay promesas de surtida talla y de variado alcance. Hay promesas titánicas, satánicas, británicas, otánicas. No importan la retórica, el aguijón o el impulso. Aparentemente, todas son anacrónicas o están prescriptas. En algunas comarcas, la amnistía de los presos es más ardua de conseguir que la amnistía de las promesas. Antes, el germen de la promesa era el riesgo, pero éste ha sido desactivado. La promesa era un rito artesanal, pero las computadoras no se equivocan y en consecuencia no admiten promesas, sino contratos vitalicios. Las computadoras aciertan o estallan, pero no se equivocan. De ahí que las promesas sean un rito a punto de extinguirse. Quedan flotando en el espacio, como galaxias de televisión, como cansada memoria de cuando el hombre era aventura.

Quizá vuelva a serlo. Los robots no prometen, pero sufren apagones. Quizá el hombre vuelva a ser aventura. Pero ya no va a servirle la promesa-galaxia, sino la férrea, terrestre, impalpable voluntad de cumplir y exigir cumplimiento. Aquí y allá, antes y ahora, la promesa es el fácil peldaño de una ardua escalera, pero como también escribió Vallejo, hay que tener "confianza en la escalera, nunca en el peldaño". Cada promesa incumplida es un derrumbamiento de las pruebas. No importa; respondamos con una salva de futuro.

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