"Quiero salir a tomar un chocolate", gritaba uno de los mineros atrapados el pozo 'María Luisa' de Langreo, rescatados ayer
Dos de los teres mineros sepultados al mediodía del jueves en la cuarta galería del famoso pozo María Luisa de Ciaño, en Langreo (Asturias), fueron rescatados con vida en la madrugada del viernes, tras más de 12 horas de trabajo por parte de sus compañeros. A las 10.20 horas de ayer fue recuperado el cuerpo sin vida del tercer minero, Francisco Laguna Laguna, que resultó aplastado por un derrabe. Toda la cuenca minera asturiana vivió la noche de ayer angustiada, pendiente de este suceso, por más que uno de los dos supervivientes, entre taco y taco, tratara de reducirlo a un gaje del oficio cuando gritaba que quería salir para tomarse un chocolate. No sabía que a su lado yacía bajo los escombros su compañero Francisco.
ENVIADO ESPECIALEl accidente se produjo a la 13.15 horas del jueves, cuando Urbano García García, de 40 años, asturiano, casado y con dos hijos, barrenista en funciones de vigilante, Francisco Laguna, de 36 años, malagueño, casado y con dos hijos, y José Antonio Rueda Sánchez, de 35 años, de Málaga, soltero, trabajaban en el reforzamiento de la entibación en el testero de la Guía Vieja Este, en la cuarta galería.
Éstos habían detectado en el mencionado testero una campaña o zona hueca sobre la entibación, razón por la cual procedieron a rellenar con maderas aquel hueco con el fin de evitar un posible derrumbamiento.
Al iniciarse los trabajos se produjo un derrabe que dejó materialmente enterrado y aplastado a Francisco Laguna, que se hallaba al pie de la entibación. Urbano García García quedó atrapado entre una roca y la cuchara de una pala excavadora, en la cual se encontraba a unos cuatro o cinco metros del suelo, ayudando a José Antonio Rueda situado en la parte superior y que procedía al relleno de la citada campana. Por esta razón, José Antonio Rueda no sufrió heridas, si bien quedó bloqueado en un pequeño hueco formado por las rocas en el desprendimiento.
Nada más producirse el accidente, los mismos compañeros de trabajo iniciaron las tareas de rescate, a base de relevos. Al conocerse la noticia, numerosas personas se aglutinaron en torno a la boca de la mina con el fin de seguir la suerte de los tres mineros, a quienes en un principio se les daba por muertos.
Fue un artillero de Hunosa quien dio la voz de alarma, dado que segundos antes de que ocurriera todo, aquél se dirigía a este lugar para ver "cuántos tiros tenía que pegar", según declaró uno de los mineros. Ya en la cuarta planta pudo observar el accidente y dar cuenta de lo sucedido en el kilómetro 1,3 de esta galería.
A base de relevos, con un equipo de siete mineros cada cuatro horas, -hubo algunos que trabajaron hasta 12 horas ininterrumpidamente- se iniciaron las tareas de desescombramiento, con el fin de localizar a los sepultados.
A las pocas horas, se observó que bajo los escombros asomaba el brazo de uno de los tres mineros, que resultó ser Francisco Laguna. Le tomaron el pulso y al no haber síntomas de vida se optó por intentar rescatar primero a los otros dos, a quienes se les oía hablar.
La noticia de que Francisco Laguna había fallecido, se comunicó de inmediato a la dirección de la mina, a través del teléfono instalado en la galería, a unos 400 metros del lugar del accidente. Eso haría que en pocos minutos el casi millar de personas que esperaba en el exterior conociera el desenlace. Los gestos de los mineros que aguardaban en la boca no podían ser más demostrativos del apenamiento y tristeza que en ese momento sentían. Era apenas la medianoche. "Los riesgos que tiene este oficio nunca se pagan bien", decía uno. "¿Qué le vamos a hacer?, son gajes del oficio. Estamos hechos a esto, por duro que parezca", decían otros.
A raíz del accidente, los trabajos normales de extracción de carbón en todas las galerías quedaron suspendidos. Pese a ello, la mayoría de los compañeros, así como mineros llegados de otras cuencas, permanecieron expectantes durante largas horas en la boca de la mina. Incluso más de un centenar no se fue a la cama hasta el mediodía del viernes, después de que hubiera finalizado la operación de rescate.
Tras arduas tareas, alrededor de las dos de la madrugada, pudo rescatarse con vida a Urbano García, aprisionado entre la cuchara de la pala y dos mampostas. Con anterioridad, a través de un hueco de 60 por 80 centímetros, el minero Ignacio Carbajal puso una inyección a Urbano. "No sé lo que era, aunque me imagino que algún tranquilizante o algo para evitar problemas cardíacos. Se la puse en el brazo derecho, el único que tenía disponible, y se quejó de que le había hecho mucho daño".
"Rueda también está vivo"
Ignacio Carbajal aseguró que fue el propio Urbano quien dirigía las tareas de rescate: "Nos decía por dónde teníamos que ir, apuntándonos hacia el techo, que era donde estaba él, y recomendándonos que no tirásemos por el muro, que era donde yacía el cadáver de Francisco Laguna. También nos dijo que el Rueda estaba vivo y que se encontraba bien".
En medio de una gran expectación, a las 02.40 horas de ayer, 6 mineros salieron al exterior de la mina llevando en una camilla a Urbano García.
Introducido en una ambulancia, fue trasladado primeramente al sanatorio Adaro de Langreo, donde quedó ingresado en la unidad de cuidados intensivos. Tras el primer examen se le apreció fractura de tres costillas, herida en la pierna derecha y posibles lesiones o trastomos intemos. Su estado era, ayer por la mañana, muy grave, razón por la cual se le trasladó posteriormente al Hospital General de Asturias, en Oviedo. Se da la circunstancia de que Urbano García había sufrido hace un año otro accidente similar, que le mantuvo de baja hasta que hace apenas unos días se reincorporó al trabajo.
"Quiero salir y tomarme un chocolate"
Los mineros que entraban y salían de la cuarta galería iban trasmitiendo a los congregados cuantas incidencias se producían en el interior y, sobre todo, el tipo de trabajo que se realizaba y la tardanza que se preveía en el rescate de los sepultados.
Nada más sacar al exterior de la mina a Urbano García, el equipo de rescate estimaba que en unos 15 ó 30 minutos podrían llegar al hueco donde se hallaba atrapado José Antonio Rueda. Sin embargo, éste no pudo salir al exterior hasta pasadas las siete de la mañana. La dificultad de llegar a él y el temor a que pudieran producirse nuevos derrabes que pusieran en peligro la vida de Rueda fueron las causas de este retraso. Se llegaron a abrir hasta tres vías diferentes.
Según aseguraron a mineros que participaron en el rescate, "Rueda tuvo en todo momento una moral alta y un gran coraje. Durante un largo rato estuvo echando tacos porque gritaba: 'Quiero salir y tomarme un chocolate'. No obstante, ya al final pedía qué le sacaran pronto porque había en el hueco escasa ventilación y el oxígeno disminuía".
Arriba, en el exterior, en la boca de la mina, cundió durante unos instantes cierto pesimismo, al ver que pasaban las horas y que los diversos intentos de llegar a José Antonio se frustraban. Desde las tres de la madrugada hasta las siete, apenas dos centenares de personas continuaban en la boca. Estos fueron los momentos más largos de espera, sólo entretenidos por los relevos, el periódico de la mañana o la cabezadilla a turnos en los coches, aparcados en las inmediaciones.
Las mujeres
También la mujer y la compañera de los dos que aún quedaban por rescatar vivían, juntas, a más de 1.000 kilómetros, en Málaga, donde residen, la angustia de la espera, el temor a lo peor y la esperanza del rescate con vida. Ambas mujeres desconocían lo que realmente pasaba en la mina. "A la mujer del fallecido la estamos preparando. A la otra le hemos dicho que Rueda está con vida, pero que aún estaba atrapado", señaló el encargado de llamar cada cierto tiempo a Málaga.
Cuando el día comenzó a clarear, en medio de una sorpresa general -nadie lo esperaba tan pronto-, por la jaula de la mina apareció a pie José Antonio Rueda, totalmente manchado de carbón. "Solamente tengo un rasguño en la espalda", diría a EL PAIS este minero, mientras pedía un cigarrillo y fuego. Sorprendido se quedó el minero cuando los presentes, emocionados, le brindaron un cariñoso aplauso, que ponía fin a una noche angustiosa. "Ya te dije que José Antonio era tan cabezón que saldría andando", diría uno de los presentes. Quedaba aún el fallecido. "Pero por él nada se puede hacer ya. Lo importante ha sido rescatar vivos a los otros dos". El cadáver de Francisco Laguna fue recuperado a las 10.20 horas de la mañana.
José Antonio Rueda, tras departir unos instantes en la boca de la mina con sus compañeros, que miraban para él como un héroe -"¡Qué moral tiene el tío!", decían-, se dirigió a la enfermería, donde se le hizo un primer examen médico. No podía sospechar su compañera de Málaga que a las 07.10 horas Rueda estuviera al otro lado del hilo telefónico. José Antonio hablaba con su compañera como si nada hubiera ocurrido: "No te preocupes que el día 10 de septiembre estaré contigo en Málaga", decía, mientras su par se deshacía en sollozos. "Cálmate, chiquilla, a ver si te va a dar el soponcio a ti", repetía insistentemente. "De Francisco no sé nada, salvo que sigue atrapado", disimulaba entrecortado. Sólo unos minutos antes, en el exterior, José Antonio se había enterado de que su compañero y vecino había muerto.
Tras tomar una cerveza que pidió a un compañero, y tras recordar a otro que se había dejado olvidada la. cartera del dinero en la mina, subió al asiento delantero de la ambulancia y fue trasladado al sanatorio Adaro. Allí, mientras se bañaba, un médico le preguntaba:
-¿Nombre?
-José Antonio
-¿Apellidos?
-Rueda Sánchez
-¿Estado?
-Soltero, con seis hijos. Mi mujer vive en Málaga. Vamos a casarnos dentro de unos días.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.